lunes, 31 de octubre de 2016

LA BOLA



La semana pasada vi salir de una tienda a un famoso y esclarecido tertuliano televisivo con una bola de cristal en la mano, y me dije: “Ahí está la clave”, de manera que me animé a entrar en aquel curioso establecimiento, en el que se exponían todo tipo de útiles para actividades esotéricas: saquitos de conjuros, ruedas de oración, quemadores de esencias, espejos negros, amuletos astrológicos, cartas del tarot marsellés y figuritas de deidades exóticas. En el aire flotaba el humo acogedor y sedante que desprendían unas varas de incienso. 

Le dije al dependiente que estaba interesado en hacerme con una bola de cristal idéntica a la que acababa de llevarse el tertuliano, a quien todo el país reconoce una lucidez portentosa no ya para analizar nuestro presente político, que eso es al fin y al cabo una habilidad al alcance de cualquiera, sino para escrutar el futuro común, que es destreza propia de profetas y de magos. “También quiero pronosticar”, le dije con tono entre socrático y aristotélico. El dependiente, que exhibía esa aire absorto de los acostumbrados a bregar menos con las trivialidades cotidianas del mundo que con los trajines azufrosos de los trasmundos, me exhibió la bola. “Esta la fabrican en Taiwán”, según me informó. “Es de calidad media. Las tengo mucho mejores”. 

Me extrañó que el tertuliano célebre se conformase con una bola taiwanesa de calidad mediana, dada su notoria desenvoltura para el vaticinio, y así se lo expresé al comerciante. “Es que hay gente que se deja guiar por el precio y no por la calidad del producto, y luego pasa lo que pasa”. Les confieso que no logré imaginarme lo que podía pasar ante esa elección errónea, pues siempre había tenido al tertuliano en cuestión por un oráculo infalible, y me sorprendió el hecho de que se mostrase ahorrativo en bolas de cristal, al ser una herramienta indispensable para cualquier politólogo. 

Ante mi mirada interrogativa, el dependiente me aclaró que ese modelo de bola venía con algunos defectos de fábrica, ya que, después de usarla unas cuantas veces, las imágenes se volvían borrosas, de modo y manera que su usuario no acertaba a ver el futuro con claridad, que es lo peor que puede pasarle a un profesional de la adivinación, sobre todo si lo que pretende adivinar es el futuro colectivo, por la responsabilidad que tal labor acarrea, y más si el augurio se ejerce ante varios millones de telespectadores. “Si usted quiere una buena bola, llévese esta. Las fabrica un descendiente directo de Merlín”, y me mostró un modelo más caro, pero al parecer más fiable.

Desde entonces, cada vez que escucho por televisión las predicciones dogmáticas del tertuliano, escruto mi bola de calidad superior y compruebo que nuestras visiones no coinciden. Y es que, como suele decirse, lo barato acaba saliendo caro.

(Publicado el sábado en la prensa)
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miércoles, 26 de octubre de 2016

ENTREVISTA



FELIPE BENÍTEZ REYESEntrevista

 

