lunes, 26 de marzo de 2018

UN EXPERIMENTO



(Este artículo se publicó el sábado en prensa... Los detalles han cambiado. La realidad no tanto.)


El conflicto catalán ha tenido la virtud de ofrecernos un espectáculo basado en el contraste, con sus aspectos dramáticos y sus consecuencias cómicas, con sus sinsentidos de forma en nombre del sentido de fondo, con sus continuas reducciones al absurdo en beneficio de una lógica emocional que tiene más de emocional que de lógica, la sacralización de la ley de Ohm frente al descrédito de los porcentajes reales de voto. Etcétera. 


Sin menospreciar a ninguno de los muchos actores de esa desconcertante tragicomedia, todos esos componentes contradictorios entre sí se han quintaesenciado en la figura de Carles Puigdemont, cuya deriva espontáneamente cómica nunca podrá igualar tal vez ni siquiera su mayor antagonista cómico, el cómico profesional Boadella. Incluso la situación de Puigdemont consiente la dualidad: unos lo ven como un exiliado, en tanto que otros lo consideran un fugado. La apreciación heroica, en fin, frente a la consideración jurídica. Sea como sea, nadie podrá quitarle el mérito de ser un pionero: un político elegido democráticamente que, por su exceso de espíritu democrático, se ve obligado a salir por pies de un extravagante país democrático en el que algunos ensueños se consideran antidemocráticos y en el que el incumplimiento de la ley se considera ilegal y punible. 


            En su novela El barón rampante, Italo Calvino da vida a un personaje que un día, tras una discusión familiar, se subió a un árbol y juró no volver a pisar el suelo, de modo que se pasó el resto de su vida de árbol en árbol. No sabemos si Puigdemont se pasará el resto de su vida de país extraño en país exótico, y ojalá que no sea así de no ser ese su deseo, pues un patriota necesita patria tangible, pero se me ocurre que tampoco es una mala idea el hecho de que un país –y más si se trata de un país que sólo existe en la esfera de los arquetipos platónicos- tenga a un presidente fugado, lo que presenta al menos dos ventajas, a saber: que el país se libra de tener un presidente y que el presidente se libra de tener un país.


            Y es que la tarea de un presidente tiene algo de condena: simular que se gestiona eficazmente desde el conocimiento íntimo de estar llevando a cabo una gestión desastrosa, ya sea por imperativo de la realidad o por impericia suya y de los suyos; prometer la realización inducida de milagros, de por sí tan improbables como fortuitos; fingir optimismo ante los desastres y recomendar pesimismo ante las ilusiones colectivas, y así sucesivamente. Evitarle a un congénere esa cruz puede entenderse, en suma, como un gesto de buena humanidad. 


De modo que tal vez sería conveniente que Rajoy se fugase también a Bruselas y que desde allí jugase, vía plasma -tan de su agrado-, a ser presidente de nuestra nación de naciones, a ver qué pasa. No creo que esa fuga tuviese mucha repercusión en la vida de todos, ya que, aparte de otras consideraciones más matizadas, el hecho de que un país alimente la esperanza de que los políticos pueden arreglar el país suele ser el síntoma más claro de que ese país no tiene arreglo.

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domingo, 25 de marzo de 2018

LA HORA ELÍPTICA




 


 Hemos tenido que adelantar una hora los relojes, porque incluso el Tiempo acaba siendo esclavo de las decisiones políticas, a las que todos nos debemos, seamos personas, seamos ganado ovino o vacuno o bien seamos abstracciones. 

            No puedo presumir de ser lo que se dice un especialista en cambios horarios, todo lo contrario más bien, aunque supongo que existirán tantas razones para adelantar la hora como para dejarla como estaba, a pesar de que las razones en contra resultan ociosas a estas alturas: las 11 de la mañana son ya las 12 del mediodía, inexorablemente, hasta que nos den la contraorden de atrasar los relojes, allá por el otoño, que es precisamente cuando a uno le gustaría que el anochecer llegara más tardío, para aplazar un poco el efecto de esa melancolía sin porqué y sin alivio que suelen inocularnos las tinieblas durante las estaciones frías.

