sábado, 30 de mayo de 2020

martes, 19 de mayo de 2020


En las nuevas ediciones de los diccionarios filosóficos tendrán que incorporar la entrada PENSAMIENTO CACEROLA.

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domingo, 17 de mayo de 2020

FASES Y DESFASES


Tanto el gobierno central como los gobiernos autonómicos están gestionando esta crisis con la misma desenvoltura que un submarinista al que vistiesen de torero y le dijeran: “Venga, maestro. Suerte y al toro”. Es decir: cornada segura, porque esa contingencia laboral no estaba en el guion.

A estas alturas, todos hemos tenido tiempo de desarrollar a placer nuestras psicopatologías, ya sea desde la convicción de que este virus ha salido de un laboratorio para exterminar a la humanidad -como fue el empeño de acreditados sociópatas como Fantomas o Fu Manchú- o desde la negación de la pandemia en sí, interpretada como un invento de los gobernantes para recluir a la población e instaurar de ese modo nada menos que una dictadura. Es lo bueno que tienen los trastornos mentales, tanto los estables como los transitorios: que no necesitan secuenciar una relación de causa-efecto, pues les basta con establecer una causa, sin otra explicación que la causa misma.

Vivimos un momento de nerviosismo colectivo y somos testigos de situaciones pintorescas e inolvidables que más nos valdría olvidar lo antes posible, pues a la normalización sanitaria y a la reconstrucción económica tendrá que seguir un proceso severo de reajuste psicológico: la “nueva normalidad” será más nueva que normal.

Para sugerir un control sobre lo de momento incontrolable, el gobierno ha tenido que recurrir a artificios conceptuales como el de las “fases de desescalada”; es decir, la imposición de un calendario institucional al virus, como si el virus fuese el IVA o el IBI. Entiende uno de sobra que de alguna manera hay que simular un control sobre el caos, pero lo extraño es que se haya optado por un registro no sólo triunfalista, sino también optimista, cuando lo sensato tal vez hubiese sido mantener una actitud alarmista, en consonancia con el estado de alarma. La versión dulcificada supone que, durante el confinamiento, la sociedad española ha demostrado su civismo, y así ha sido, pero hay un factor esencial que ha actuado en alianza con ese civismo: el miedo. Si se empeñan en rebajarnos ese miedo con cifras y porcentajes aterradores que pretenden ser esperanzadores, corremos el riesgo de involucionar: en la llamada fase 1, ya hemos activado ese proceso sociológico y psicológico por el que pasamos del civismo temporal al salvajismo habitual. (¿Quién dijo miedo?)

Ojalá me equivoque, pero creo que, en estos momentos, necesitamos más el miedo que los bares o las peluquerías. Porque el civismo acaba cansándose de sí mismo. Porque la irresponsabilidad siempre es valiente. Porque circula un virus que puede matar y que por desgracia sólo entiende de escaladas. Y, sobre todo, porque no debemos perdernos el miedo a nosotros mismos: igual esto no ha hecho más que empezar.

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sábado, 16 de mayo de 2020

Un equipo de arqueólogos ha llegado a la conclusión de que así era la ciudad de Cádiz en las épocas fenicia y romana: partida en dos por un gran canal como el veneciano.

LAS EVIDENCIAS

A estas alturas, empezamos a tener algunas cosas claras. A saber:

1) que este virus fue creado en un laboratorio chino como continuación del legado sociopático de Fu Manchú

2) que de momento el único tratamiento efectivo consiste en una inyección de desinfectante de uso doméstico


3) que el confinamiento ha sido una medida política encaminada a coartar nuestras libertades, con el fin de crear una dictadura socialcomunista o bien ultracapitalista, según las latitudes


4) que Bill Gates quiere vacunar a toda la población para inyectarle un chip de control mental


5) que el nuevo orden mundial estará regido por la industria farmacéutica, por los dueños de las redes sociales y por las logias masónicas


6) que esto es una simple gripe


7) que la presidenta Ayuso es un androide inspirado en Betty Boop


(Continuará)

lunes, 4 de mayo de 2020


Algunos celebramos ayer el día de la madre.