POR BEGOÑA CURIEL, para EL LIBRO DURMIENTE 

FOTO: ANTONIO GALISTEO

Nacido en Rota (1960), con premios de calado nacional, este escritor sorprende en cada obra con su especial dominio del lenguaje y un sello propio por el que ocupa un puesto de cabecera en la literatura española.
–Maneja diferentes géneros. ¿Se quedaría con alguno como predilecto o no quiere escoger?
-Bueno, ya he escogido. El hecho de practicar varios géneros implica una elección múltiple. Me cuesta trabajo imaginar a un escritor que decida escribir lo que no le gusta escribir.
–¿Tiene o tuvo maestros o existe el estilo propio Felipe Benítez Reyes?
Todo el mundo aspira a ser digno de tener maestros, claro está. El problema de las genealogías literarias es que cada cual fantasea con la suya, trazando un árbol que casi siempre es más prestigioso de la cuenta. En cuanto a ese supuesto estilo propio, no sabría qué decirle. En el estilo hay un cupo de voluntad, pero también un factor casual. No creo que ningún escritor sea del todo consciente de las características de su estilo, que tal vez responde más a intuiciones que a patrones. No creo que el estilo consista en una acumulación de amaneramientos o de retorcimientos ni en una escritura en escorzo, sino más bien en una modulación que propicie un espejismo de oralidad y de transparencia, por artificioso que sea el punto de partida del procedimiento.
–¿A qué autores contemporáneos admira?
A todos los que puedo.
–Acumular tantos premios como usted, ¿es un aliciente o da (o le dio en su momento) cierto miedo? A estas alturas de su carrera, ¿le condicionan?
Los premios no son medallas, sino heridas de guerra. No creo que nadie, por muy vanaglorioso que sea, se levante o se acueste pensando en los premios que ha ganado. En esto, lo mejor es recibir los premios con la misma insensibilidad con que los recibe el caballo ganador del derby de Kentucky. Aparte de eso, en esta cuestión de los premios hay una cierta obscenidad de fondo que no sabría precisarle.
–¿Son diferentes los premios académicos a los de los lectores? ¿Cómo los valora?
No sé, la verdad. He pensado muy poco en ese asunto. Siempre te alegras cuando alguien te dice que le ha gustado un libro tuyo, eso sí.
–¿Es maniático a la hora de escribir o lo hace donde o como puede?
Me cuesta mucho escribir en cualquier sitio que no sea mi mesa de trabajo. Mi “genius loci” no se mueve de ahí. No es itinerante, y sin él me temo que no soy nada.
–El aplauso y los halagos por su “El azar y viceversa” se cuentan por miles. Y no es para menos. Su intención era acercarse al género de la picaresca y lo ha conseguido con creces. ¿Es un contenido que nunca pasa de moda?
Digamos que es un territorio narrativo fértil, tal vez porque está muy adscrito a la esencia del vivir. El menesteroso no sólo tiene que ganarse la vida, sino también que inventarse una vida, porque nadie le regala nada. Aparte de eso, mi novela se acoge a la picaresca desde un ángulo filtrado también por varios siglos más. Con Dickens o Thackeray por medio, pongamos por caso.
–“El humor me sirve para escribir novelas muy tristes” dijo en una entrevista. Es un recurso que maneja de manera prodigiosa. ¿Es tan premeditado como parece o considera vital el humor para escribir y/o vivir?
Pues exactamente eso. ¿Contar una historia trágica desde un registro trágico? Complicado, ¿no? El humor no sólo sirve para hacer reír. También resulta indispensable para describir la condición humana desde el rigor del realismo. La solemnidad no sólo suele ser el disfraz del aburrimiento, sino también un falseamiento del tono verdadero de la vida. En esta novela procuré jugar con las emociones del lector. Llevarlo de la carcajada al escalofrío, con apenas transición entre una cosa y otra.
–¿Se considera poeta y escritor por este orden, o en el segundo término va incluido el primero (en su caso, claro)? A veces los conceptos se distinguen, otros se solapan, según quien hable de ello. 
 Bueno, los poemas se escriben, ¿no? Es como decir de alguien que es pintor y acuarelista. O que es médico y traumatólogo. Lo genérico se supone que incluye la especialidad.
–Que el escritor debe estar comprometido con su tiempo, ¿es un debate necesario o una tontería?
Creo que necesario. Hay que ser muy bobo, muy engreído o muy rico para vivir en una torre de marfil.
–Desde su anterior novela han pasado años. Pero no ha parado de trabajar en multitud de historias. Entiendo que se puede trabajar a la vez, de manera paralela o complementaria, en muchos géneros y terrenos. ¿Genera confusión esta mezcla a la hora de crear o es una dinámica, digamos, natural?
En mi caso es natural. Siempre ando barajando varios proyectos a la vez. Procuro que cada cual se desarrolle en la parte específica del cerebro que le corresponde.
–Está muy mal comparar pero tras la lectura de “El azar y viceversa” no puedo evitar hacerlo: pocos escriben y manejan las letras como usted, al menos en este país (en mi humilde opinión). ¿Cuál es el nivel que tenemos en España? ¿Hay más cantidad que calidad?
Muchas gracias por la suposición. ¿El nivel? Pues hay de todo, como no podría ser de otra manera. Lo insólito sería que todo el mundo fuese un genio de las letras o que todos escribiésemos mal. Pues eso: que hay de todo. Como en todas las épocas.
–¿La autopublicación, sobre todo en plataformas digitales, ha degradado –en líneas generales– los contenidos?
No estoy muy al tanto de ese asunto. Le digo lo mismo: de todo habrá. Hoy resulta muy barato autoeditarse un libro, y si alguien quiere darse ese capricho, me parece muy bien. El problema empieza cuando ese alguien empieza a querer escalar el monte Parnaso con su librito entre los dientes. Ahí suele haber un choque de trenes entre la realidad y la quimera.
–¿Hasta cuándo debe intentar un novato seguir llamando a la puerta de las editoriales, antes de decidirse por la autopublicación?
Los síntomas suelen ser muy claros. Cuando te dan con todas las puertas en la nariz, por ejemplo. Lo que no quiere decir que el libro en cuestión no valga, sino que la mecánica de la industria editorial es más compleja de lo que parece. A veces, la valía de un libro puede ser un inconveniente para que se publique y otras veces el hecho de que sea un mamarracho es un aval inmejorable para que se publique. Paradójicamente, las paradojas funcionan.

