viernes, 30 de octubre de 2015

SUELTOS

A todo escritor le conviene estar convencido de que escribe obras inmortales, aunque con el convencimiento paralelo de que el más inepto de los ineptos está convencido de exactamente lo mismo que él.


En este mundo, lo único que está del todo claro es que un pesimista no puede ser meteorólogo.


A la "solemne" resolución soberanista que aprobará el parlamento catalán sólo se le puede poner una pega, y de mero matiz: declara que la Cataluña independiente tendrá "forma de república", pero el caso es que todos los indicios apuntan a que ya tiene un señor feudal.


Para cualquier "declaración solemne", ya conocemos el antídoto: la risa floja.

domingo, 18 de octubre de 2015

ENTRE LEYENDAS



(Publicado ayer en prensa)


El pronóstico de Antonio Machado parece seguir vigente: una de las dos Españas puede helarnos el corazón, sobre todo si resulta que la otra España está que arde. El problema –o el consuelo, según se mire- es que las dos Españas son al menos tres: la tercera en discordia sería esa España boquiabierta que observa a las dos Españas tradicionales, las de las banderas y los himnos antagónicos, las de las abstracciones en pugna, ya que cualquier forma de patriotismo tiene una vocación intimidatoria: por clarividencia infusa, el patriota intenta convertir su parte en el todo y hacer que su cuota de realidad privada se imponga a la realidad colectiva, que paradójicamente nunca es colectiva. Entre quien besa una bandera y quien escupe sobre esa misma bandera no hay tanto una disconformidad ideológica de fondo como un desajuste de forma, pues la sugestión simbólica es idéntica: la bandera como cosa en sí. Todo el que escupe sobre una bandera acaba besando, en definitiva, otra bandera.

Estamos en el momento de los discursos heroicos, y eso casi nunca es buena señal, ya que quien recurre a la retórica del heroísmo no sólo se cree un héroe, sino que además está exigiendo adhesiones inquebrantables a su ensueño. (Estamos también en el momento de la retrohistoria, de las interpretaciones del pasado a capricho y conveniencia, y eso es tal vez una señal aún peor, a pesar de ser muy divertida: el día menos pensado alguien nos dirá que el homo erectus, cuando atacaba en grupo a un mamut, estaba practicando una forma de salvajismo tan censurable como la de los partícipes en el festejo del Toro de la Vega. Tiempo al tiempo.) En esta España de Españas conviene que seamos juiciosos ante la proliferación fervorosa de fantasías patrióticas de cualquier signo, dado que toda identidad presuntamente colectiva necesita un antagonista para definirse, entre otros motivos porque una identidad mancomunada no es nada por sí sola. Quienes anteponen el concepto de “estado” al concepto de “patria” entienden que se trata de nociones que suelen ir en tangente; en cambio, quienes invierten los términos tienden a considerar que ambos conceptos son inseparables. A fin de cuentas, quien defiende el concepto de “estado” está defendiendo un modelo de funcionamiento social; quien defiende una patria, por el contrario, no sabemos con exactitud qué pretende defender, ni contra quién, y es posible que el patriota tampoco lo tenga muy claro. 

Entre la defensa de la sanidad y la enseñanza públicas y la defensa efusiva del apóstol Santiago o de Wifredo el Velloso existe, en fin, una ligera diferencia. No son defensas incompatibles, desde luego, pero creo que estaremos de acuerdo en que el beneficio que nos reporta cada cual sugiere prioridades. ¿Pero cómo se combaten las leyendas?

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sábado, 17 de octubre de 2015

Bueno, todo se acaba. Después de siete años, fin de la revisión general de la novela.
La he dejado en manos de un acupuntor.


jueves, 15 de octubre de 2015

FANTASÍA DE MANHATTAN

(En el último número de la revista LITORAL publiqué este pie -en clave cinematográfica- para esta fotografía de Elliott Erwitt.)




FANTASÍA DE MANHATTAN

La actriz Fay Wray ha salido a pasear en la madrugada de niebla, esa niebla que se desliza en la oscuridad como los dedos errabundos y ciegos de un fantasma.

Sus pasos han guiado a Fay Wrey, como casi todas las noches de los últimos 20 años, al mirador desde el que se divisa el Empire State, con su silueta de jeringuilla. Fay Wray pasea de madrugada porque no puede dormir. 

Fay Wrey no puede dormir porque en sus sueños aparece el monstruo, y el monstruo la despierta. 

