domingo, 31 de diciembre de 2017

TIEMPO EN FUGA



 (Publicado ayer en prensa)

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Nos dicen, nos decimos: “Hay que vivir el instante”. Los poetas de la antigüedad ya andaban a vueltas con esa copla. Una premisa que se fundamenta en el prestigio de lo inmediato, en el beneficio potencial de lo presente. Y, sí, qué duda cabe, uno está de acuerdo en vivir el instante y lo que haga falta, pero vivir el instante implica vivir en la confusión, ya que el tiempo no es de verdad tiempo hasta que pasa: cuando asciende –o se degrada, según se mire- a memoria. Nuestra percepción del tiempo es en esencia retrospectiva. Construimos el tiempo. Inventamos el pasado y el futuro desde el presente, pues para eso es casi lo único para lo que sirve el presente, que al fin y al cabo no deja de ser un espacio de transición: historiamos desde él nuestro pasado y abocetamos en él nuestro futuro.

            Medimos el tiempo para no hacernos un lío con el tiempo. De lo contrario, sería para nosotros una especie de magma, un fluido informe. Cuando éramos niños, había días que parecían durar semanas, semanas que parecían durar meses, meses que parecían durar años, al ser el tiempo de la infancia muy lento, con algo de eternidad estática: una tarde lluviosa ante el cuaderno de los deberes podía resultar interminable, un simulacro desesperante de aquella forma de vida que debían de tener en el Cielo los difuntos bienaventurados, según nos relataban los curas con el optimismo propio de quien fantasea con los trasmundos. Luego, a medida que envejecemos, el tiempo tiende a apresurar el paso, a desbocarse, y los días ya no parecen semanas, sino apenas minutos, y los minutos ni se perciben, y los años parecen relámpagos.

            Se ve, en fin, que nuestra mente tiende a descompasarse con respecto al ritmo del tiempo, que va siempre por delante de nosotros. Entre un verano y otro, apenas un parpadeo. Entre unas fiestas navideñas y otras, apenas un suspiro. Y así: el tiempo a su aire y nosotros tras él, ganándonos siempre la carrera.

            Estamos a las puertas de un año nuevo. Hemos fragmentado el tiempo para tenerlo vigilado, para controlarle la velocidad. De no tener el tiempo sometido a la fragmentación en minutos, horas, días, semanas, meses, años, quinquenios, décadas, siglos o milenios, acabaríamos por volvernos locos: “Hace muchísimo que no nos vemos”, diría uno, y su interlocutor precisaría “Mucho más que muchísimo”, o tal vez “No tanto”, y ambos tendrían razón, al ser el tiempo en abstracto una medida personal, una sensación intransferible de tránsito. De no haber fraccionado y etiquetado el tiempo, se acabarían por ejemplo las citas: “Nos vemos dentro de…”. ¿Dentro de cuánto? Para procurar ser puntuales, ¿nos guiaríamos por las lunas, por las mareas, por la posición del sol? 

            Y este cuento… este año, quiero decir, se ha acabado.

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sábado, 30 de diciembre de 2017

(Los años son como los electrodomésticos: cada vez duran menos.)

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viernes, 29 de diciembre de 2017

(Ayer fue el día de los inocentes. Hoy es el cumpleaños de Puigdemont. Mañana se celebra el día del diácono Exuperancio, del obispo Jocundo y del mártir Mansueto... Y así vamos concatenando, en fin, grandes efemérides.)

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lunes, 25 de diciembre de 2017

(No soy muy filonavideño, pero sí muy filoxilográfico. 
Aparte de eso, siempre es bueno desear lo bueno, de modo que todo lo bueno para todos ustedes.)

domingo, 24 de diciembre de 2017

DISCURSO NAVIDEÑO



Como cada año, es para mí un honor y una responsabilidad dirigirme a todos los españoles y españolas en estas señaladas fechas navideñas. Fechas que marcan un hito colectivo en cuanto a consumismo y fraternidad, con la mirada fija en unos objetivos sociales que a todos nos afectan.

            Vivimos tiempos difíciles, pero es en la dificultad donde las grandes naciones encuentran el impulso necesario para impulsarse. Impulsarse hacia adelante, no hacia atrás, como desgraciadamente hemos presenciado en ocasiones en países amigos, víctimas hoy del anonadamiento económico del que nuestra firme democracia se manifiesta como garante, aunque al revés, pues lo que nos garantiza es la fuerza y el estímulo necesario para esquivar ese fatal anonadamiento al que antes me he referido. 

              Porque si bien es cierto que las dificultades hacen que todo sea más difícil, también lo es, y en no menor medida, que lo sencillo vuelve todo demasiado fácil, y los grandes empeños requieren un esfuerzo común y un sacrificio colectivo que sólo los ciudadanos de buena fe estamos dispuestos a afrontar, pues nuestra experiencia en el duro campo de la adversidad histórica nos otorga un aval milenario de compromiso y abnegación.

No quiero dejar pasar por alto la ocasión de brindar todo mi apoyo a quienes, desde el convencimiento europeísta, viajan al menos una vez al año a Europa, sin distinción de zonas, pues mantengo la convicción de que Europa constituye una construcción global que requiere el esfuerzo y la ilusión de todos. Repito: son tiempos difíciles, pero no por ello debemos cejar en nuestros afanes de igualdad y de legalidad, de legalidad y de igualdad, pues entre todos y todas sabremos convertir nuestros proyectos en realidades. 

No puedo olvidarme de quienes en estas fechas navideñas se preparan a conciencia para entrar de lleno en las fiestas navideñas, ya sea disfrazándose de Papá Noel o de rey mago, ya sea de pastorcillo en los belenes vivientes o de Virgen María, ya sea preparando cestas surtidas o reponiendo polvorones en los grandes almacenes. No dudo que el esfuerzo conjunto dará como resultado un resultado conjunto.

