sábado, 31 de mayo de 2025

PARALELISMOS

(Publicado hoy en prensa)



En noviembre de 1938, en París, el judío polaco Herschel Grynszpan, de 17 años de edad, asesinó al diplomático alemán Ernst Eduard vom Rath. El abogado defensor de Grynszpan pretendió despolitizar el caso presentándolo como un crimen pasional. (André Gide anotó en sus diarios que Rath era conocido en los ambientes homosexuales parisinos). Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, optó por divulgar otra versión: una muestra de la conjura universal de los judíos contra los alemanes, lo que dio pie a la llamada “noche de los cristales rotos”, que marcó el inicio del exterminio del pueblo judío.

El 7 de octubre de 2023, los terroristas de Hamás asesinaron a 1195 judíos y secuestraron a 251, lo que llevó al gobierno de Netanyahu a emprender el exterminio del pueblo palestino, desde la premisa de que el terrorismo debe combatirse con el terrorismo de Estado. Desde entonces, los informativos nos ofrecen en directo la destrucción de Gaza y el asesinato de sus habitantes, lo que viene a ser el equivalente de que, en su día, el mundo hubiese tenido acceso visual a los gaseamientos en los campos de la muerte.

         Bien. Entiende uno -de sobra- que los paralelismos nunca son del todo exactos, lo que no quita que sean paralelismos. Establecerlos puede ser un recurso facilón, pero en ocasiones también irrefutable.

En estos días, muchos se declaran “proisraelíes”. Una declaración un tanto misteriosa, pues no aclaran si se fundamenta en una simpatía espiritual por la esencia del judaísmo o si bien implica una adhesión a la política gansteril del Gobierno actual de Israel. Por otra parte, hemos llegado a ese grado de simplismo en que hay que aclarar que el hecho de estar en contra del salvajismo del Gobierno israelí no implica estar a favor del salvajismo de Hamás, sino en contra de la barbarie, venga de donde venga.

Hitler y los suyos aplicaron al pueblo judío una cosificación indiscriminada, según la cual cualquier judío, por el mero hecho de serlo, merecía una condena a muerte preventiva, por así decirlo, como defensa necesaria para la supervivencia del Reich. Como solución final, Netanyahu y los suyos han condenado al pueblo palestino -como ente único, como concepto deshumanizado- a una ejecución sumaria. El anuncio de la inminencia de “una ofensiva sin precedentes” en Gaza produce escalofríos, pues escalofriantes son ya los precedentes.

Dedicar unos sesudos análisis geopolíticos a lo que está pasando allí acaba siendo, paradójicamente, una frivolidad: la racionalización de una compleja serie de sinrazones. Porque lo que está pasando allí es, en esencia, y en última instancia, muy simple: el descrédito de lo que entendemos por civilización en nombre de la defensa de la civilización.


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lunes, 19 de mayo de 2025

EL GRAN ESPEJISMO

 (Publicado en prensa)



Según el dieciochesco conde de Buffon, la manera en que se enuncia una verdad resulta más útil a la humanidad que la verdad misma.

Se trata, como ven, de una buena enunciación: convincente, compleja y rotunda, aunque no puedo estar seguro de que resulte útil para la humanidad, que es un concepto demasiado grande y demasiado poliédrico y en el que cabe tanto un geólogo como un terraplanista. Por otra parte, ¿qué utilidad tienen las verdades en abstracto? ¿Para qué sirven en concreto? Quién sabe. Dependerá.

Es posible que, a estas alturas, y a falta de verdades absolutas, nos conformemos con una información más o menos veraz sobre los hechos más o menos verídicos o más o menos verificables, lo que no quita que todo apunte a que hemos llegado a un punto de cinismo instintivo en que no nos interesa tanto la utilidad de la verdad como la utilidad de la mentira, sobre todo en el ámbito político, en el que me atrevería a suponer que un bulo tiene hoy más eficacia que una evidencia.

El bulo, a pesar de estar de moda, no es nuevo, y hasta hace poco tenía su mejor ámbito de difusión en los pueblos, en los que un rumor malicioso, una suposición malintencionada o un infundio irracional podía ascender en cuestión de horas a la categoría de verdad indiscutible, indiscutida e irrefutable. Una historia, en fin, escrita por nadie y entre todos. Una especie de epopeya fantástica de intención por lo común difamatoria.

