Ha muerto la pintora Carmen Laffón, que tan delicada fue en su obra como en su trato y que tan enérgica y exigente fue con respecto a su arte.
Tan querida por muchos como admirada por todos.
En 1996 le escribí este poema para el catálogo de una exposición de sus esculturas.
ANTE UNAS ESCULTURAS DE CARMEN LAFFÓN
La mano sobre el bronce toca el frío
corazón detenido de una niebla.
Toca
la inconmovible soledad de los objetos
dispuestos en un orden de espectros cotidianos.
La blancura desnuda
la exacta realidad, sobrecogida
de su propia extrañeza, y tan inmóvil.
La blancura parece
un tiempo destruido, un rastro de ceniza
afantasmada.
Y fantasmal se expresa, y rotunda a la vez, la
realidad,
detenida en su helor.
Quieta en su hondura.
Un fragmento de mundo
contiene la inquietud de todo un mundo.
Y qué espectral y en sí,
y qué ajena y qué firme
en su propia existencia cada cosa.
Aquí la claridad más honda de la nada:
lo blanco es una forma del vacío.
Y el tiempo pasa, con su guante blanco,
sobre la vida inerte.
Y el tiempo son las cosas que se rompen
por la presión desamparada
de su afán de existir entre nosotros.
1 comentario:
¡Madre de Dios! Si tu prosa sigue siendo futuro, esto que acabo de leer qué coño es? Debe existir algo más allá del futuro. Tu poema es la prueba.
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