Si sabemos encontrar el rumbo, nuestro timón no dudará qué rumbo seguir. Si acertamos a mantener firme el timón, llegaremos a puerto. Si comemos demasiado turrón, nos caerá mal. 

Felices fiestas.

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viernes, 22 de diciembre de 2017

Aquí, las tres primeras entregas de mi cuento navideño, en INFOLIBRE.
El viernes próximo, la cuarta y última: 

https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2017/12/22/reposteria_irresponsable_cuento_navideno_73375_1821.html

domingo, 17 de diciembre de 2017

CONTINGENCIA Y NECESIDAD



(Publicado ayer en prensa)

Gane quien gane el próximo jueves las elecciones catalanas, las ganarán, aunque las pierdan, los independentistas. Las ganarán no sólo porque entra dentro de lo posible que las ganen, sino porque ya han elaborado el discurso del triunfo moral en previsión de un fracaso porcentual: unas elecciones ilegítimas e ilegales, con riesgo de pucherazo, en desigualdad de condiciones, con candidatos encarcelados, y sometidas además a la manipulación por parte de los poderes estatales. Pero lo curioso es que, gane quien gane, si se cumplen las previsiones, las perderán todos, lo que sin duda servirá, en atención a la peculiar lógica política, para que todos se consideren triunfadores. Un triunfo prorrateado que tendrá como consecuencia previsible una situación de ingobernabilidad.

            En Amanece que no es poco, aquella película disparatada de José Luis Cuerda, un lugareño grita emocionadamente a la primera autoridad de su pueblo: “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. Un sentir similar ha venido imponiéndose en Cataluña: España es contingente, una convención ahistórica, pero Cataluña es necesaria como entidad histórica natural. De ahí se ha pasado a un sentir un poco más desconcertante, aunque esperemos que transitorio: Cataluña puede ser de momento contingente, pero Puigdemont es necesario. Para coronar la deriva, el proceso parece estar ahora en su punto supremo: Cataluña es coyunturalmente contingente, pero inaplazablemente necesaria. 

Este punto de equilibrio entre lo contingente y lo necesario sólo presenta un defecto: que nadie acabe sabiendo qué es lo uno y qué es lo otro, de modo que lo contingente se confunda con lo necesario y viceversa, lo que no dejaría de ser una contingencia innecesaria. Por ejemplo: que, para que Cataluña se erija ante el mundo como una necesidad, los catalanes tengan que extremar su contingencia ante el mundo; que, para que la patria se imponga como necesidad, los ciudadanos contingentes padezcan la contingencia del sacrificio por la patria. O dicho de otro modo: para que exista una república independiente, resulta inevitable que la ciudadanía en pleno se someta a la dependencia de su república, ya sea esta contingente o necesaria para cada cual, así se dé la contingencia de que la corriente secesionista se erija en necesaria frente a la contingencia de los unionistas innecesarios. 

¿Fuga de empresas e incertidumbre económica? Sacrificio. ¿Políticos heroicos que acaban resultando cómicos? Sacrificio. ¿Perspectivas de aislamiento aldeano? Pues sacrificio. Y así hasta que el entendimiento aguante, en el caso de que podamos implicar al entendimiento en los mecanismos emocionales de las quimeras  colectivas. 

            El próximo jueves ganarán todos y perderán todos. Porque no se trata de una pugna entre programas políticos, sino de un pulso entre realistas y utópicos, entre mártires y opresores, entre alucinados y pragmáticos. Entre la contingencia, en suma, y la necesidad. Sin punto medio.

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viernes, 15 de diciembre de 2017

Hoy, en INFOLIBRE, sale la segunda entrega -serán cuatro- de un cuento mío navideño: pastiche entre Twain y Dickens, si se me permite la inmodestia al elegir los modelos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

A LO SUYO



(Publicado ayer en prensa)

El independentismo catalán se ha acogido a un método de efectividad casi infalible: someter la realidad a la lógica del absurdo. Y resulta infalible porque resulta a la vez irrebatible: si alguien te asegura que tiene escondido en su casa a un marciano cabezudo, a ver cómo se lo refutas, ya que el problema no es tanto el extraterrestre cabezudo en sí como el funcionamiento de la cabeza del terrícola.

            De cuanto llevamos oído al respecto, se saca al menos una conclusión: que el “seny” que allí se esgrime como rasgo identitario –cabe suponer que en contraste con la tendencia del resto del país al disparate y al atolondramiento- no pasa de ser una leyenda más de cuantas conforman el imaginario colectivo catalanista, o al menos ese imaginario que la mitad de los nativos de allí se empeña en imponer como único legítimo a la mitad restante; es decir, a esa otra mitad convertida en receptora involuntaria –y cabe suponer que un tanto atónita- del cuento del marciano.

            Hemos oído que el Estado español es un ente sanguinario dispuesto a sembrar de cadáveres las calles de la pacifista Cataluña, que la DUI es un invento del gobierno central, que tanto Europa como el empresariado abrazarían incondicionalmente la causa –aunque tanto la una como el otro cayeron en desgracia cuando incumplieron las expectativas. Hemos asistido al nacimiento de una república en cuyos organismos oficiales siguió ondeando la bandera española. Hemos visto centenares de heridos invisibles. Hemos sido testigos de la adhesión de las izquierdas a un presidente heroicamente fugado, heredero político de un padre de la patria que a la vez fue hijo adoptivo de la banca de Andorra. Hemos oído a un catedrático de economía, científicamente secesionista, la conjetura de que la subida del paro en Cataluña es, en el fondo, una buena noticia para Cataluña (¿?), al regirse las cosas allí por unos parámetros misteriosos. Hemos visto a los principales artífices del proceso acatar el 155 con la docilidad de unos revolucionarios responsables, aunque sorprendidos e indignados por el hecho de que la ley se aplique a los políticos que incumplen la ley. Hemos visto pedir amparo constitucional a unos infractores de la Constitución, tras considerar un mandato popular ineludible el resultado de un referéndum paródico. Hemos visto pedir dinero solidario a un expresidente perteneciente a la oligarquía insolidaria y a unos golpistas acusar a la ley de instrumento golpista. (Y cerremos aquí el catálogo de prodigios.)

