jueves, 31 de diciembre de 2009

FELICITACIONES






En estos días, gracias a esa especie de filantropía universal que se nos instala en el subconsciente (o similar), todos vamos por ahí regalando felicitaciones y buenos deseos, que son regalos que sólo tienen gasto de saliva: “Feliz 2010”, decimos a cualquiera y de manera irresponsable. Porque, veamos: imaginen ustedes que esa felicitación, aparte de una fórmula de cortesía, fuese también un conjuro eficaz, una fórmula mágica que, efectivamente, hace que su destinatario alcance una felicidad mayor que la que le estaba reservada por la conjugación rutinaria de los astros… o de lo que sea.

Imaginemos que le deseamos un año próspero a un desconocido con el que coincidimos en el ascensor y resulta que ese individuo es traficante de armas, pongamos por caso, de manera que, por efecto del embrujo contenido en nuestra frase, el tipo se harta de vender metralletas por quién sabe qué regiones levantiscas del Oriente, y el año 2010 le viene entonces próspero de pura prosperidad en vena, lo que se dice próspero hasta la náusea, que ya es decir.

O imaginemos que le deseamos un feliz año nuevo al dependiente de una ferretería sin saber que se trata de un asesino en serie que colecciona hachas, machetes y sierras mecánicas para trinchar al mayor porcentaje posible de vecindario, con la agravante de que nunca recaerá sobre nuestra conciencia el hecho de haberle proporcionado una dosis mayor de felicidad, cuando su aterradora felicidad consiste en cargarse a congéneres.

Son fechas imprudentes las navideñas, y alcanzan su máximo peligro en las inmediaciones del 31 de diciembre, cuando nos dedicamos a formular deseos de felicidad y de prosperidad tres o cuatro veces por minuto, a cualquiera, a gente desconocida, a personas de las que no sabemos su nombre ni, mucho menos, cuál puede ser su concepto de felicidad y de prosperidad, que son nociones oscilantes: hay quien cifra la felicidad en repartir infelicidad y hay quien considera un síntoma de prosperidad el hecho de que un incauto suscriba una hipoteca, y así sucesivamente.

Digo yo, no sé, que los buenos deseos que de manera tan irresponsable repartimos en estas fechas deberían limitarse al círculo de amistades íntimas, y, aun así, conviene hacer ese reparto con cautela: igual le deseas felicidad al amigo que está intentando quitarte la novia, por ejemplo, porque nunca se sabe.

“Que tenga usted un feliz año”, podemos decirle al caballero amable que nos cede un hueco en la barra de una cafetería abarrotada, sin saber que ese caballero es el inspector de Hacienda que va a visitarnos con peores modales y con peores intenciones durante el mes de julio de 2010, poco más o menos. Y es que igual somos magos sin saberlo y nos dedicamos a propagar hechizos y abracadabras que acaban volviéndose contra nosotros, porque cosas más raras se han visto… De todas formas, que tengan todos ustedes un feliz año. Feliz y próspero. Pase lo que pase.

.

sábado, 26 de diciembre de 2009

UNA ELEGÍA


Tenía pensado publicar esto el día 24, pero no pudo ser. Va ahora, cuando ya es demasiado tarde para muchos de ellos.



Hoy es un mal día para los pavos. El peor. A estas alturas, son muchos los pavos que han caído ya y que reposan boca arriba, desplumados y decapitados, en el frigorífico, a la espera de que los trufen, de que les coloquen una naranja en el lugar en que tuvieron siempre la cabeza, de que los aderecen con salsas barrocas, de que los horneen para dorarles el pellejo fantasmagórico y para reblandecer su carne prieta, que siempre acaba teniendo una textura de corcho y caucho. Hoy es un día malo para ellos. El peor. Aunque no tanto como para los pavos que siguen vivos, vivos pero aterrados, alzando plegarias urgentes al dios emplumado de los pavos para que su amable providencia detenga en el último momento la mano ejecutora. Ahí están ellos, a la espera de que los suban al patíbulo de la encimera de granito y les corten el cuello con un cuchillo asiático. Los pavos, los pobres pavos.