            Vive uno de repente en una especie de doble régimen temporal, no sólo porque cuesta habituarse a esta elipsis, a esta hora robada, borrada por decreto y de un plumazo de la historia general del tiempo, sino porque la pereza nos hace dejar en la hora antigua ese reloj de pared que queda altísimo, hasta que un día cojamos la escalera de mano para alguna otra cosa y adelantemos las manillas de ese reloj recalcitrante, marcador de una hora difunta, rezagado y absorto en su lógica de mecanismo invariable, ajeno al quita y pon que se traen los humanos con las horas. También seguirán marcando una hora anticuada esos relojes de pulsera que apenas usamos y que, no obstante, prosiguen su fiel tictac en el cajón de una cómoda o en el secreter de la mesilla de noche, y, cuando algún día saquemos alguno de ellos de su estuche, creeremos al pronto que se nos ha averiado, pero luego nos acordaremos del cambio primaveral de hora, y pensaremos en esa hora que jamás existió, y sincronizaremos entonces el reloj cimarrón con sus colegas vanguardistas.

            Los relojes llamados digitales merecen capítulo aparte, ¿verdad? Porque las manillas de un reloj de cuerda las movemos con facilidad y sin tener que pensar siquiera en cómo hacerlo, por un acto reflejo adquirido desde que nos regalaron nuestro primer reloj ruidoso, pero ¿cómo se adelanta un reloj digital? No creo que nadie se sepa eso de memoria, de modo que hay que recurrir al manual de instrucciones, y entonces surge un problema complementario: ¿dónde estará el manual de instrucciones del reloj? Revuelves media casa y, por fortuna, el manual aparece antes de verte obligado a revolver la otra mitad. “Estupendo”, dices, así que abres el manual de instrucciones, que viene en ocho idiomas, y, al leerlo en español, compruebas que lo mismo te daría leerlo en japonés, por la simple razón de que el manual instructivo de tu reloj digital de fabricación taiwanesa parece haberlo traducido un musulmán suní de Tayikistán emigrado a Kao-hsiung para aprender la lengua de Cervantes en la academia de idiomas clandestina de un turcumano. 

Y es que con el tiempo, en fin, conviene jugar lo menos posible, por si acaso. Por si acaso le da por jugar a correr más aprisa.

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jueves, 22 de marzo de 2018

miércoles, 21 de marzo de 2018

¿DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA?..

(Bueno, pues un poema del próximo libro.)



CICLOS





Entre el momento en que Dante Alighieri

concibe el artificio

de que Virgilio sea su acompañante

en los tres estratos del trasmundo,

la hora exacta en que Virgilio

pone música acentual al primer hexámetro

para cantar al varón esclarecido de Troya,

el minuto preciso en que Ovidio

decide recrear la metamorfosis de Dafne,

el instante en que Kafka

define la fantasía de una transformación

y este ahora en que me acuerdo

más o menos aleatoriamente de ellos cuatro,

median varios siglos, varios miles de kilómetros,

varias lenguas, pero en realidad

todo sucede

dentro de esa cápsula de anacronía

en que la literatura se protege del tiempo

desde su inmortalidad desvalida y estática,

pero más poderosa que la vida,

ese concepto oscilante

en cuyo fluir sucumben los imperios,

pero no las ficciones;

nosotros, por supuesto, pero nunca jamás

la herencia de los embaucadores prodigiosos

que nos llevan de la mano

a ese dominio ilusorio y sin confines

que al cabo existe más

que el mundo mismo, en paralelo

a este ser del no ser de ser nosotros,

aproximadamente.


F.B.R., del libro Ya la sombra, que se publicará en abril

LA ARAUCARIA ACOGEDORA


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Esta araucaria es mi vecina desde que nací. Le calculo una altura de unos 40 metros. Crece en el patinillo de una casa del barrio.