            Como problema complementario, contamos con un gobierno central que carece de honorabilidad para combatir las fantasías separatistas, lo que vuelve vulnerables incluso sus argumentos razonables: no puede dar lecciones de legitimidad institucional quien no tiene credibilidad moral. Como problema derivado, casi todos los partidos estatales de la oposición procuran mantener un equilibrio difícil: nadar en Cataluña y seguir guardando la ropa en el resto de España.

            Y lo que quede, en fin, quedó.

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domingo, 19 de noviembre de 2017

SUGESTIONES


(Publicado ayer en la prensa)


Si alguien te asegura que mantiene contacto asiduo con unos extraterrestres, que ha hecho viajes interplanetarios con ellos en una nave luminosa y que le consta de primera mano que vienen a la Tierra en son de paz, con la amable intención de hacernos partícipes de sus avances tecnológicos y científicos, puedes creértelo o no, o bien situarte calladamente en la duda, que en principio parece ser la actitud más razonable. Si alguien te comenta que se le presentó la Virgen en la copa de árbol, derramando lágrimas de sangre por la deriva libertina de nuestro mundo, lo mismo. Si alguien proclama que su tierra nativa emite unos efluvios diferenciales, una fuerza cósmica exclusiva que lleva a sus habitantes a sentir una exaltación patriótica sin parangón, y que tanto ese efluvio como esa fuerza dejan de ser operativos si alguien nace un solo centímetro más allá de la linde con la región vecina, pues igual: le dices que estupendo. Que enhorabuena.

            La vida puede ser muy extraña, menos por sí misma que porque somos seres extraños. Basta con que nos señalen al enemigo de nuestras ilusiones para que prenda en nosotros un sentimiento de agravio, un heroísmo colectivo que nos redima de nuestra carencia de heroísmo individual: tomados de uno en uno, somos actores secundarios; en grupo, nos sentimos –paradójicamente- protagonistas. Basta con un discurso que racionalice lo irracional y que dote de sentido concreto al sinsentido abstracto de un ensueño irreal y ahistórico: la pertenencia a un linaje común que se pierde en la bruma de los tiempos. Tu supraidentidad. 

               Ahí toman sentido primordial las banderas, que, de ondear decorativamente en las instituciones, pasan a ser credenciales de legitimidad frente a la bandera ilegítima del adversario. Ahí toman un sentido catártico los himnos, esas composiciones de mensaje generalmente abstruso y anacrónico que insuflan sin embargo una expectativa vibrante de futuro. Estos experimentos que lleva a cabo la oligarquía política con la realidad y con la gente nunca se sabe del todo cómo acaban, en el caso de que acaben, pero eso parece ser lo de menos: el experimento es ya por sí mismo un resultado.

            Los movimientos nacionalistas tienen mucho que ver con los mecanismos emocionales de una hinchada futbolística: gracias a un sentir tan primario como binario, tu corazón, tu esperanza y tu orgullo están donde tienen que estar: insobornablemente con los tuyos; es decir, con esos otros extraños que te rodean en la grada y con los que compartes, tras pasar por taquilla, una efusión de apariencia unánime. Mientras que los que corren por el césped y quienes ocupan el palco presidencial hacen caja a costa de tu corazón, de tu esperanza y de tu orgullo. 

               Historia resumida, en suma, de la humanidad.


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sábado, 4 de noviembre de 2017

SIN SALIDA



(Publicado hoy en la prensa)


A estas alturas, sobre el conflicto catalán se ha dicho todo. Incluso más que todo: lo que había que decir y lo que mejor hubiese sido callar, por esa facultad ambivalente que tienen las palabras de clarificar las cosas o de enredarlas. Ese exceso retórico ha acabado resonando en el vacío, que es lo habitual cuando los argumentos polarizados no pretenden el consenso, sino la imposición. La controversia no sólo ha traspasado las fronteras de la realidad, sino también las de la fantasía, de modo que estamos en el territorio no ya del realismo mágico, sino más bien en el del surrealismo esotérico.

        Todos tenemos una solución para el problema. Soluciones que pasan por la política o por el juzgado, por el sentido común o por el delirio, por la razón o por la emoción, por el gesto heroico o por el agravio paranoico… Y ninguna sirve de gran cosa: cuando un problema está fuera de la realidad, el problema de fondo es la realidad misma; cuando la realidad se queda sin soporte, se impone el “todo vale”; cuando se impone el “todo vale”, es señal de que nada vale nada.

         Atónitos, hemos asistido a una sistematización de la reducción al absurdo, lo que no deja de tener su gracia, aunque también sus peligros: si el gobierno central acusaba al catalán de dar un golpe de estado, el catalán le devolvía la acusación con el argumento de la aplicación del 155; si el gobierno central acusaba al catalán de incumplir las reglas del juego democrático, el govern lo tildaba de franquista; si el fiscal general adoptaba medidas contra el govern por la aprobación de leyes inconstitucionales, el govern solicitaba el amparo del Tribunal Constitucional, a la vez que presentaba una querella contra el fiscal en cuestión por impedir la celebración de un referéndum ilegal… Para coronar el disparate, hemos asistido al nacimiento de una república catalana en cuya sede presidencial siguió ondeando la bandera española. Para continuarlo, hemos oído a Puigdemont y a Colau reclamar que el gobierno -¡el gobierno!- excarcele de inmediato a los presos del “procés”.