–¿Se lee tan poco como se dice?
Desde luego más que en otras épocas históricas. En esto de los índices de lectura conviene ser optimista, porque todo podría ser mucho peor de lo que es.
–¿Qué le gusta y cuánto lee Benítez Reyes?
Un poco de todo. Me gustan mucho las biografías, por ejemplo.
–¿Hay algún libro que se haya leído muchas veces o no suele repetir?
Releo. Poesía por supuesto. Y también algunas novelas o relatos con los que tuve la impresión de que no se agotaban en una sola lectura.
–¿Qué libro le gustaría haber escrito o cuál sueña con escribir?
Pues imagínese la de miles de libros ajenos que me hubiese gustado escribir… ¿El libro soñado? Ese que estás escribiendo, con la certeza de que finalmente no será el libro de tus sueños ni por asomo.
–¿Qué opinión le merecen las páginas y blogs literarios? Internet y las redes sociales han aumentado su número y variedad. ¿Es un fenómeno positivo para la literatura aunque su autor sea un simple lector o alguien que ame las letras?
Le digo lo que le decía antes: de todo habrá. La democratización de la crítica literaria me parece bien, como cualquier tipo de democratización, aunque sin duda genera un poco de desorden, porque lo mismo alguien considera que un libro es una obra maestra y en el blog de al lado alguien lo considera un bodrio… Pero eso pasa también, al fin y al cabo, en los suplementos literarios de los periódicos tradicionales. No sé. Bien, ya le digo.
–Después de “El azar y viceversa”, ¿qué tiene entre manos Felipe Benítez Reyes?
Digamos que tres bolas de humo que hay que solidificar.

sábado, 22 de octubre de 2016


Salvo que sea emperador o algo por el estilo, si alguien te dice "O se está conmigo o contra mí", ya sabes: ponte de inmediato contra él.


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viernes, 21 de octubre de 2016

martes, 18 de octubre de 2016

EL CÓDIGO



El malhechor que premedita sus fechorías debería acogerse, por muy malhechor que sea, a un código moral básico, ya que todo el mundo tiene la obligación cívica de regirse por unos principios, así se trate de unos principios que conduzcan a un final desastroso, en parte por esa afición que tiene la vida a tomar una deriva dramática y en parte por nuestra inclinación natural a complicarnos la vida. En la comisión de cualquier delito –excluidos los pasionales- se supone que hay un factor de riesgo no sólo calculado, sino también asumido, y muy mezquino tiene que ser el delincuente de guante blanco para quejarse de su malaventura cuando lo pillan. Se puede ser, en fin, delincuente y caballero. Lo deshonesto es ser delincuente y carajote. 