Otros celebraron anteayer el del desmadre, apelotonándose para inaugurar con alegría esa fase 0 que es, a la vez, la fase inicial, a pesar de que la lógica nos susurre que una fase 0 es una ausencia de fase.

Se da por hecho que la observancia del confinamiento se ha debido a nuestro espíritu cívico. Sí, vale, pero también al miedo. Ahora parece ser que ese miedo ha sido superado por la claustrofobia, de modo que ¿quién dijo miedo? Calle para todos.

Libertad -esa libertad por la que claman las derechas tanto nacionales como nacionalistas, indignadas por el hecho de que una pandemia exija unas medidas de excepción.

Cuando el pensamiento individual actúa sobre un problema colectivo se corre el riesgo de que el problema colectivo sea precisamente el pensamiento individual.

Y ya veremos -más pronto que tarde- cómo acaba esto.

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domingo, 3 de mayo de 2020

MÁSCARAS Y MASCARILLAS


Estamos en el intento no sólo de interpretar a diario las informaciones –a veces discordantes- que van dándonos sobre la pandemia, sino también intentando asumir que unos datos escalofriantes pueden ser unos datos esperanzadores. A estas alturas, todos hemos tenido uno de esos momentos de debilidad cognitiva en que formulamos una solución instantánea para algo de momento irresoluble. Todos amanecemos con la ilusión de enterarnos de que un medicamento de uso corriente resulta efectivo contra este virus. Todos alimentamos la fantasía de que un científico va a dar con la clave de una vacuna de la noche a la mañana.

Mientras sí y mientras no, pasan los días, idénticos, sometidos como estamos a esta especie de realidad surreal en la que una peluquería puede resultarnos tan peligrosa como Chernóbil.

El desconcierto de los políticos lo consideramos normal, entre otras cosas porque en ningún programa electoral se especifica el protocolo de actuación ante una catástrofe de esta envergadura, pero, en cambio, el que los científicos reconozcan su ignorancia sobre cómo neutralizar de momento al agente de esta pandemia es algo que nos promueve la impaciencia y la desolación, aparte de un sentimiento de fragilidad que afecta tanto a nuestra vida biológica como a nuestra forma de vida.

Aquí, entre tanto, los partidos opositores han mantenido un margen temporal de prudencia pasiva antes de lanzarse de cabeza a la imprudencia activa, convencidos de que lo que más necesitamos es sumar a esta calamidad sanitaria la teatralización de una batalla política. Algo que, en estos momentos, chirría más que nunca: el desplazamiento de un problema al ámbito de la retórica.

La ultraderecha tremendista ha llegado a solicitar la dimisión en pleno del gobierno, lo que, dadas las circunstancias, resulta tan sensato como tirar por la borda al capitán de un barco en peligro de naufragar y poner al mando al clarinetista de la orquesta. La derecha independentista catalana ha sugerido que sus índices de contagiados y de muertos hubiesen sido inferiores en la república liberada. En el PP, por su parte, intentan fingir un equilibrio entre el sentido de Estado –nada menos que eso- y el sentido del oportunismo: cuanto peor salga todo, mejores expectativas electorales.

Resulta curiosa esa nube olímpica en que vaga y divaga la clase política, no sé si por encima o por debajo de la vida de la gente, pero desde luego no al mismo nivel. ¿Está haciéndolo mal el gobierno? Digamos que está gestionando esta crisis de una forma aceptablemente desastrosa. Como lo haría, en fin, cualquier otro gobierno, y quien suponga lo contrario está mintiéndose o mintiéndonos, o ambas cosas a la vez.

         Tarde o temprano, esto se controlará. Pero se abre una perspectiva preocupante: en cuanto recuperemos la actividad económica, volveremos a ejercer una presión insostenible sobre el planeta. Y resulta que contra las consecuencias del cambio climático no sirven de mucho las mascarillas.

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