            Más allá de esta espiral de argucias y fullerías, el problema, lejos de hallarse en vías de solución, se manifiesta como irresoluble: cualquier solución posible resultaría problemática. ¿Una solución política? Sí: bastaría con poner al frente del Código Civil y del Código Penal este prefacio: "Del cumplimiento de las leyes que siguen quedan eximidos los políticos, que no obstante quedarán sujetos a las soluciones políticas que los propios políticos consideren ajustadas a política".

            Sea como sea, el sentir nacionalista juega con ventaja: su reino no es de este mundo. (Su república, al parecer, tampoco.) Se sustenta en un factor difusamente sagrado. Y a ver cómo se soluciona un conflicto político que se origina en la teología.

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martes, 24 de octubre de 2017

SUELTOS AL HILO DEL AHORA

La lógica resulta fascinante cuando se aplica a la paradoja, porque el resultado es algo así como un pollo vestido de chaqué.
Dice un diputado de la CUP: "Convocar elecciones autonómicas sería la herramienta más demoledora para parar el proceso de independencia".
Y uno se pregunta al menos dos cosas, a saber: 1) "¿Quién teme a Virginia Woolf?" y 2)
"¿Pwkeksjsldjs ksjderncdnsdij?".

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Lo más gracioso de los delirios colectivos es que no tienen ninguna gracia.

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El día en que P. Iglesias caiga en la cuenta de que el PdCAT es el equivalente casi exacto del PP (neoliberalismo ultraortodoxo, populismo oligárquico, corrupción organizada, patrioterismo retrohistórico...) va a llevarse la sorpresa de su vida.

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(TRATADO DE POLITOLOGÍA MÍSTICA)

Si alguien te dice que se le ha aparecido la Virgen en lo alto de una zarza -pongamos por caso- y que le ha encomendado que informe al mundo de su dolor por la ola de pecados mortales que nos arrastra, tienes dos opciones, según tus creencias: creértelo o descreer.
La tercera opción -replicarle que es técnicamente imposible que la Virgen se manifieste ante un humano, y que incluso es metafísicamente improbable su existencia- hay que descartarla por inoperante: quien ha visto a la Virgen -la haya visto o no- sólo ve ya a la Virgen.


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Como de épica van sobrados, no estaría de más añadir al asunto un componente bíblico, a saber: que el Gobierno indultara a uno de los Jordi, pero que la elección del Jordi bienaventurado recayese en el Govern.

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En la República Popular de las Buenas Personas va a haber tortazos para conseguir el puesto de Inquisidor General de las Malas Personas.

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La Alianza Popular de Fraga pasó a ser el PP.
La Convergència de Pujol, el PdCAT, ahora revolucionario.
El único que se mantiene en sí, desde niño, es Paquirrín.


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Las borracheras -etílicas, patrióticas, etc.- pueden ser alegremente colectivas, pero la resaca es siempre melancólicamente individual.

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Hay una diferencia cualitativa entre la inteligencia del estratega y la astucia del fullero.

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A algunos políticos tal vez les convendría desescalar un poco el verbo "desescalar".

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Ese extraño momento en que la épica es sustituida por la cursilería...

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FRANQUISMO

Tienen razón los de allí. Estamos volviendo al franquismo. Muchos detalles lo indican:


-saltarse la legalidad vigente y el pacto constitucional en nombre de la liberación mesiánica de un pueblo oprimido y mal gobernado por otros
-silenciar a la oposición
-cerrar el parlamento
-convertir la calle en un espacio de debate teatralizado
-sustituir la realidad democrática por la aglomeración callejera
-medir la legitimidad democrática en la calle y no en las urnas
-convocar comicios con el único control del convocante
-ascender a mandato popular el pucherazo
-exaltación retrohistórica de la patria
-la patria como unidad de destino en lo universal

-la patria como concepto supremo, jerárquicamente por encima de la realidad
-mendigar el reconocimiento internacional 
-promover la irracionalidad simbólica de las banderas
-distinguir entre banderas verdaderas y banderas espurias
-ensalzar a los abanderados como patriotas
-medir los grados de patriotismo
-promocionar calladamente el etnicismo supremacista

-ascender al rango de héroe civil a los delincuentes afectos
-no condenar la persecución de los desafectos 
-controlar los medios públicos de comunicación
-politizar las fuerzas de seguridad

-sustitución de la eficacia gestora por el discurso heroico 
-la infancia como cantera de patriotas
-la escolarización como fomento del espíritu nacional
-guardar silencio ante el linchamiento popular de los renegados
-subvencionar aparatos de propaganda
-hablar por boca de la totalidad del pueblo

(Etcétera.)

Sí. Estamos volviendo al franquismo.


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lunes, 23 de octubre de 2017

EL UNICORNIO



(Publicado el sábado en la prensa)

Cuando decimos que un pueblo que secularmente comparte historia y cultura con otros pueblos tiene “una cultura propia”, ¿de qué hablamos en realidad? Pues fundamentalmente de asuntos gastronómicos y folklóricos, ya que sería cosa de brujería que, en el siglo XXI, un segmento de población intranacional sea depositario de una cosmovisión diferente a la de sus vecinos, a no ser que traslademos el foco a las tribus amazónicas, pongamos por caso. Aun así, el tener una cultura propia –o al menos suponer que se tiene, lo que para el caso viene a dar lo mismo- implica desde luego una ventaja: quien disfruta del privilegio de disponer de una cultura propia colectiva puede evitarse la molestia de forjarse una cultura propia individual. Para disfrutar de la primera basta con alimentar unas sugestiones borrosas; para beneficiarse de la segunda, hay que esforzarse un poco en el estudio y en la reflexión. 

