El género humano es aficionado a realizar documentales sobre el mundo animal, documentales que luego las cadenas televisivas tienden a programar a la hora de la siesta, quizá porque en esos documentales se come mucho: el guepardo, por ejemplo, se come en cuanto puede a una gacela Thompson, ese herbívoro que puede alcanzar una velocidad punta de 100 kilómetros por hora para no acabar convertido en un improvisado steak tartare y que apenas duerme una hora al día, supongo que por el mismo motivo. Y así sucesivamente: en el reino animal no sólo tienes que preocuparte de a quién te vas a comer, sino también de quién puede comerte.
Vemos un documental sobre, qué sé yo, los escarabajos, y nos decimos: “¡Qué curiosos son esos bichos! ¡Qué listos son estos coleópteros!”, porque estamos predispuestos a sentir admiración por las destrezas de los animales, sin pararnos a pensar que son precisamente esas destrezas las que les permiten perdurar como especie. Imagínense, no sé, que los leones no tuvieran dientes o que las hormigas fuesen criaturas individualistas. Tres días les echaba yo sobre la tierra, a no ser que los leones se convirtiesen a la dieta vegetariana y que las hormigas adoptasen el relajado plan de vida de las cigarras cantoras, al menos en la medida de lo posible, porque nunca han tenido las hormigas afición al canto, que yo sepa.
Pero imaginemos que hubiese otra especie animal en nuestro planeta con capacidad y medios para realizar documentales televisivos y que dedicara uno de ellos a la especie humana. Oh, Dios mío. Más vale no pensarlo siquiera: “Durante la época de calor, un buen número de humanos emigra a las zonas cálidas y se recubre el cuerpo con aceites vegetales para protegerse de las radiaciones solares”. (“¡Qué listos son estos humanos!”, exclamarían los telespectadores del reino animal.)
“Cuando tienen vacío el frigorífico, los humanos acuden a un supermercado para proveerse de víveres. Una vez elegidos los productos con arreglo a su precio y a sus virtudes nutricionales, los humanos hambrientos pasan por un control que está gobernado por una hembra llamada cajera y regresan a sus hogares con alimentos que les durarán al menos una semana, que es la previsión media de sus incursiones a la despensa comunal de víveres. Los restos alimenticios son metidos en bolsas y, de noche, unos ejemplares macho revestidos de tejido reflectante recogen esos desperdicios y los acumulan en zonas alejadas de los habitáculos. Tales desperdicios pueden consistir incluso en recipientes de metal de cierre hermético, ya que el género humano, para poder mantener los alimentos en condiciones higiénicas durante el mayor tiempo posible, ha desarrollado una curiosa técnica que le permite conservar durante años unos mejillones o unos berberechos”. (“¡Qué bichos tan listos!”, dirían los otros bichos, salvo quizá los mejillones y los berberechos.)
“En las épocas de frío, los animales humanos se revisten con prendas elaboradas con materiales provenientes de otros animales, ya sean ovejas, conejos o visones, dependiendo de la casta a la que el humano en cuestión pertenezca, y sus conversaciones giran fundamentalmente en torno al frío que hace, que es su tema recurrente cuando hace mucho frío, así como lo es el calor cuando hace mucho calor”.
En fin, eso: que están muy bien los documentales.
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