Nada más lejos de mi intención que el promover un debate científico en estas fechas entrañables, pero estoy convencido de que llega un momento en la vida de todo pavo en que adivina que nos lo vamos a comer. Es posible que en su infancia el pavo vea a los humanos como unos seres generosos que le alimentan y le ofrecen cobijo, pero el pavo adulto, al desarrollar su capacidad de raciocinio, comprende que es el elemento de un sacrificio ritual. De ahí que el pavo adulto se comporte de manera esquiva y recelosa, evasiva y suspicaz, como si en vez de un pavo adulto fuese un pavo que estuviese aún en la edad del pavo. Y los pronósticos del pavo se cumplen, por supuesto, y eso va creando una especie de memoria genética en la especie. Un pavo oye un villancico flamenco y es como si oyera una marcha fúnebre polaca.

Los nuevos usos sociales están desplazando al pavo del menú navideño en beneficio de manjares más exóticos, y eso que sale ganando el pavo. Sé de pavos que llegan a la víspera de la Navidad con la esperanza de que sus dueños cenen unos carabineros en salsa de piña o unas endivias rellenas de sesos de ánade al aroma de estoraque con muselina de arándanos. Pero suele tratarse de una esperanza vana: si eres pavo, lo normal es que te coman. Antes, el pavo podía librarse del asesinato navideño gracias al cordero o al besugo. Hoy, la salvación puede llegarle gracias a un libro de recetas vanguardistas, circunstancia que me alegra, porque les confieso que no hay cosa que me estremezca más que la mirada de pavor de un pavo durante la segunda quincena de diciembre, que es el mes de los difuntos para esas aves de corral, conocidas en terminología científica como meleagris gallipavo, aunque en realidad, y en atención a las circunstancias, deberían llamarse morituri te salutant.

Conocí una vez a un pavo que llegó a cumplir los 15 años. Era un pavo sosegado, de vuelta ya de todo, incluso de la tradicional envidia que los pavos comunes profesan a los vanagloriosos pavos reales. “¿Sabes una cosa, Felipe?”, me dijo el pavo. “Preferiría que me hubieran asado cuando era joven, porque te juro que no pasa un día sin que alimente la sospecha angustiosa de que me van a asar”. Es lo que se conoce como el síndrome del pavo viejo. Pero, en fin, con pavo o sin él, felices fiestas.

.

domingo, 20 de diciembre de 2009

VILLANCICOS

Hace varios años escribí estos villancicos levemente humorísticos y vagamente melancólicos para felicitar a algunos amigos.

Como las navidades son algo así como el eterno retorno de lo idéntico, van ahora.





VILLANCICO PEQUINÉS

Ni manjares palestinos
ni comida israelí.

Ni delicias de bovino
ni pato a la bengalí.

Mucho menos calamares.
Mucho menos colibrí.
No medusas de los mares.

Junto a la mula y el buey,
san José come chop-suey.


VILLANCICO ESQUIMAL

A Belén van cuatro focas.

(Para una foca
loca
cualquier distancia es poca.)

Cuatro focas más gordas que una foca
van a Belén.

“Pues muy bien”.

No.

Pues muy mal.

Si a Belén se van las focas,
¿qué comerá el esquimal?



VILLANCICO MEDIO SEFARDÍ DE DALLAS

¿Qué serad de mibi?
Meu habibi do estarad.
Habibi meu, Billy Cow.
Ay, qué solas quedarán
las vacas sin Billy Cow.




VILLANCICO BALCÁNICO


Pasaban tanta hambre
a veces
los pastorcicos
que sólo se sustentaban
de peces,
nueces y estambres.

Del hambre que pasaban
los pastorcicos.




VILLANCICO MARROQUÍ

A Belén llegó un morito.

Nunca lo hiciera.

Que preso lo cogieron,
fuese a galeras.

Bravo morito,
que ahora rema que rema
triste y contrito.

(Paisas que vais a Rabat,
rezadle por él a Alá.)

(Os lo pide Mustafá,
ex alfaquí de Alcalá.)


.

jueves, 17 de diciembre de 2009

BLUES CON MIGUEL RÍOS

.
Como no todo en la vida puede ser literatura, ahí va este enlace musical.

http://www.youtube.com/watch?v=i7tI_VS40TU


Fue en un programa de televisión. No habíamos ensayado, yo llevaba años sin tocar en un grupo y me encuentro de repente en un escenario inmenso, con una banda magnífica, con un público expectante, con las cámaras... y con Miguel Ríos.

