La Junta de Andalucía ha tomado medidas drásticas para impedir rebrotes: las discotecas, en vez de cerrar a las 7 de la mañana, tendrán que hacerlo a las 5, ya que se supone que está científicamente demostrado que el virus suele levantarse a eso de las 5 y cuarto.
jueves, 30 de julio de 2020
domingo, 26 de julio de 2020
LO UNO Y LO OTRO
(Publicado ayer en prensa)
A estas alturas, tenemos la
sensación de habernos convertido en actores del teatro del absurdo, tras pasar
por situaciones que han puesto a prueba no solo nuestra responsabilidad
colectiva, sino también nuestra credulidad individual.
Nos hemos
visto encerrados, por decreto, en nuestra casa, de la que podíamos salir para
comprar tabaco, pero no para comprar utensilios para repintar el salón y así
distraer el ocio y la angustia. Podíamos ir al supermercado a comprar garbanzos
o ginebra, pero no a la zapatería a comprar unas babuchas que nos hicieran más
confortable el confinamiento. Podíamos ir al hospital pero más cuenta nos traía el no ir.
Podíamos hacer cola en la frutería o en la panadería, pero no podíamos pisar la
playa.
Se trataba de
aceptar, en definitiva, la gestión caótica del caos. La alternativa consistía
en no gestionarlo ni bien ni mal, como decidieron en un principio mentes de lucidez tan acreditada como las de Trump, Johnson o Bolsonaro.
Todo era un
poco incoherente, sin duda, pero decidimos darlo por necesario, y eso me parece
modélico y plausible. ¿Obedecimos por responsabilidad? ¿Por miedo? Lo mismo da
una cosa que otra: hubo que asumir la evidencia de una catástrofe para evitar
una catástrofe mayor. Al fin y al cabo, lo que hasta hace nada considerábamos
un patrón de vida normal tampoco es que fuese demasiado normal, y esta nueva
normalidad es tan anormal, en esencia, como la antigua. Simplemente hemos
cambiado de parámetros sociales mediante el cambio forzoso de nuestros
parámetros mentales: antes de esto, el peligro estaba en que nos picase el
mosquito del dengue o en que nos mordiera una víbora si andábamos de turismo
por la Amazonia; ahora, el peligro puede estar en que un familiar te bese o en
que un amigo te estreche la mano.
De repente,
todos hemos ido a parar, en fin, a la categoría de los hipocondríacos.
Bueno, todos
no… En los mundos alternativos de la conspiranoia, donde la realidad se
convierte en una fantasía oscura, se ha optado por negar la existencia del
virus, lo que en principio debería ser una fuente de tranquilidad para ellos,
pero el caso es que los conspiranoicos han entrado en pánico: están convencidos
de que la presunta pandemia no es más que una maniobra camuflada para
exterminar a buena parte de la población mundial, al dictado de Gates y de Soros,
que serían en realidad unos genocidas disfrazados de filántropos.
Se ve, en
definitiva, que nadie puede ser del todo feliz en tiempos de desventura global.
Tampoco puede
ser feliz el PP con el fondo europeo de ayudas, pues lo que puede ser
beneficioso para los españoles puede no serlo para su España, según parece. De
ahí el que opte por convertir una buena noticia en una noticia pésima, gracias
al mismo procedimiento psicológico por el que otros deciden que lo peor que
puede ocurrirnos es que se encuentre una vacuna para una enfermedad.
Ante
situaciones absurdas, tendemos a volvernos absurdos.
Ahora la mascarilla es
obligatoria y la discoteca opcional, por ejemplo.
Y ahí vamos.
.
domingo, 12 de julio de 2020
EL VICEPRESIDENTE
(Publicado ayer en prensa)
Quienes no
miran con simpatía al Gobierno central tienen un consuelo: es posible que a
quien menos le guste el Gobierno actual sea al actual presidente del Gobierno.
Es posible que tampoco le guste al vicepresidente segundo, pero también
es posible que le entusiasme. Incluso ambas cosas a la vez, dada la comodidad
estratégica de su cargo: para él, el mérito de las medidas sociales implantadas
a raíz de la pandemia; para el presidente, la ruina social que ha traído la
pandemia, por ejemplo. Esa armonía disfuncional. Si el vicepresidente no
ha guardado lealtad a los suyos cuando no le han brindado mansedumbre, resultaría
demasiado optimista suponer que vaya a guardársela a quien es menos su socio de
coalición que el enemigo que le impide sacudirse el prefijo “vice”.
Para un yo muy pronunciado, la necesidad de un “nosotros” viene a ser
al fin y al cabo una humillación jerárquica, y eso vale tanto para el
presidente como para el vicepresidente, que se han coligado por la misma razón por
la que lo hicieron la rana y el escorpión de la fábula, aunque esperemos que
con un desenlace menos dramático.
El vicepresidente sabe tensarle la
cuerda al presidente, a quien da trato de rehén, cuando no de subalterno: un
día se arroga la autoría ideológica del salario mínimo vital y otro día propone
un pacto entre UP, EH Bildu y PSE para la formación de un gobierno vasco. Es la
ventaja de estar donde se está y a la vez la ventaja de no estar del todo donde
se está.
El vicepresidente es uno de los políticos
del momento que peor soportan un viaje a la hemeroteca, lo que no es decir poco.
En el pasado, confesó que su ilusión consistía en ser un presentador
televisivo, y lo fue, y sigue siéndolo, aunque con otro formato: ya no actúa
para entretener a los espectadores, sino para hechizar a los electores, y no lo
hace desde un plató, sino desde el consejo de ministros. La diferencia es poca
y mucha a la vez, aunque el actor sigue inalterable: alguien que disfruta de
una especie de teatralidad bipolar, pues lo mismo nos habla en registro de perdonavidas,
enseñando el colmillo, que adopta un tono melifluo de misionero franciscano.
¿Cuál de los dos roles le sale mejor? Quién sabe, aunque en el de perdonavidas transmite
autenticidad, mientras que en el de misionero franciscano levanta sospechas no
sólo de impostura, sino también de sobreactuación.
Ahora anda en esa extraña intriga de la
tarjeta robada, que ha introducido en la política nacional los trepidantes enredos
postadolescentes en torno a la telefonía móvil, al parecer con las cloacas del
Estado de por medio, aunque con menos aire de Le Carré que de Mortadelo y
Filemón.
Y una aclaración tal vez superflua o quizá
no del todo: se puede recelar de un vicepresidente de izquierdas sin ser de
derechas. Lo digo por si acaso.
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sábado, 4 de julio de 2020
viernes, 3 de julio de 2020
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