              La opción más cómoda resulta clara, sobre todo si tenemos en cuenta que esa cultura infusa, recibida de nacimiento por derechos territoriales, tiene bastante utilidad para quienes carecen de una cultura adquirida, de modo que cualquier iletrado puede sentirse culturalmente superior no sólo a los foráneos, sino incluso a cualquier compatriota que descrea o alimente divergencias con respecto a esa cultura privativa, que de por sí constituye un dogma telúrico. Quien es partícipe de una cultura diferencial, en suma, tiene legitimado el sentimiento del supremacismo cultural, así no sepa hacer la o con un canuto: lo ampara su cultura autóctona, la infusa. Es lo bonito de las ideas mágicas: que puedes hacerlas tuyas con solo desearlo.


            Tenemos la costumbre de identificar los territorios con cultura propia con los territorios bilingües. Bien. El hecho de que una región sea bilingüe es consecuencia de una deriva histórica, como casi todo, aparte de ser la prueba –si hiciera falta- de una cultura menos exclusiva que mestiza. Otra cosa es que se decida considerar como legítima una de esas lenguas y la otra como espuria. Y otra cosa es también la suposición de que el bilingüismo genera, por inercia, una cultura distintiva que rige unánimemente la vida de todos y cada uno de sus hablantes, aunque no por ser bilingües, sino por disponer de una “lengua propia”, a diferencia de las regiones monolingües, en las que hay que conformarse con una lengua y con una cultura… ¿prestadas?  


Una nación es, por encima de todo, una convención administrativa que no se fundamenta en conceptos fantasiosos, sino en asuntos prácticos: unas leyes, un sistema educativo y sanitario, una fiscalidad, una red de carreteras... Esa es la cultura común: las normas e instrumentos para la convivencia. Y lo demás es folklore, bailes regionales. O gastronomía. O incluso un unicornio rosa.

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lunes, 9 de octubre de 2017

LA ENCRUCIJADA



(Publicado el sábado en la prensa)

El trance catalán puede verse desde un ángulo pesimista (cuando un problema no tiene solución, la solución es el mantenimiento del problema) o bien optimista (cuando un problema se presenta como irresoluble, es señal de que la solución está en marcha). Lo prudente sería situarse en una posición intermedia; es decir, en la perplejidad. En las bulliciosas redes sociales se comprueba que la polarización de los razonamientos populares los hace irreconciliables no sólo entre sí, sino con frecuencia irreconciliables consigo mismos como tales razonamientos: andanadas en las que se destierra el pensamiento en beneficio de la visceralidad no ya sólo acrítica, sino incluso irracional, tanto por una parte como por la otra, hasta el punto de que todo cuanto digas –e incluso lo que no- será utilizado en tu contra, pues cualquier discusión no es ya que se convierta en un monólogo, sino que tiene voluntad innegociable de monólogo: cuando se está convencido de tener la razón, no se discute, sino que se exhibe lo indiscutible.

            Tras la espiral de reducciones al absurdo del Govern, tras la torpeza táctica de la orden judicial de retirar las urnas (bastaba con invalidar el resultado, no el instrumental) y tras la inconveniencia de las cargas policiales (la ley es sólida, pero la realidad es líquida), muchos catalanes, confundiendo quizá Estado con gobierno, han optado por la comodidad de los pensamientos elementales: “España nos odia”, lo que, de ser así, desbordaría el territorio de la psicología para invadir el de la parapsicología, pero no da la impresión de que estemos en la era de los raciocinios, sino más bien en la de los dogmas improvisados sobre la marcha y a ritmo de tuit. 

             No puede haber épica, en suma, sin antagonistas, así lo sean abstractos, como abstracto es el ensueño de un pueblo oprimido insidiosamente por los fantasmas con armadura de los siglos pretéritos, con la agravante de que los descendientes de esos fantasmas sean sus compatriotas en el presente, cuando no ellos mismos. Por lo demás, según la mentalidad del patriota, el patriotero es siempre el otro, hasta el punto de que, llegado el instante en que las banderas sustituyen al pensamiento, un símbolo de interpretación tan múltiple como difuso se convierte en un contundente emblema arrojadizo. No olvidemos, en fin, que los oligarcas siempre han tenido la habilidad de hacer que las disputas entre oligarcas parezcan disputas entre pueblos.

            El conflicto catalán es casi imposible que admita una solución externa, lo que resulta preocupante en una medida asumible. Lo alarmante sería que no tuviese una posibilidad de solución interna, y los síntomas indican que las cosas van por ahí. Porque si das un paso hacia el abismo, es muy raro que acabes en un sitio que no sea el abismo.


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domingo, 24 de septiembre de 2017

RETROSPECCIÓN



(Este artículo se publicó ayer en prensa... aunque, en uno de los 16 periódicos en que aparece -en concreto el diario SUR, cuajado de frases cercenadas o intolerablemente reescritas, de errores, de agramaticalidades, de comas cambiadas de sitio, etc., gracias a la labor de un/a corrector/a anónimo/a, que para eso están: para que el firmante de un texto haga el ridículo.)


