jueves, 26 de septiembre de 2024

A MESA Y MANTEL

 


(Publicado en prensa)

La vida es complicada de por sí, lo que no quita que pongamos todo de nuestra parte para complicarla un poco más. Para añadirle complicaciones, disponemos, no sé, de las guerras propiamente dichas y de las guerras comerciales entre grandes potencias, de las tediosas guerrillas retóricas entre gobierno y oposición, de las noticias falsas y de la inteligencia artificial, de TikTok y de Instagram, de los estados democráticos que optan por transformarse en estados terroristas en nombre de la democracia y, en fin, de ese catálogo creciente de fantoches vociferantes en cuyas manos vamos dejando el rumbo de las realidades colectivas. Etcétera. (Muy etcétera y mucho etcétera, que diría alguno).

         Aparte de los referidos, hay un factor de complicación en boga: el de la alimentación. En una época en que los cocineros aplican conceptos casi metafísicos a su tarea y en que cualquier comensal se concede a sí mismo el doble grado de gourmet y de sumiller –grado del que hace gala incluso en una venta de carretera-, el caso es que ya no sabemos ni lo que comemos, en buena parte porque el etiquetado de los comestibles nos suena a poema épico, pues el nombre de los aditivos alimentarios parecen más bien de héroes míticos: Azul de Antraquinona, Betacaroteno, Licopeno de Blakeslea Trispora…

Hemos llegado al punto en que leer la etiqueta de un producto comestible nos produce el mismo efecto aterrador que el de leer el prospecto de un fármaco, de modo que no leemos ninguno de los dos, para de ese modo no renunciar a alimentarnos ni a curarnos. Se da la paradoja, además, de que muchas de esas sustancias misteriosas que se añaden a los alimentos son las que, según avisan los expertos, nos conducen a medio o largo plazo al consumo de medicamentos, lo que nos traslada de nuevo al territorio incómodo de la paradoja: si los alimentos no llevasen esos aditivos que aseguran su conservación prolongada, una buena parte de la humanidad moriría de desnutrición, aunque otra buena parte de ella morirá precisamente por nutrirse. Dicho de otro modo: para que muchos podamos comer más o menos bien, todos tenemos que comer más o menos mal. (Nuestra pequeña dosis diaria de pelargonidina, que podría ser el nombre de una princesa medieval, o de tiabendazol, que podría ser el nombre de un caudillo tártaro…)  

         Según el influencer que nos depare el azar, el hecho de tomarse en ayunas un batido de puerros, zanahorias, cúrcuma, aguacate y remolacha –pongamos por caso- nos purificará el hígado, dará tersura a nuestro cutis o nos provocará una diarrea depurativa. Según el médico que nos toque, el café será dañino para nuestra presión arterial o un escudo contra la diabetes. Y así hasta donde queramos.

         En cualquier caso, buen provecho.

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lunes, 9 de septiembre de 2024

GRANDES CUESTIONES




 (Publicado en prensa)

Abro el buzón y me encuentro con un folleto editado por una organización religiosa. Lo encabeza este reclamo: “¿Dónde hallar respuestas a las grandes cuestiones de la vida?”. 

       Al pronto, me quedo meditabundo, calculando la cantidad de lugares posibles en que poder hallar esas respuestas, pero sobre todo preguntándome cuáles son en realidad “las grandes cuestiones de la vida”, ya que la vida de la mayoría gente se sustenta menos en las grandes preguntas que en las pequeñas y triviales: dónde hemos puesto las llaves del coche o la tarjeta sanitaria, cómo funciona la endiablada sede virtual de un organismo público, en cuánto tendremos el colesterol, si nos saldrá dulce o insípido el melón que acabamos de comprar con la misma incertidumbre esperanzada que quien compra un boleto de lotería … Ese tipo de asuntos, en fin, que nos mantienen ocupada la mente a lo largo de la jornada y no dejan hueco para pensar en las grandes cuestiones, lo que por una parte está bien, pues las grandes cuestiones suelen provocar vértigos metafísicos, pero por otra no tanto, ya que puedes pasarte la vida esquivando las grandes cuestiones, pero cuando llegas al tramo final de tu vida corres el riesgo de caer en la cuenta de que la vida se te ha ido en tonterías, y ahí vendrán las lamentaciones.

         Tras esta elucubración ociosa, compruebo que el folleto da tres opciones para hallar respuestas a las ya mencionadas grandes cuestiones de la vida, a saber: 1) en la ciencia, 2) en la filosofía y 3) en la Biblia. Viniendo de quien viene el folleto, la opción correcta no puede ser otra que la tercera, claro está, porque los de esa organización religiosa no lo tienen muy claro con la ciencia en general y no creo que consideren que la filosofía sea más que una abstrusa verborrea pagana, en lo que según qué casos no les falta algo de razón.

         Para seguir con el concurso de enigmas, en la contraportada del folleto se plantea lo siguiente: “¿Cuál de estas preguntas es más importante para usted?”, y de nuevo proponen tres opciones: 1) “¿Cuál es el sentido de la vida?”, 2) “¿Es Dios culpable del sufrimiento?” y 3) “¿Hay vida después de la muerte?”. Ahí no hay premio, y no creo que nadie se sienta con la autoridad intelectual o escolástica suficiente no ya para responderlas, sino ni siquiera para establecer una preferencia entre las tres, dado que todas ellas nos llevan a una especie de abismo ontológico, y en esos abismos resulta fácil caer, pero casi imposible salir, al menos con la cabeza medio en condiciones.

         Hay días, en fin, en que más vale no abrir el buzón.


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