Es una especie de hotel bullicioso de la pajarería: un día se llena de gorriones, otro de vencejos, otro de mirlos melómanos, otro de tórtolas, otro de urracas... Por turnos. Conforme a un método de rotación que no sé interpretar, porque no se rige por el ciclo de las estaciones ni nada de eso, sino -ya digo- por el día a día, e incluso por horas. Sin un patrón estable: llegan las urracas, por ejemplo, y los gorriones pegan el voletío. Y así van.

De vez en cuando aparece un halcón, que se posa, altivo y amenazante, en las ramas de la copa, y todos las demás especies pegan la espantada.

Convertida mi terraza en un observatorio ornitológico, a esta araucaria tan visitada me distraigo en atribuirle, por derivación del ocio, algunas dimensiones simbólicas, todas ellas más o menos difusas y más o menos caprichosas: desde la inestabilidad del vivir -en la frontera imprecisa entre la libertad y la condena de ser libre para nada- hasta la representación -un tanto estrambótica- de la lucha de clases en versión pajarera. 

Pero esa sería ya otra historia.

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lunes, 19 de marzo de 2018

UNA FABULILLA DE LUNES LLUVIOSO

En el salón de actos abarrotado, el gran poeta, en un momento de debilidad, confesó: “Si algún poema mío flaquease un poco, no sería culpa mía, sino del poema, que no estaría a mi altura”, y en ese instante descendió del techo una lluvia de polvo de diamante que fue batido por los aplausos del público.

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jueves, 15 de marzo de 2018

(...Aquellos días interminables en que no paraba de llover, y no ibas al colegio, y no sabías si sentirte bien o mal por quedarte en casa, porque por aquel entonces nada estaba en el fondo ni bien ni mal: simplemente era, y mis hermanos y yo mirando llover por la ventana: el espectáculo monótono de un dragón líquido...)

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miércoles, 14 de marzo de 2018

UN PROYECTO

Comoquiera que parece haber una corriente prestigiosa de libros encaminados a fomentar la espiritualidad, y dado que uno es vulnerable a las modas, incluida la de no seguir las modas, acabo de empezar a escribir uno: "Busca dentro de tu alma la Verdad. Lo más probable es que pierdas el tiempo tontamente, pero al menos no lo pierdes tontamente en otra cosa. Por consiguiente, observa al humilde pajarillo que en su rama...". 

(Más o menos.) (Es sólo un borrador.)

lunes, 12 de marzo de 2018

OBSOLESCENCIAS



 (Publicado el sábado en prensa)


El de “obsolescencia programada” es un concepto que nos educa el sentido de la fatalidad, al proporcionarnos la certeza de que nuestros electrodomésticos, por muy flamantes que luzcan, morirán de improviso el día menos pensado. 

            Solemos atribuir a intenciones malignas de los fabricantes el que programen la defunción súbita de nuestros utensilios, aunque ellos se defienden con el argumento de que la obsolescencia, toda vez que obliga al consumo periódico, propicia los avances tecnológicos en sus productos. A uno, la verdad, le daría lo mismo pasarse toda la vida con las mismas bombillas, con la misma batidora o con la misma impresora, pero se ve que eso actúa en contra del progreso, que al parecer exige mártires: la mártir exprimidora, la mártir aspiradora o el calefactor mártir, que tienen que dar su vida a cambio de que en el futuro exista una exprimidora más sofisticada que ella, una aspiradora más aspirante que ella o un calefactor más ecológico que sus antepasados. 


            A nadie le gusta que se le muera de repente el tostador de pan, pongamos por caso, pero sabemos que se inmola por una buena causa, y ahí encontramos consuelo: cuando vayamos a la tienda a comprar otro tostador, tendremos una oferta mejorada de tostadores, tostadores de tecnología punta, capaces –qué sé yo- de tostar una rebanada de pan con sólo mirarla, o exponiéndola durante unos segundos a un dispositivo láser, o similar, ya que las artes industriales van que vuelan hacia lo prodigioso y nunca visto.