Hoy, cuando todos nos hemos convertido en personajes públicos en potencia gracias a las redes sociales, tanto la verdad como la mentira parecen haberse fundido en una categoría intermedia en la que ya no prevalece ni la verdad ni la mentira, sino el análisis banal a partir de la desinformación o del prejuicio, la proclamación de una supuesta verdad o -más frecuentemente- de una flagrante mentira, y mejor cuanto más airadamente la expongamos, pues siempre se oirá más un grito que un argumento.

No nos importa, en fin, lo que decimos, pues lo único que nos importa es decirlo. Decir algo, opinar sobre algo a botepronto, para así sentirnos partícipes del fluir de la realidad y, sobre todo, prescriptores de realidades.

En este guirigay de alcance ecuménico, en esta época en que los bulos suplantan no ya solo a la verdad, sino también al grado más básico del sentido común; en esta edad de oro en que somos tan listos que ya disponemos de una inteligencia artificial para suplir las carencias de nuestra inteligencia natural, lo más probable es que todos acabemos medio locos gracias a los que ya están locos de remate.

Pero no hay que alarmarse demasiado: todas las civilizaciones han acabado de mala manera.

Es cuestión de tiempo. Es un heroico esfuerzo colectivo.


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domingo, 4 de mayo de 2025

A DOS VELAS

 (Publicado en prensa)



Hay rachas en que la realidad nos impone un ritmo mental vertiginoso. La muerte del papa nos convirtió a todos en teólogos repentinos, y estábamos a punto de alcanzar el B1 en asuntos eclesiásticos cuando sobrevino el apagón, lo que nos obligó a convertirnos en expertos en energía.

Por supuesto, una cosa es opinar de algo y otra cosa muy diferente es saber de algo, pero siempre resultará más cómodo emitir una opinión que adquirir conocimientos con respecto a la materia opinable. Por si fuese poco, no solo somos aficionados a opinar improvisadamente con arreglo a nuestras convicciones o sospechas, sino también a opinar improvisadamente sobre lo que improvisadamente opinan los demás.

         Y opiniones hemos oído muchas. Por ejemplo, una reportera televisiva enviada al Vaticano se lamentaba de que el papa Francisco no hubiese hecho avances decisivos con respecto al aborto y al matrimonio homosexual. Desde ese punto de vista, lo mismo podría afear a las nuevas generaciones de tigres de Bengala el estar ancladas en la tradición carnívora de sus antepasados y no hacer esfuerzos suficientes para adoptar una dieta vegana.

         Con respecto al apagón, la cosa ha sido igualmente pintoresca: convertir una avería en un signo apocalíptico y acusar al Gobierno no solo de provocarla por inacción, sino también de no haber sabido gestionar la crisis y de no ofrecer información inmediata sobre algo de lo que aún hoy no existe información verificada. Lo curioso es que las acusaciones viniesen del partido que gestionó la dana en Valencia.

         En paralelo al vertedero en que los políticos han convertido la política, tenemos el vertedero de las redes sociales, que es la zona de confort de las cabezas un poco trastornadas. Bien es verdad que conspiranoicos lo somos todos en diferente grado: cuando nos quedamos sin fuentes de información por la caída de la luz y de internet, quienes no disponíamos de una radio a pilas llegamos a pensar que en esos momentos Rusia podría estar invadiendo Finlandia, que China podría estar bombardeando Taiwán o, al margen ya de la geopolítica, que los hackers estaban vaciándonos la cuenta bancaria. Nuestra mente tiene ese pequeño defecto: en situaciones angustiosas, se pone a jugar consigo misma al catastrofismo. Claro que de ahí a dar por sentado que se trataba de un accidente provocado por unos supervillanos para implantar un nuevo orden mundial va un trecho. Que los alimentos se nos descongelen o que no tengamos acceso a Tik-Tok no significa necesariamente que las fuerzas del Mal se hayan animado a poner en marcha su plan diabólico para convertir nuestro mundo en una pesadilla. Entre otras cosas, porque no hace falta: de convertir la realidad en una agotadora pesadilla ya nos encargamos nosotros.


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