En España urge un debate sobre la fijación histórica; es decir, un debate que especifique a qué momento prefiere retrotraerse cada parcela de nuestra plurinacionalidad para fijar el origen exacto de su identidad colectiva y de sus hechos diferenciales: si se trata de una fecha del siglo XIV o XV, pongamos por caso, o ya del siglo XX, porque se ve que la realidad histórica del siglo XXI no tiene demasiados partidarios –y es lógico- entre los defensores de la retrohistoria, que por definición establecen sus argumentos en el pasado y en el futuro, dando un salto acrobático sobre el presente, que es la mercancía que tiene peor salida comercial en el negocio político, quizá porque el presente está más vinculado a la realidad en crudo que a las fantasías y futuribles que mantienen a los profesionales del bien común en sus sillones. 

          Imagino que en esa fijación temporal retrospectiva contarán mucho las hazañas bélicas y las estrategias matrimoniales de reyes, duques y condes, a pesar de que el retrohistoricismo entretiene la ilusión florida de que la historia de los pueblos la escriben a su antojo los siervos de la gleba y no sus mandatarios, lo que puede propiciar la paradoja de que algunas regiones reclamen la instauración de una república moderna con argumentos derivados de los caprichos y desmanes de unos monarcas antiguos, pero nadie ha demostrado que las paradojas impidan la coherencia, al menos no en la política y en el teatro del absurdo, esas dos disciplinas artísticas hermanadas con frecuencia por el discurso del sinsentido. 


            Urge, decía, la fijación del tiempo originario de cada una de nuestras naciones y regiones, una vez que hayamos fijado, eso sí, cuáles son nuestras naciones y cuáles nuestras regiones, por mantener un orden y no liarnos. Para evitar manipulaciones e imposiciones centralistas, me atrevo a sugerir que esa tarea corresponda a los parlamentarios autonómicos, que son quienes conocen su pasado de primera mano y quienes tienen autoridad para establecer el momento exacto en que arranca su historia nacional dentro de la plurinación o bien –si no hubiera suerte- su historieta regional dentro de la plurirregionalidad de la plurinación, según el rango que le atribuya Pedro Sánchez en alguna de sus improvisaciones metafísicas.


            Contamos ya con aportaciones relevantes: el alegre diputado Rufián, por ejemplo, con esa contundencia de juicio que le otorga su adolescencia prorrogada, ha dictaminado que el franquismo acabará el próximo 1 de octubre. Algo es algo, y no está mal como punto de partida. Ahora sólo nos queda saber si el fin del franquismo en la historia de España supondrá el fin del gobierno mítico de Wifredo el Velloso en la retrohistoria catalana, pero demos tiempo al tiempo, al tratarse de un asunto de espinosa complejidad: hay muertos que tardan más que otros en morir. 


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domingo, 10 de septiembre de 2017

EL DIÁLOGO



(Publicado ayer en prensa)

Mientras EEUU y Corea del Norte juegan a las guerras mundiales, el gobierno central y el catalán siguen jugando al guerracivilismo retórico. Les confieso que con el PP no estoy de acuerdo ni en su segunda sigla, pero en este caso les confieso también que no acierto a imaginar del todo cómo se manejaría en esta coyuntura otro partido, a pesar de que si el presidente del gobierno fuese Pedro Sánchez no resultaría descartable, dada su volatilidad intelectual, que negociase con el gobierno catalán con la oferta de cederle no ya el dominio del archipiélago balear, sino incluso el del canario. 

Se le achaca al gobierno central el mirar para otro lado ante el conflicto independentista, pero nadie especifica hacia qué lado debe mirar, y, sobre todo, qué medidas tiene en su mano que no sean las estrictamente legales. Hay quien reclama una “solución política” para el  problema, como si lo político fuese un grado superior de las soluciones, pero el verdadero problema radica en que con alguien que quiere decapitarte –valga la metáfora extrema- ¿qué puedes negociar? ¿Qué se limite a cortarte las orejas y la nariz en vez de la cabeza? A esto último parece inclinarse el PSOE con su pintoresca ocurrencia de la plurinacionalidad, según la cual habría que vertebrar de nuevo la totalidad del Estado, a costa del Estado, y sin su opinión, con arreglo a las exigencias telúricas de los mandatarios catalanes.

            El diálogo tiene el prestigio de lo racional, aunque sabemos que existe la modalidad del diálogo de sordos, que es en el que andan el gobierno central y el catalán; el primero, con tendencia al exabrupto moderado y poniendo cara de póquer; el segundo, con inclinación al delirio incontenido y jugando al póquer con la totalidad de la baraja. En medio de ellos, los demás partidos lanzan sus ocurrencias, ya que estamos en época de improvisaciones, quizá porque los conflictos artificiales no casan bien con la lógica ni con el sentido común, sino en cualquier caso con las soluciones igualmente artificiales.

            Hay quien supone que el simple hecho de poner unas urnas es un acto democrático. Depende: las urnas son democráticas cuando parten de la legalidad democrática, y no tanto cuando son el disfraz de una estrategia que aspira a convertir en una realidad común e incontestable una realidad parcial y controvertible. Nadie puede estar en contra de que un pueblo se exprese con su voto, pero, dejando aparte la convocatoria paroxística de un referéndum paródico, hay ocasiones en que ese voto requiere un debate previo a su ejercicio; en este caso, y sin ir más lejos, el debate sobre la posesión territorial, ya que la idea tribal de que los diferentes territorios de un Estado pertenecen en exclusividad a su censo no deja de ser una convicción un tanto primaria a la que convendría dar un par de vueltas no sólo por los circuitos de la razón, sino también por los vericuetos de la historia.

            Mientras tanto, en estas andamos. Muy entretenidos.

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lunes, 28 de agosto de 2017

BABEL Y BLABLABLÁ


(Publicado en sábado en prensa)


Tras un atentado terrorista, nuestra memoria emocional nos dice que pasaremos un duelo colectivo, pero nos avisa también de que padeceremos otro tipo de terror: el de la glosa generalizada del terror.