Miguel se empeñó en que yo hiciera el solo de guitarra. Empezamos a tocar. Nervios por mi parte, como es lógico, temiendo equivocarme y tener que repetir la toma por mi culpa. Llega el momento del solo. No sé si me sale bien, pero al menos me queda cuadrado. "Uf, menos mal", me digo. Casi al final de la canción, Miguel interrumpe: tiene problemas con los monitores. De modo que a repetir. Me quedaba poca adrenalina, y en esa segunda ocasión el solo me salió regular, tirando a mal.

Luego, como fin de fiesta -whisky mediante, y con pitos carnavalescos- tocamos con Joaquín Sabina la gamberrada que podéis ver en este otro enlance.

http://www.youtube.com/watch?v=uoi9qeFfEeU

Se trata, en fin, de echar el rato.
.

martes, 15 de diciembre de 2009

EL FRÍO


Llega el frío y nos impone hábitos.
.
Llega el frío y, venciendo la pereza, desenrollamos las alfombras, que se han pasado varios meses de letargo cilíndrico, y la casa se vuelve más silenciosa y mullida, y los dueños de alfombras orientales entornan los ojos y se imaginan que están subidos a una alfombra mágica que sobrevuela el mundo, el mundo calentito del salón. Las alfombras absorben el ruido de los pasos y andamos sigilosos, como si fuésemos los fantasmas errabundos de una mansión encantada.
.
Este frío se ha hecho de rogar, pero aquí lo tenemos. Y cómo: stalinista y siberiano.

Llega el frío -el de verdad- y la ropa que abriga invade el espacio que ocupaba la ropa ligera de los veranos (y la ropa casi inútil de la primavera), esa ropa que apenas es ropa, una ropa reducida a su mínima expresión, porque el verano nos hace sentirnos como Adán y Eva, casi desnudos en el paraíso convencional de los pueblos turísticos. Llega el frío -el de verdad- y tocamos de nuevo la lana de los jerséis, porque a ver quién tiene el valor de siquiera tocar un jersey de lana en pleno verano.
Llega el frío -el verdadero: este- y sacamos por fin el edredón de pluma bajo el que dormiremos sepultados, en sustitución del edredón más ligero de entretiempo -¿aunque qué era eso?-, y alguna que otra noche nos despertará, digo yo, la lluvia, que golpeará con sus nudillos cristalinos las ventanas, como si quisiera meterse también debajo del edredón, porque la lluvia debe de pasar muchísimo frío. (La lluvia: ya casi un exotismo.)

Llega el frío y te pones a releer el manual de funcionamiento de los radiadores, porque ya no te acuerdas de cómo se fijaba el termostato y todo ese tipo de habilidades que tienen los radiadores. ¿Para qué va a perder el tiempo la memoria recordando durante los meses cálidos cómo funciona un radiador? Hay que dar vacaciones de vez en cuando a las neuronas, y las neuronas encargadas de custodiar el secreto del funcionamiento de los radiadores se han tomado sus vacaciones estivales tan a pecho, que se han olvidado incluso de que existen artefactos llamados radiadores, de modo que hay que refrescarles la memoria.

Llega el frío y en nuestra vida se instala el concepto de calcetín de lana. Qué artilugio tan raro es un calcetín. Los calcetines negros hacen que nuestros pies parezcan verdugos encapuchados. Los calcetines de cuadros hacen que nuestros pies parezcan gaiteros escoceses. Los calcetines blancos hacen que parezcan espectros. Si mueves los dedos dentro del calcetín, tu pie parece una marioneta.

Llega el frío y las mujeres sacan su colección de medias, esas medias que fingen una piel tersa de escultura, de carnalidad velada. Medias negras de luto y deseo. Medias de color carne para simular la desnudez de la carne. Medias de calados fantasiosos para hacer de las piernas una especie de tótem ambulante.

