viernes, 22 de junio de 2018

Esta serie la he recomendado ya por aquí -no es de primera clase, pero es buena- para entender -dentro de lo que cabe- cómo un botarate como Salvini puede llegar a ser ministro en Italia. 

 

lunes, 18 de junio de 2018

MAR DE TRÁNSITO

(Poema del nuevo libro, Ya la sombra. De asunto acorde con la actualidad.)




MAR DE TRÁNSITO

El mar de los naufragios silenciosos,
de los navegantes furtivos.
El silencioso mar de los naufragios.

El mar que no conoce a quien lo surca.
La noche del sigilo y la esperanza.
La quilla de una barca zozobrante.
El mar que nunca sabe quién lo surca.

Ese miedo hacinado
de quienes ven la noche y ven la nada.
El oleaje negro de la noche.
Navegantes insomnes y hacinados.
Y el horizonte en sombra que es la nada.

El oleaje sin forma de la noche.
El horizonte ciego de la nada.

Camino a un paraíso, los que tiemblan.
Camino a un paraíso tras la noche.
Los cuerpos con el frío de la noche.
Camino a un paraíso en que es de noche.

Y el ruido del mar que es un idioma.
Las tinieblas acuáticas.
La oscuridad que habla en un idioma
que no tiene palabras ni sentido.

Fantasmas bajo el mar. La noche muerta.
El mar de los naufragios silenciosos.
El mar que no conoce a quien lo surca.

.

domingo, 17 de junio de 2018

LA DIETA DE LA DIETA



(Publicado ayer en prensa)


Hay personas de naturaleza recelosa que se preguntan que para qué sirve el Senado, de igual modo que hay otras que se preguntan por la utilidad de, no sé, la pintura abstracta rumana. La respuesta es sencilla: el Senado sirve para ser Senado y la pintura abstracta rumana sirve para ser pintura abstracta rumana, al margen de la utilidad que ambas cosas puedan tener para los españoles o para los rumanos, lo que sería un asunto digno de un análisis un poco más complejo.


            Pero, aparte de para ser Senado como cosa en sí, el Senado sirve para que las personas que dan sentido institucional a esa abstracción cobren dietas acordes con la importancia de su labor en dicha abstracción, a lo que hay que sumar la importancia que tiene el Senado por sí mismo, según ya hemos apuntado. Creo que estaremos de acuerdo en que una persona que, aparte de su sueldo, cobra dietas no tiene más remedio que ser feliz, pues muy sombrío hay que tener el ánimo para cobrar dietas y andar por el mundo quejándote de tu suerte, dado que esa queja sería más propia de alguien que está haciendo dieta, ya sea forzosa o voluntaria.


            Pero siempre hay enemigos de la felicidad: los senadores de Unidos Podemos pidieron la supresión de esas dietas (120 euros diarios para viajes nacionales y 150 para viajes internacionales) y que a sus señorías se les abonasen aquellos gastos de los que presentaran justificantes, dado que los senadores viajan con todos los gastos pagados, que se estiman entre los 1000 y los 2000 euros por jornada, según anden los precios en la autonomía –ya sea histórica o ahistórica- o en el país de destino al que acudan para resolver los asuntos propios de una cámara de representación al fin y al cabo territorial. Afortunadamente, los senadores del PP, del PSOE y del PNV se apresuraron a desestimar mediante votación democrática esa medida descabellada y antidietética. 


            Y es que ¿cómo vamos a exigir a nuestros representantes que lleven el bolsillo repleto de facturas y que, además, tengan que contabilizarlas? Para eso necesitarían un asesor, lo que los equipararía en plebeyez a los empresarios y a los autónomos, esos seres mezquinos que tienen que administrar una factura incluso si lo que compran es un paquete de folios. ¿Cómo va a compararse, en fin, la barra libre del sistema de dietas con el fatigoso trabajo de presentar facturas? ¿Y si a un senador se le antoja comprar en Lisboa un gallo de cerámica? ¿Y si otro se encapricha de una caja de bombones en el aeropuerto de Bruselas? ¿Y si mandamos a un senador a Argentina y se empeña en comprar la cabeza disecada de un novillo? ¿Y si alguno, para aliviarse la tensión, acude a una sauna tailandesa? Porque son humanos también. Porque también tienen sentimientos.


            No les compliquemos, en fin, las cosas, que demasiado tienen con lo suyo. Sea lo suyo lo que sea.

.

sábado, 16 de junio de 2018

martes, 5 de junio de 2018

MORAL APLICADA



El ser humano tiende a exigir ejemplaridad al prójimo, al margen del grado de ejemplaridad que cada cual se exija a sí mismo, que es un grado que suele coincidir con el de la absolución plenaria: no hay monstruo que no cuente con argumentos razonados que justifiquen su monstruosidad.

            Comoquiera que estamos en una época marcada por la revisión de algunos patrones tradicionales, lo que no deja de ser una necesidad evolutiva para una convivencia más armoniosa entre actitudes divergentes, hay quienes someten a algunos artistas, tanto del presente como del pasado, a un escrutinio moral severo, cabe suponer que al dar por hecho que la valía de una obra artística debe corresponderse con la valía humana de su creador. Bien, el punto de partida puede ser más o menos razonable –aunque no mucho-, pero el de llegada puede resultar disparatado.

            Se supone que lo importante de una obra artística no es quien la crea, sino la obra en sí, a pesar de que, desde los tiempos en que los artistas dejan de ser anónimos y se convierten en una marca, creador y creación resultan indisociables. Si leemos, qué sé yo, el Quijote, sería un criterio un tanto exótico el de hacerlo con el malestar ético que pudiera provocarnos el hecho de que su autor fuese encarcelado por distraer dinero público o de que ensalzara las gestas militares. El pintor Caravaggio fue un asesino. Beethoven era racista. Inflexiblemente clasista fue Virginia Woolf. A Hemingway le fascinaban las corridas de toros y la caza y tenía 20 armas de fuego. Picasso fue un misógino egolátrico. Hay quien se anima a invalidar la obra poética de Neruda por haberse portado mal con su primera mujer y con la hija enferma que tuvieron. Etcétera. ¿Y bien? Las valoraciones morales retrospectivas no sólo suelen incurrir en el anacronismo, al actuar sobre las convenciones específicas de una época con la mentalidad de otra época, sino que también dislocan un misterio de orden más o menos ontológico: los creadores no tienen por qué estar a la altura de sus obras, sino, en cualquier caso, estar por encima de sí mismos cuando las crean. Las buenas creaciones nos sitúan, ya seamos creadores o consumidores de ellas, por encima de lo que somos, y raro es el lector de una novela, por mezquino o mindundi que sea en su vida privada, que no esté a favor del héroe y no del villano.

            Este propósito de equiparación moral entre el autor y su obra puede propiciar temeridades: suponer que la novela Lolita, por ejemplo, es una exaltación de la pederastia, lo que sería tan razonable como concluir que el Frankenstein de Mary Shelley es un ensalzamiento de la cirugía plástica o que Moby Dick es una apología del maltrato animal.

            Con estas nostalgias inquisitoriales conviene andarse con cuidado, ya que todo tiene su contrapartida: si condenamos obras artísticas y literarias en función de nuestros parámetros morales, estamos abriendo la puerta a la legitimidad de la condena de otras cosas por parte de los defensores de una moral opuesta. Y entonces a ver. Porque el mundo del arte, el de la ficción, ocurre en sí mismo, y en última instancia resulta inofensivo, pero no me atrevería a decir lo mismo de la realidad. 

.