domingo, 27 de junio de 2021

EL TÚNEL

 (Publicado ayer en prensa)


De un día para otro, vimos cómo nuestra forma de vida se transformaba en una distopía sujeta a todas esas reglamentaciones que nos resultaban desoladoras y absurdas en aquellas novelas que nos pintaban un futuro deshumanizado y sometido a la mano de hierro de unos entes totalitarios y vagamente fantasmagóricos.

De la noche a la mañana, pasamos de disfrutar de unos espejismos de libertad a padecer las fantasías inquietantes de una pesadilla. Retrocedimos también a la infancia: si no volvíamos a casa a la hora señalada, nos exponíamos a un castigo.

En muy poco tiempo, el tiempo mismo dejó de ser una secuencia para convertírsenos en un presente estático en el que se habían abolido el calendario y los relojes, en el que todo giraba sobre sí mismo, en un bucle de esperanzas fallidas, de expectativas defraudadas: nos íbamos a dormir con la ilusión de poner la radio por la mañana y oír la noticia de que aquello ya pasó, de que por fin se había acabado, de que volvíamos a ser como antes en el mundo de antes.

         De un día para otro, la vida se nos convirtió en una novela de terror, y todos estábamos dentro de esa novela como una tropa de personajes secundarios y repentinamente neuróticos que daban por hecho que el tocar un picaporte en nuestra casa o una botella de aceite en el supermercado podía provocarnos la muerte en cuestión de días. Nos poníamos guantes contra esa muerte, pero la paranoia nos susurraba que nuestros guantes también podían estar contaminados de muerte. Que tocarnos la cara con nuestras manos enguantadas era también un peligro de muerte. Porque la muerte dejó de ser una palabra de uso excepcional para convertirse en un comodín en las conversaciones, y oíamos las cifras diarias de muertes con una mezcla de estupor, de resignación y de espanto, con ese fatalismo sombrío con que se asumen las cifras de caídos en una guerra.

Lo que podía matarnos, en fin, era invisible y podía estar en cualquier parte, podía metérsenos en casa con la cesta de la compra, con la brisa, con el mensajero que nos dejaba un paquete que manipulábamos como si se tratase de un paquete bomba.

         De un día para otro, fuimos seres con mascarilla, seres con media cara, conscientes como nunca de los rumores de nuestra respiración bajo un tejido que se encargaba de evitarnos el acabar entubados en un hospital. Pasamos de estar en el centro de la vida a escondernos en los márgenes de la vida. Hemos aprendido a sabernos frágiles. Hemos aprendido que el miedo individual puede disfrazarse de heroísmo colectivo.

         A estas alturas, dicen algunos que vemos ya la luz al final del túnel. Es posible. Como también es posible que la desesperación y el hartazgo nos hagan ver una luz donde hay aún mucha tiniebla. No sé. Parece ser que ahora toca sugestionarnos con la idea alegre de que esto ya pasó. De que recuperamos en público la mitad de nuestra cara de cara al verano. Pero…


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sábado, 26 de junio de 2021

PESSOANA


Tirada de 100 ejemplares numerados y firmados en colofón por el autor y el ilustrador, realizados en forma artesanal en papel Fabriano de 160 gramos, cosidos al lomo, 16 páginas.

PVP: 20 euros.
PEDIDOS:
Teléf. 676 77 88 74
pedidos@libreriadelcentro.es

domingo, 13 de junio de 2021

LA CARTA

 (Publicado en prensa)



La carta que Oriol Junqueras ha dirigido al orbe ha gustado más al Gobierno central que a los correligionarios del propio Junqueras, que se han apresurado a matizar los razonamientos difusos de su mártir más emblemático.  Dejando a un lado a la CUP, instalada en la inmovilidad del dogma, a quien menos ha gustado esa carta, no obstante, es a la derecha ultracatalanista, asociada con ERC para definir una “nueva Generalitat republicana” a través de un gobierno “escogido con normalidad parlamentaria”, dentro de lo normal que resulta que un partido de izquierdas se alíe con uno de derechas, en una unión de conveniencia que no se sustenta en un programa, sino en una utopía.

         Casi todo en esta vida tiene sus derivas paradójicas: si bien la de Junqueras ha sido recibida como una carta de amor en el Gobierno central, ha sido abierta como un paquete bomba en la política catalana, a pesar de esa ilusión de armonía que los partidos independentistas intentan exportar. Cataluña tiene un conflicto con España, pero tiene, sobre todo, un conflicto consigo misma, a menos que se calcule que la instauración de una república concertaría allí unas ideologías antagónicas, ya que el vínculo coyuntural entre ERC y JxCat no pasa de ser un acuerdo artificial establecido sobre la base de un futurible más que improbable, lo que no parece que sea un punto de partida especialmente prometedor.

         ¿Y qué dice la carta de Junqueras? En esencia nada. O al menos nada novedoso. Pero lo que se lee entre líneas resulta claro: que su permanencia en la cárcel supone una pérdida de tiempo no sólo para él, sino también para la consecución de una Cataluña libre. Si invadimos el territorio de la conjetura, cabe suponer que esa carta no responde tanto a una inspiración espontánea de Junqueras como a una sugerencia del Gobierno central, necesitado de “gestos” que fortalezcan la concesión del indulto y neutralicen el vocerío justiciero de las derechas españolistas.

         Fiel a su talante eclesiástico y tendente al mesianismo, Junqueras sugiere que el indulto paliará “el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana”. Bueno, el sufrimiento de la sociedad catalana en pleno no podemos saberlo con exactitud, pero el suyo personal desde luego que sí, lo que no es poco, sobre todo si identifica su dolor con el de todo un pueblo.

         Hay quien supone que la experiencia carcelaria ha hecho reflexionar a Junqueras y atemperar sus afanes, aunque resulta raro que una persona tenga que pasar por la cárcel para caer en la cuenta de que el incumplimiento de la ley puede llevarlo a la cárcel.

         Se trataría, al parecer, de desjudicializar el conflicto, a pesar de tratarse de un conflicto esencialmente judicial. Pero no olvidemos que la política tiene su magia: lo mismo desjudicializa que politiza. Y no estaría mal, al menos de vez en cuando, despolitizar también la política.


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