Llega el frío y sacamos los guantes, esos guantes de lana que dan un aire dickensiano a los niños y esos guantes de cuero que dan a los adultos un aire criminal. Llega el frío y sacamos las bufandas, esas bufandas que acabamos mordiendo cuando el viento sopla gélido y feroz, silbante y loco, y nos salta las lágrimas. Llega el frío y llegan los castañeros, con sus factorías de humo. Llega el frío y la luna se pone borrosa. Llega el frío, en fin, y nos encogemos un poco, camino adentro de nosotros mismos, para buscar allí el valor con que afrontar la helada, la metáfora evidente de la nieve.


.

domingo, 13 de diciembre de 2009

EL BELÉN





Los dioses se nos pueden morir entre las manos, porque son entelequias muy frágiles, pero persiste en nosotros el recuerdo del trato que mantuvimos con ellos allá en la edad de oro, en aquel tiempo poblado de deidades portentosas, de hadas y de duendes, de seres luminosos y pequeños, entrevistos en la oscuridad con los ojos aterrados de la fantasía.

De niños, cuando llegaban estas fechas, desembalábamos las figuras de barro: pastores, hilanderas hacendosas, herreros ante el yunque, ángeles anunciadores… Año tras año, aquellas figuras, al desenvolverlas, nos parecían nunca vistas y a la vez muy familiares, como si fuesen parientes venidos sólo por Navidad, tras su letargo en el interior de una caja sellada, embalsamados en hojas de periódico.

Y allí estaba el temeroso rey Herodes, a quien esclavos barbudos, reverentes y terribles, mostraban unas bandejas repletas de cabezas sangrantes de recién nacidos. Y el batallón de soldados de capa escarlata, rígidos y muy serios, con sus lanzas de alambre. De los envoltorios iba saliendo el durmiente bajo la palmera, la vieja que azuzaba unos cerdos, la buñolera ante su perol con aceite, y un gato atigrado a sus pies; el muchacho del torso desnudo que cargaba en sus hombros un carnero. Y luego el zoológico: las ovejas con lana fingida, las bandadas de gallinas policromas, los patos que flotaban, las cabras ventrudas, los polluelos y lechones, las palomas colgadas con tanza….

Llegaba el momento estelar con la aparición de los Magos de Oriente, suntuosos y exóticos, a lomos de caballos y camellos cuajados de atalajes, portadores de cofres que guardaban el oro, el incienso y la mirra. Aquellas majestades errantes por desiertos y por valles frondosos en pos de una alta estrella, brújula hipnótica de la Divinidad…

Hacíamos una excursión a los pinares para cortar lentisco -y para arrancar algo de musgo también si era húmedo el año- y otra excursión a la carpintería para pedir un poco de serrín. Y, luego, tras las labores paternas de electricidad y de carpintería, allí nos congregábamos todos, los niños enredando y los mayores pidiendo disciplina, y el belén, poco a poco, iba adquiriendo el aspecto de un bosque mágico, con sus grutas de corcho, con su nieve incoherente, con el fondo de papel que simulaba constelaciones del color de la plata recién limpia, con su río fluyente y rumoroso, movido por un motorcillo siempre dispuesto a averiarse. El serrín expandía su perfume a madera viva, y el calor de las luces hacía que el corcho evaporase sus humedades, y el lentisco de suave aroma y el musgo de blando olor parecían teñir de fragancia verde el aire, y la habitación en que estaba el belén olía de repente a campo abierto, y mirábamos el tornasol de las bombillas, su juego espectral de sombras, el crepitar de la hoguera simulada, todo color de luces de verbena y todo a la vez sombrío, envuelto en densa noche, pues suelen ser nocturnos los misterios.

Los dioses pueden morir, y de hecho mueren. Pero viaja uno en el tiempo, hacia atrás, hacia lo que ya no existe, y le conmueve la memoria de aquellos momentos en que montaba esos teatrillos con la inocencia de quien levanta un altar a un dios nacido para morir.