            En estas semanas, asistimos en los juzgados a un desfile penitencial de ciudadanos esclarecidos que decidieron engañar al resto del país con el apoyo inestimable no sólo de su inteligencia financiera, sino también de su inteligencia criminal, en el caso de que podamos implicar a la inteligencia en la ideación de unas actuaciones que acaban llevándote al banquillo de los acusados y, con un poco de mala suerte, al mismísimo trullo. 

              Y ahí es donde echa uno en falta ese código moral al que me referí, o al menos el asesoramiento de un gurú que sirva al encausado de guía espiritual: “Si decides financiar ilegalmente a tu partido político a la vez que te financias a ti mismo o si decides tirar de tarjeta black con la compulsión consumista de una Kardashian, sé medianamente digno y moderadamente gallardo cuando te pongan los grilletes, pequeño saltamontes. No sugiero que sigas el ejemplo de los héroes homéricos, pero tampoco te comportes como un colegial, inventándote excusas cómicas, culpando al compañero de pupitre o fingiéndote el ofendido, porque eso no sólo supone una ofensa complementaria a tu persona, sino también una ofensa por duplicado a la sociedad que te permitió ascender a las cumbres del bandolerismo institucional. ¿Tú me entiendes, forajido? Hiciste cuanto estuvo en tu mano para que no te pillaran, y ese mérito no puede rebajártelo nadie, pero te pillaron, y no te queda otra que agachar la cabeza y pedir disculpas a tus compatriotas, o si consideras humillante esa actitud, procurar fugarte a un país exótico con la parte del botín que te quepa en el bolsillo, con lo cual la comunidad ahorrará un poco en gastos judiciales, porque es que además tenéis la fea costumbre de caer al unísono toda la pandilla, y sólo en sillas se nos va un pico”. 

            Sea como sea, corromperse debe de proporcionar grandes satisfacciones íntimas, pues de otro modo no se explica el que tanta gente se aficione a la corrupción. La clave estaría en establecer un principio de igualdad: el derecho constitucional a corrompernos todos. Y a ver qué pasa.

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viernes, 14 de octubre de 2016

¿Mi contribución al Concilio Nobelero?

Pues no sé, qué quieren que les diga: yo me alegraría muchísimo incluso si a Dylan le tocase el gordo en la Lotería del Niño.

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jueves, 13 de octubre de 2016

(Ya anda la 3ª por ahí. Muchas gracias a quienes...)

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PARA UN REFRANERO DADAÍSTA

A enemigo de plata, puente que huye.

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Ese momento modestamente hipnotizante en el que cada otoño reaparecen en nuestra mente cuatro sílabas: "cal-ce-ti-nes".

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domingo, 9 de octubre de 2016

Si a Paulo Coelho le hubiesen dado una tarjeta black, habría comprado miles de almas.

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POLITÓLOGO ESPAÑOL EN PLENA TERTULIA TELEVISIVA


lunes, 3 de octubre de 2016

UN PAISANO MÍO

(Microrrelato de lunes)





Cuando yo era pequeño, había en mi pueblo un fakir que se anunciaba en los carteles como Sigfrido Khan.


       Una noche, mientras actuaba en una gala benéfica a la que tuve la suerte de asistir, se envalentonó más de lo preciso y se tragó una cuchilla Gillette Blue Blade.


         Murió a los dos días.


        Desde entonces, de mi pueblo han salido seis o siete fakires, pues se ve que Khan creó afición, y, aunque todos ellos suelen tener un recuerdo admirativo en mitad de sus actuaciones para aquel pionero y mártir, ninguno de ellos se ha atrevido –al menos de momento- a tragarse una Gillette Blue Blade, lo que no creo que diga mucho a favor del fakirismo local.

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