            Aun aceptando la necesidad de que nuestros electrodomésticos pasen a mejor vida en nombre del avance tecnológico, nos queda una inquietud: la de no vernos venir su expiración, que, como en el poema barroco, suele llegarles callada. Miras tu frigorífico, le calculas la edad y te preguntas “¿Cuánto le quedará a este pobre?”. Sales de viaje con la aprensión de que tu frigorífico muera a solas durante tu ausencia, sin una mano amiga que lo vacíe de botellas y fiambreras, y encontrarte a tu regreso con el panorama apocalíptico de todos los alimentos echados a perder. 

             Y, aparte de eso, los sobresaltos que te llevas: le das al interruptor y la bombilla pega un chasquido miserere, como si en vez de morirse se hubiera suicidado, hastiada de su cautiverio en una lámpara que ni siquiera es maravillosa, como aquella que concedía tres deseos en el cuento oriental, sino en una de Ikea. O bien ese temblor que te asalta cuando empiezas a oírle un ruidillo como de bronquitis al ordenador, y te dices: “Este está ya medio listo”, y temes que te deje una página por la mitad, y que pierdas además los archivos que no has tenido la prevención de guardar en otro dispositivo, pues los ordenadores tienen la elegancia de morirse de golpe y no dar la lata con agonías.


            En este mundo, en fin, nada es eterno, salvo quizás el ansia de eternidad. Y ahí vamos todos, humanos y electrodomésticos, distrayendo como podemos, ay, nuestra obsolescencia.

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sábado, 10 de marzo de 2018

MÚSICO CALLEJERO


Me hace mucha gracia una frase de Tom Waits: “Un caballero es una persona que sabe tocar el acordeón y no lo toca”.

Hoy, sin embargo, un caballero, en la calle comercial del pueblo, interpreta a Bach con su acordeón, a lo que quieran darle. 

Y, de repente, si cierra uno los ojos, no está en una calle comercial pueblerina, sino en una catedral húmeda, pensando sin pensar en cosas parecidas a la eternidad y a la muerte o, si hay suerte, en el prodigio -sin porqué, sin más- de la música.


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viernes, 9 de marzo de 2018

PATERSON

En contra de una difusa prevención -absurda como casi todas-, me ha gustado mucho esta película de Jarmusch: una visión irónica y a la vez tierna de la complejidad de las vidas triviales, de la bondad sin recovecos, de esas ilusiones pequeñas que, aun siendo muy pequeñas, acaban resultando desmesuradas, dadas las circunstancias.

     Eso sí: los poemas que escribe el protagonista son tan malos que incluso podrían tener mucho éxito. (Me gustaría pensar que el director y el guionista optan por el hecho de que los poemas sean espantosos para añadir una dimensión dramática a los anhelos vanos de dicho protagonista, pero me temo que no es así.)

(Para quienes ya la hayan visto, la posibilidad de un título alternativo: Lo que arregló el perro lo estropeó el japonés.)


lunes, 5 de marzo de 2018

RESTOS ROMANOS

En Cádiz, el temporal ha dejado al descubierto, en una playa, restos de la calzada y del acueducto romanos.

A veces, se hace verdad aquel apotegma frívolo de O. Wilde según el cual la naturaleza imita al arte: recuerdo una chirigota que cantaba la historia cómica de un gaditano al que, al retirar los azulejos de su cuarto de baño para poner unos nuevos, le apareció un teatro romano en la pared.

(La historia, sí, es cíclica: la playa se llenó al instante de gente que se puso a rebuscar entre los restos por si aparecían monedas de oro. Como lo de los duros antiguos... pero en versión nueva.)

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sábado, 3 de marzo de 2018

Ilusionado con un proyecto lisboeta: una colección de poemas míos en torno a Pessoa, en edición bilingüe e ilustrada con collages. Este es uno de los que he hecho para la ocasión:
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