(Publicado en prensa)
Abro el buzón y me encuentro con un folleto editado por una organización religiosa. Lo encabeza este reclamo: “¿Dónde hallar respuestas a las grandes cuestiones de la vida?”.
Al pronto, me
quedo meditabundo, calculando la cantidad de lugares posibles en que poder
hallar esas respuestas, pero sobre todo preguntándome cuáles son en realidad
“las grandes cuestiones de la vida”, ya que la vida de la mayoría gente se
sustenta menos en las grandes preguntas que en las pequeñas y triviales: dónde
hemos puesto las llaves del coche o la tarjeta sanitaria, cómo funciona la
endiablada sede virtual de un organismo público, en cuánto tendremos el colesterol,
si nos saldrá dulce o insípido el melón que acabamos de comprar con la misma
incertidumbre esperanzada que quien compra un boleto de lotería … Ese tipo de asuntos,
en fin, que nos mantienen ocupada la mente a lo largo de la jornada y no dejan
hueco para pensar en las grandes cuestiones, lo que por una parte está bien, pues
las grandes cuestiones suelen provocar vértigos metafísicos, pero por otra no
tanto, ya que puedes pasarte la vida esquivando las grandes cuestiones, pero
cuando llegas al tramo final de tu vida corres el riesgo de caer en la cuenta de
que la vida se te ha ido en tonterías, y ahí vendrán las lamentaciones.
Tras
esta elucubración ociosa, compruebo que el folleto da tres opciones para hallar
respuestas a las ya mencionadas grandes cuestiones de la vida, a saber: 1) en
la ciencia, 2) en la filosofía y 3) en la Biblia. Viniendo de quien viene el
folleto, la opción correcta no puede ser otra que la tercera, claro está, porque
los de esa organización religiosa no lo tienen muy claro con la ciencia en
general y no creo que consideren que la filosofía sea más que una abstrusa
verborrea pagana, en lo que según qué casos no les falta algo de razón.
Para
seguir con el concurso de enigmas, en la contraportada del folleto se plantea
lo siguiente: “¿Cuál de estas preguntas es más importante para usted?”, y de
nuevo proponen tres opciones: 1) “¿Cuál es el sentido de la vida?”, 2) “¿Es
Dios culpable del sufrimiento?” y 3) “¿Hay vida después de la muerte?”. Ahí no
hay premio, y no creo que nadie se sienta con la autoridad intelectual o
escolástica suficiente no ya para responderlas, sino ni siquiera para
establecer una preferencia entre las tres, dado que todas ellas nos llevan a
una especie de abismo ontológico, y en esos abismos resulta fácil caer, pero
casi imposible salir, al menos con la cabeza medio en condiciones.
Hay
días, en fin, en que más vale no abrir el buzón.
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