(Publicado en prensa)
No es algo que se antoje todos los días, pero hay veces en que uno desearía que algún alto cargo lo contratase como redactor de discursos, esos discursos entre tecnicistas y solemnes que los mandatarios nos regalan para que seamos conscientes de que sus acciones se rigen por un razonamiento táctico y no por una improvisación aleatoria, puesto que un discurso tiene la virtud de racionalizar incluso la sinrazón.
No
sé, que te encargase un discurso un jerarca del Gobierno –preferiblemente del
central, aunque de un gobierno regional también serviría- con responsabilidades
en el ámbito del transporte, pongamos por caso, y escribieras: “En función de
las demandas concretas del sector, hemos implementado 14 medidas, que podrían ser
16 en atención a las variables no previstas ni tipificadas en el acuerdo
suscrito entre la administración, la patronal y los agentes sindicales, lo que entendemos
como el cumplimiento de una reivindicación histórica a la que por fin se da
cauce a través de unas nuevas medidas de desarrollo exponencial, en torno al
15% sobre las ya existentes, con arreglo a los beneficios fiscales contemplados
en el anterior convenio, lo que, sumado a las ayudas específicas previstas en
el convenio actual, nos permite calcular en un 0,3 % la modernización -mediante
reinversiones fijadas en una tercera parte de los beneficios netos- de la flota,
lo que supera en medio punto las directrices dadas por las autoridades europeas
con respecto a la implantación progresiva de medidas eficaces para el sostenimiento
medioambiental”.
De
todas formas, y sin quitar mérito a los de índole técnica, creo que estarán de
acuerdo conmigo en que los discursos más conmovedores son los que apelan de
manera abstracta a la emocionalidad popular, a la presentación de la realidad colectiva
como un cuento de hadas, aunque esos discursos tienen el inconveniente de estar
reservados para los reyes y los presidentes, aunque excepcionalmente podemos
oírlos en boca de un concejal o concejala. No sé, algo así como: “Hemos demostrado
en repetidas ocasiones que sabemos sobreponernos a la adversidad, y lo hemos
hecho con esa valentía y decisión que es distintiva de las grandes naciones, de
los pueblos que confían en el futuro sin olvidarse de su pasado, pues es allí,
en esa ansia de futuro, donde la ilusión germina como el motor común para la
apertura de nuevos horizontes, de los que somos merecedores gracias al impulso
decidido y solidario de todos, unidos en el afán de acercarnos día tras día a
un escenario de igualdad, de prosperidad y de justicia”.
¿Qué
sería de este mundo, en fin, si alguien, en los albores de nuestra civilización,
no hubiese inventado los discursos?
Más vale ni
pensarlo.
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