.

martes, 8 de diciembre de 2009

NOMBRES COMERCIALES



Igual que existe en los ayuntamientos un negociado que revisa los proyectos de los comercios que tramitan su apertura, creo que debería existir también un negociado que inspeccionara el nomenclátor de tales comercios, para evitar en lo posible los bautismos anodinos, ya que, a fin de cuentas, todos los comercios inciden en lo que ahora se llama el paisaje urbano: a lo mejor no entramos en nuestra vida en la Mercería Merchi, pero igual tenemos que pasar veinte veces al día por delante del letrero que la anuncia. Pues bien, y a eso iba: si existiera ese negociado, Merchi, titular de la Mercería Merchi, recibiría un escrito municipal en estos términos: “Señora Merchi, una vez revisado su expediente, le proponemos que su comercio pase a llamarse El Botón Diligente o, en su defecto, La Hebilla Versallesca. Contra esta resolución cabe recurso en el plazo de quince días hábiles”.

La abundancia de franquicias ha uniformado una buena proporción del comercio, de modo que no hay cosa que se parezca más a una calle comercial de Cádiz que una calle comercial de Londres. Y, dado que cualquier síntoma de globalización resulta alarmante para los partidarios de los hechos diferenciales, deberíamos extremar el celo, ya digo, en la singularización nominal del pequeño comercio.

Podríamos empezar por las funerarias, que tienden por rutina al simbolismo lúgubre en su denominación. Se le ocurren a uno marcas diversas para estos negocios que tienen la particularidad exclusiva de que sus clientes sean difuntos: Funeraria la Sorpresa Póstuma, o incluso, si se es partidario de las acuñaciones humorísticas, Funeraria el Hasta Luego, Lucas. Podríamos seguir por las panaderías, ya que no es lo mismo una Panadería Martínez que una Panadería la Levadura Hechizada, no es lo mismo una Panadería Santa Catalina que una Panadería la Blancura Etérea. Y con las confiterías lo mismo: algo que sugiera lujuria y dulzura, capricho y pecado venial… No sé: Confitería el Cuello de Azúcar, o bien Pastelería la Perla Secreta.

Las pescaderías son de los negocios que menos se preocupan por la búsqueda de una marca, y casi todos los pescaderos recurren a su apellido, como si los peces fuesen parte de la familia. No sé por qué, ya que hay bastante campo: Pescadería el Escualo Sigiloso, Pescadería la Caracola Meditabunda, Pescadería la Gamba en Fuga… Las fruterías tampoco van mucho más allá, y es una lástima, porque toda fruta tiene algo de producto venido directamente del Jardín del Edén antes de que las cosas se torcieran allí por una simple manzana.

Y, aparte de estas tonterías, qué frío.
.

jueves, 3 de diciembre de 2009

NUEVO LIBRO VIEJO


No creo que los blogs estén para hacerse uno propaganda, pero supongo que, en el fondo, todo queda en familia.
Va la noticia -y es un decir- por si a alguien le interesa: Visor acaba de sacar una nueva edición de mis Vidas improbables, una antología de poetas apócrifos.
El libro se editó por primera vez en 1995. Esta es una edición muy ampliada, con mucho material nuevo y con nuevos poetas fantasmales: un modernista sanluqueño tentado por la vida disipada, un ultraísta que a la vez fue latinista, un surrealista desventurado, un beat...
En algo, en fin, hay que distraerse.
En esta galería de apócrifos hay un individuo, caligráfo versátil, que se dedica a falsificar poemas de celebridades: Keats, Pessoa, Leopardi, Eliot, Auden, Emily Dickinson...
Doy a continuación su falsificación de Borges.
.
P L A T Ó N
Jorge Luis Borges


Desde su sueño en vilo un hombre urde
La leyenda del alma y la caverna,
De los dos que son uno y de esa eterna
Abstracción del amor. Nada le aturde:
Su épica es la busca laboriosa
De un espejo perfecto que deforme
La imperfección de sombra de la informe
Figuración del ser, que a cada cosa
Otorga una apariencia engañadora.
Sabe que el universo es una puerta
Que abre otro laberinto. Está desierta
La noche sin su luna. Ve la aurora
A un griego que divaga y que se asombra
De ser entre las sombras otra sombra.




NOTA. Esta tosca falsificación –una de las pocas en lengua española que conocemos de Rogelio Vega- circuló manuscrita con la caligrafía de doña Leonor Acevedo, madre del poeta ciego. Lleva diversas anotaciones, a saber: en el verso 4, “ritmo rígido”; versos 6 y 7, “rima intolerable”; “corregir asonancias versos 9 y 12 con versos 5 y 8 y con versos 13 y 14”.
.