Fay Wray sueña que no es Fay Wray, sino su personaje Ann Darrow y que el gigante la transporta en su palma como si fuese una joya o un juguete. Sueña con los ojos titánicos y enamorados de la bestia vanidosa y de corazón vulnerable. Recuerda el aliento del coloso, aquel aliento como de manglares en proceso de fermentación. 

Todas las madrugadas, la actriz Fay Wray mira el Empire porque allí mataron al animal que se empeña en revivir en sus sueños, el animal que no la deja dormir. Una parte de ella –su cuota de Ann Darrow- se niega a asumir la muerte del monstruo galante. Era aterrador y delicado. Olía como toda una jungla. 

Cada noche, Fay Wray intenta convencerse –para poder dormir- de que King Kong está muerto.

domingo, 11 de octubre de 2015

FRAGMENTO DE LA NUEVA NOVELA

(En el nº 118 de la revista Clarín he publicado un fragmento de la nueva novela. Este es un fragmento del fragmento que doy allí.)




           (...) A pesar de estar medio en el limbo, mi pobre madre me agenció una tarea inesperada: acompañar a don Eladio Escapachini a Alcalá de Henares.
            Este don Eladio Escapachini había sido catedrático de historia en un instituto de Cádiz y estaba cegatón, hasta el punto de que ni siquiera los cristales con fondo de abismo polar de sus gafas le permitían ver mucho más que siluetas y borrones.
Cuando lo jubilaron, Escapachini se mudó al pueblo con su biblioteca, con su menaje de solterón y con sus erudiciones múltiples, dispuesto a seguir dando guerra en el territorio minado de las conjeturas históricas, para lo que tuvo que recurrir a la colaboración de Jiménez Pinzón, cronista oficial de nuestra villa, convertido en sus ojos, en su mecanógrafo y en su compinche de rastreos por las regiones nebulosas de Tartessos o por las calles luminosas de Gades bajo el esplendor del linaje de los Balbo.
Por lo que logré enterarme (mi informador fue alguien de tan poca solvencia intelectual como Fantomas, que sólo entendía de ovnis, aunque su juicio venia avalado por lo que le habían contado al respecto los próceres locales), Escapachini se había aventurado a arriesgar más de la cuenta en sus ensayos históricos, que editaba a su costa en la Tipografía Gadir, y la comunidad científica de la provincia no había tenido más remedio que refutar sus fantasías, que eran al parecer del género florido en cuanto a estilo y libérrimas en cuanto a fuentes y conclusiones: don Eladio Escapachini lo mismo ofrecía a los curiosos la localización exactísima del templo de Hércules que el fenotipo ideal de los fenicios, y con esas novelerías, camufladas de ciencia, buscó la buena fama y la honra profesional, para acabar en la otra punta. Aun así, era miembro de número de una academia jerezana en la que cabía el debate sobre asuntos científicos, humanísticos y, sobre todo, relativos a las bellas letras, y tan antigua y acreditada era por lo visto la historia de tan alto organismo, y tan fino el entendimiento de sus componentes electos, que se preguntaba uno cómo no había salido todavía de alguna sesión plenaria de aquella institución no ya una nueva fórmula para el soneto o la endecha, sino incluso el remedio filosófico definitivo para los males del espíritu humano tanto a nivel de grupo como de individualidad. “Allí sólo entran los mejores”, según nuestro catedrático, a quien se le doraba la boca por dentro con sus jactancias.
Al poco de venirse a vivir a Rota, Escapachini, fiel a su costumbre, promovió un pequeño escándalo erudito, ya que se animó a suponer que el nombre de nuestro pueblo provenía de la diosa fenicia Astarté, que derivó en el topónimo Astaroth, que a su vez derivó –tras un proceso de derivaciones igualmente misteriosas- en Rauta, que era el nombre –a un tris del actual- con que se lo designó en los tiempos de la dominación árabe, cuando era señor de la villa el aguerrido caudillo Sayf al-Dawla, gloria musulmana. Aquellas suposiciones las argumentó en un artículo que le publicaron en la revista de las fiestas patronales, con la mala suerte de que, unos meses después, un catedrático de la universidad de Sevilla que veraneaba en el pueblo publicó en la revistilla del Casino Municipal una desagradable refutación: Astaroth no era un nombre antiguo de Rota, sino más bien el de un demonio que tenía el rango de gran duque del infierno, mientras que el moro Sayf al-Dawla, más conocido como Zafadola, jamás pisó estos pagos, ya que no fue señor de Rauta, sino de Rueda, allá por la parte de Zaragoza. Escapachini, por lo visto, eludió cualquier controversia, como si el asunto no fuese con él, actitud que compartió con el cronista oficial Jiménez Pinzón y con el dueño de la recién inaugurada Autoescuela Astaroth, que había aprovechado la información contenida en el artículo del catedrático para bautizar su negocio con un nombre de resonancia forastera.
            Era el caso, en fin, que Escapachini tenía que ir a Alcalá de Henares a soltar una conferencia sobre el origen y la decadencia de Tartessos, invitado por un amigo suyo, compañero de armas en la remota milicia, que estaba igualmente jubilado y que presidía allí un círculo cultural-recreativo. Dado que Jiménez Pinzón tenía buena la vista pero dislocada la presión arterial, no se atrevía a acompañar a su socio de investigaciones en aquella expedición a una de las cunas mundiales del saber y, dado que Escapachini no podía viajar solo, entré en juego yo, que jamás había viajado más allá de Cádiz capital y del campamento de Cerro Muriano. “Así conoces mundo”, me animó mi madre, y la verdad es que aquella perspectiva me ilusionaba: lo lejano.
            Era la primera vez que hacía una maleta de viajero, ya que la que hice para irme a la guerra imaginaria lo era de cautivo, y a mi madre todo le parecía poco: vengan mudas y camisas, en previsión de lo imprevisible. “¿Cuánto va a pagarme?”, y mi madre me contestó que eso era lo de menos, que lo importante era al fin y al cabo la experiencia del viaje, y me pareció bien: la experiencia, el viaje. (...)