            Por una parte, los medios informativos de toda la gama cromática suelen virar de manera espontánea al amarillo, ya sea por la vía del patetismo o de la cursilería, con el contrapeso analítico de esos opinadores profesionales que se rigen por un lema antisocrático: “Sólo sé que sé de todo”. A eso debemos añadir las revelaciones de nuestros políticos, que nos regalan por Twitter el catálogo de tópicos específicos para catástrofes naturales o artificiales, invariablemente solidarios, y podemos considerarnos afortunados si el asunto no tiene derivaciones interpretativas de esencia bíblica, con aportaciones como la del cura madrileño que anatemizó a dos alcaldesas por el procedimiento visionario y expeditivo que se aplicaba a las brujas en los juicios de Salem. 

               Por si fuese poco, todos tenemos la facultad cognitiva y el derecho adquirido de divulgar barbaridades y desatinos en las redes sociales, por lo general gracias a esa fractura que tan a menudo se produce entre la información y la opinión: no necesitamos el requisito de informarnos sobre un asunto para sentar cátedra sobre cualquier asunto, movidos por un argumentario que se genera de manera silvestre en las vísceras, que se salta a la garrocha los circuitos neuronales y que desemboca en los dedos que teclean con urgencia en la pantalla de un smartphone.

            Quien desee mantener algún tipo de esperanza en la sensatez del género humano, en fin, mejor que no se asome a las redes sociales en los días posteriores a una tragedia, porque se arriesga a perder no sólo esa esperanza, sino también el apetito, a la vista de esa exhibición de vómitos en 140 caracteres: desde quien supone que el atentado es obra del gobierno central para desestabilizar al gobierno catalán hasta quien pide la expulsión global de los musulmanes, pasando por una gama estremecedora de propuestas, incluidas las de los partidarios de la barbarie.

        Y cuidado: la barbarie puede resultar ecuménica. La islamofobia, al ser un sentimiento primario, tal vez requiera una refutación meramente matemática: si todos los musulmanes que residen en Europa fuesen terroristas, se produciría un atentado cada medio minuto. Bien es cierto que la multiculturalidad no es ese escenario arcádico que algunos nos pintan: la convivencia de credos genera conflictos, pero el mayor conflicto de todos tal vez sea el no saber administrarlos socialmente no sólo desde la tolerancia, sino también desde la desconfianza, ya que, a fin de cuentas, guste a quien guste y disguste a quien disguste, el futuro de nuestras sociedades no será tribal, sino babélico. Con sus ventajas. Con sus peligros.


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jueves, 17 de agosto de 2017

LO PLURI



(Publicado en prensa)


El día en que Pedro Sánchez se decida a hablar sin tópicos de mitin, sin clichés y sin eslóganes de catálogo, podremos calibrar la hondura o la superficialidad de su pensamiento político, asunto que, aunque con indicios preocupantes, sigue siendo uno de los grandes misterios del momento presente. Entre esos indicios se cuenta el de haber puesto en circulación un concepto pluripintoresco: el de plurinacionalidad, cabe suponer que como parche retórico para el ensueño telúrico más o menos colectivo que de un tiempo a esta parte ameniza nuestros días sobre la Madre Tierra, a la que en España no cabe aplicar aquello de que madre no hay más que una.

            Hasta hace no mucho, la iglesia católica tuvo una piedra en el zapato con el culto al Santo Prepucio, del que algunos teólogos daban por supuesto que había ascendido al cielo teológico, por su cuenta y riesgo, el mismo día de la resurrección de Cristo, criterio juicioso donde los haya ante el que se rebelaron otros sabios en asuntos parapsicológicos, que dieron en sostener que tanto el prepucio como el pelo o las uñas del Redentor eran elementos secundarios que bien pudieran haberse quedado en este valle de lágrimas sin menoscabo de la integridad del susodicho Redentor. A finales del siglo XVII, el teólogo León Alacio puso un poco de sentido común en la disputa: según sus conclusiones, el Santo Prepucio ascendió al Cielo a la vez que Cristo y dio origen a los anillos del planeta Saturno.

            El PSOE parece estar ahora en su fase prepucio con lo de la plurinacionalidad. Los socialistas valencianos, en línea con el aparato central del partido, defienden un “federalismo asimétrico”, como las narices que pintaba Picasso, en tanto que los socialistas andaluces reclaman un “federalismo cooperativo”, con la agravante de que ninguno de los ellos cuenta con la versión irrefutable de un equivalente de León Alacio que dictamine cuál de ambas modalidades de federalismo puede dar origen a esos anillos saturnales que cohesionen nuestra pequeña nación de pequeñas naciones. 

              Por otra parte, todos ellos reconocen no tener muy claro no sólo cuál es el modelo federal que propugnan, sino incluso qué distinguiría a un estado federal de nuestro actual escenario de autonomías, ni si, monárquicos como dicen ser, convertirían a Su Majestad en rey asimétrico o en monarca cooperativo de una federación, pero el hecho de que no se sepa con exactitud el significado de un sustantivo nunca ha sido impedimento para que se le añadan adjetivos. Para alegrar esta maratón de imprecisiones, los socialistas baleares reclaman una “federación de islas”, lo cual puede dar pie –con arreglo a la vieja consigna de “café para todos”- a que otros territorios de nuestra plurinación reclamen una federación de montañas, de mesetas, de costas o incluso de secarrales. 

            Algunas ocurrencias políticas corren el riesgo, en fin, de acabar en chistes. Chistes sin demasiada gracia. Pero se ve que a sus divulgadores les divierten. Al menos de momento.