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domingo, 4 de octubre de 2015

LO ABSTRACTO Y LO OTRO



Imaginemos que tres personas se ponen de acuerdo para echarse juntas al monte en busca de un oso. Una de ellas es un cazador. La otra, el representante de una asociación defensora de los animales. La tercera, un pastor al que los osos han diezmado su rebaño. ¿Qué hace cada cual cuando se encuentra finalmente frente al oso? Imagino que lo mismo que tenían calculado los socios del Junts pel Sí con respecto a Cataluña: debatir sobre el destino del oso desde posturas ligeramente incompatibles, aunque coincidentes en lo esencial: lo importante del oso es que sea un oso, no lo que cada cual tenga pensado con respecto al oso, al margen por supuesto de lo que el oso tenga pensado para sí.

            Osos aparte, resulta curioso que unos partidos políticos de signo divergente sean incapaces de ponerse de acuerdo en los asuntos prácticos que afectan a todo el mundo, pero que en cambio estén dispuestos a llegar a pactos inquebrantables con respecto a las entelequias que afectan a unos pocos. Algo así, no sé, como si una comunidad de vecinos, en vez de dedicar su presupuesto al arreglo del ascensor, lo emplease en contratar una cuadrilla de cazafantasmas para espantar al espectro en pena que el vecino del 3º asegura tener pululando por su piso.

            En contra de lo que pudiera parecer, ese tipo de convenios abstractos sobre cuestiones abstractas no deja de tener su mérito: la aplicación de un parámetro metafísico –la identidad patriótica, en este caso- que suplanta unas realidades –el paro, la corrupción, los recortes- que tal vez lo que menos necesitan sea la metafísica, a pesar de que todos reconozcamos que la metafísica es una cosa estupenda.

            Visto lo visto en Cataluña, es posible que el debate no hubiera que centrarlo en la realidad nacional, envuelta en unas neblinas retrohistóricas, sino en la realidad a secas. Y es que, se mire como se mire, resulta menos real que surreal el hecho de ver a Oriol Junqueras sacar pecho por Artur Mas, por mucho que Artur Mas sepa de sobra sacar pecho por Artur Mas. Se mire como se mire, tiene menos que ver con el surrealismo que con el realismo el hecho de que Artur Mas –precisamente él- se postule como el redentor de una nación oprimida por unos políticos que, al fin y al cabo, son sus cofrades ideológicos. 

            Amparados por la inflexibilidad y la torpeza del gobierno central, los abanderados independentistas disponen de barra libre: convertir unas elecciones autonómicas en un plebiscito, convertir las matemáticas en una ciencia inexacta y convertir una sociedad diversa en una sociedad dividida. No está mal. Como tampoco estaría mal que todos empezásemos a entender que el patriotismo es una cuestión privada, aparte de variable tanto en su grado de intensidad como en sus límites geográficos. Las patrias, al igual que los Reyes Magos, son, en definitiva, los padres. Y no precisamente los padres de la patria.

(Publicado ayer en la prensa)