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domingo, 13 de agosto de 2017

LA ESCOBA



(Publicado ayer en la prensa)



       El cartel de inspiración leninista de la CUP, aunque en realidad diga poco, ya que se sostiene sobre una metáfora simplista, dice mucho más de lo que dice. Dice, por ejemplo, que a los políticos corruptos no hay que llevarlos a los tribunales y juzgarlos con arreglo a las normas propias de un Estado de derecho, sino barrerlos. Dice que a la monarquía no hay que someterla a un cuestionamiento racional como modelo de jefatura del Estado, sino barrerla. Dice, por ejemplo, que a los matadores de toros de la España cañí no basta con prohibirles torear en tierras catalanas, sino que además hay que barrerlos. Dice que a la iglesia católica no hay que equipararla a efectos administrativos al nivel de cualquier otra confesión, sino barrerla. 

       Por otra parte, dice que el independentismo catalán no se conforma con una independencia modestamente catalana y que aspira a anexionarse a la Comunidad Valenciana y a Baleares para la conformación arcádica de los Paisos Catalans, a un tris del imperio catalán. Dice, en fin, otras muchas cosas ese cartel profiláctico, pero pasa de puntillas sobre un aspecto relevante, a saber: una vez barrida una superficie, a los residuos hay que darles un destino. Se comprende que la CUP quiera barrer de Cataluña a los políticos y a los toreros españoles, entre otros, pero se da el caso de que la barrendera del cartel barre también a Pujol y a Mas, un abuelo y un padre de la patria, lo que genera una serie de incertidumbres: ¿se los barre de la Cataluña independizada y nos los mandan a España en calidad de refugiados políticos?, ¿se los destierra a Andorra?, ¿se los tira al mar jurisdiccional de los Paisos?, ¿se crea un gulag para ellos en la catedral de Barcelona, una vez expropiada? A la espera quedamos de que nos aclaren el enigma.


            Cuando se opone la patria verdadera a una nación espuria se suele caer en un error de duplicación de concepto, ya que todas las patrias son ficticias. Lo que no es ficticio es el funcionamiento administrativo de una nación, que, como no haría falta recordar, se fundamenta en unas convenciones territoriales, en un pacto social y en unas aspiraciones comunes. Si el patriotismo individual se escora al sentimentalismo colectivo, ya no estamos en un debate de esencia política, sino en el mundo de la magia, y la magia no admite debate: la magia sucede. 


            En Cataluña está produciéndose un apoderamiento diversificado de la realidad para conseguir la unificación de una realidad, sin duda porque la realidad no puede caminar sin la muleta de la paradoja. De ahí que la derecha gobierne gracias a la izquierda y que a ambas les parezca natural esa alianza que no contenta a nadie, pero que satisface a una fantasía superior, a un ente abstracto: la patria verdadera de todos ellos.


            El espectáculo sólo presenta un defecto: que no tiene un desenlace posible, ya que su sentido está en el nudo. Gordiano.


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viernes, 21 de julio de 2017

JOAQUÍN SÁENZ


Anoche murió el pintor sevillano Joaquín Sáenz.
Llevaba muchos años ciego, consumiéndose. 
Esto que sigue lo escribí en 1988 para el catálogo de una exposición suya. Le hizo mucha gracia -y lo recordaba décadas después, como una broma recurrente- lo de visir de Samarcanda.
Muchos recuerdos de repente, en desorden. Mucha tristeza.


JOAQUIN SAENZ: LA PINTURA DEL TIEMPO FUGITIVO





     Joaquín Sáenz podría perfectamente ser un personaje huido de alguna novela de Stevenson, de Salgari o de Baroja. Podría ser -perfectamente- un pariente del príncipe Florian -trasunto del rey Shahryar- venido de Samarcanda con provisión de esclavos enjoyados, con caballos piafantes, con camellos guarnecidos de gala, para vivir en Sevilla de incógnito, disfrazado de pintor impresionista.

     Joaquín Sáenz podría ser el corsario implacable -la esmeralda en la frente- que levanta al cielo la media luna de su cimitarra, amenazando a los piratas frente a las costas de Turquía... o dirigiendo una partida de filibusteros en aguas de Jamaica, según.


     Joaquín Sáenz podría ser el conspirador decimonónico que blasfema y que amenaza al rey en cafetines sombríos, dando un zapatazo en el suelo recubierto de serrín, ante la mirada desfallecida y turbia de los marineros borrachos de mar y de ron, esas dos cosas líquidas y bravías.


     Todo esto podría ser Joaquín Sáenz si lo deseara.



Algún día, además, se conocerá su labor de agitador en los sótanos de su imprenta de la calle San Eloy, donde suponemos que estampa, en el silencio de la madrugada cómplice, libelos de  esmerada tipografía -y su silueta de corsario proyectada en la pared por el farolillo de gas, como una sombra expresionista. 
   
   Algún día se sabrá que, desde hace años, tiene prisionero en esos sótanos a un pintor japonés que, bajo tortura, le revela los secretos de la luz sobre las aguas, sobre los árboles, el secreto de la luz sobre sí misma.


     Los cuadros de este pintor de personalidad plural -visir de Samarcanda paseando por Triana, corsario beligerante de Turquía pintando el Guadalquivir, conspirador decimonónico con terno de lino colonial-, los cuadros de Joaquín Sáenz, decía, no representan esencialmente paisajes, sino que parecen más bien el paisaje invisible del tiempo fugitivo. Una elegía: la luz con el tiempo dentro.




     Joaquín Sáenz, entre todos los destinos que se le han ofrecido, ha escogido el de testigo silencioso de la hermosura pasajera, de la frágil luz, de las aguas que son metáfora del tiempo huyente, y ha hecho eternas en nuestra memoria esa hermosura, esa luz, esas aguas. En su pintura del tiempo fugitivo.




                                                                                 (1988)

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