domingo, 18 de septiembre de 2022

LA REINA

 (Publicado en prensa)



A estas alturas, la reina de Inglaterra sigue sin enterrar y se diría que continúa reinando ahora más que nunca: una presencia fantasmagórica que determina en estos días la cotidianidad de sus súbditos, aunque no solo de ellos: en otros países no sé, pero aquí en España parece que se nos ha muerto algo así como la abuela universal, y no hay cadena televisiva, periódico, revista del corazón o emisora de radio que no esté empeñada en abocarnos al duelo por la pérdida de una soberana que, a pesar de los beneficios de la globalización, nos pilla un poco a trasmano.

Esta celebración fúnebre, tan teatral como maratoniana, tiene un componente de cuento gótico, de fasto faraónico y de ceremonia tribal: el espíritu supremo y mágico que, tras su muerte, permanece en el mundo de los vivos como una presencia sobrenatural y prodigiosa. La muerta que no ha muerto. La difunta que sigue en la realidad y en la realeza, que, bien mirado, son dos términos antagónicos, ya que el sustento básico de la realeza no es la realidad, sino la irrealidad, la pura fantasía.

         Ese despliegue de irrealidad en torno a la realeza sabe disponerlo la casa real británica con una profesionalidad casi inigualable, o solo igualada por la parafernalia que despliegan algunas tribus salvajes en torno a sus monarcas. La reina Isabel entendió como nadie que la monarquía no soporta un relato acogido al patrón del realismo, sino que tiene que convertirse en un cuento de hadas, con carroza dorada incluida, y en eso anduvo durante su largo reinado, proyectando una imagen de ente mutante: lo mismo aparecía en público caracterizada como una anciana que acaba de arreglarse para ir a tomar el té con unas amigas que disfrazada de reina pomposa a la que le hubiesen puesto encima todo el vestuario de un teatro de variedades.

Se trataba tal vez de jugar con dos tiempos: el pasado y el presente. Pero sobre todo con el pasado, por esa necesidad que parece tener el pueblo de que le regalen espejismos retrospectivos de fastuosidad y de feudalismo.

         Lee uno las semblanzas que se publican en estos días y llega a la conclusión de que lo más elogiable de la reina Isabel fue el acertar a no meterse en política, que es lo mismo de lo que al parecer presumía Franco, otro muerto que tardó mucho en morir, en el caso optimista de que haya muerto del todo.

         La serie televisiva The Crown nos ofreció un relato de la intimidad de la familia real británica. No puedo saber si se trata de un retrato fidedigno, pero sí que se trata de un retrato convincente: una familia real que, en el fondo, es una familia vulgar, con sus problemas vulgares, con sus aficiones vulgares, con sus mentes vulgares. Porque puedes ponerte una corona, pero lo importante no acaba siendo la corona, sino la cabeza sobre la que se sostiene, y ahí el asunto se complica un poco. Si no, que se lo pregunten a Miss Mundo, por ejemplo.


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domingo, 4 de septiembre de 2022

LA CORBATA

 (Publicado en prensa)



Tras la tregua veraniega, incluso los más optimistas auguran un otoño conflictivo y un invierno potencialmente catastrófico si la conjunción de adversidades presentes no se corrige, ya sea por la acción humana o por un milagro divino. Visto lo visto, la segunda posibilidad parece la más razonable.

         De todas formas, hay espacio para la esperanza: las cosas van mal, pero podrían ir peor, lo que no deja de ser un consuelo, aunque triste, como lo son todos los consuelos. Eso sí: el hecho de que las cosas vayan mal –y de que puedan ir peor- es algo que preocupa más a la gente que a un sector significativo de la clase política, que se supone que está ahí para solucionar problemas, no para agravarlos. En momentos de crisis, uno espera que los consensos se impongan a las divergencias, los entendimientos a las trifulcas habituales y el sentido común a la estrategia partidista. Pero se ve que es esperar demasiado de quienes ya esperamos, en el fondo, muy poca cosa.

         El espectador de la contienda política está acostumbrado a admitir las trapacerías que se traen entre sí los valedores del bien común, pero no sé si podrá acostumbrarse del todo a admitir el infantilismo como método de pensamiento y de acción. Ante la crisis energética, pongamos por caso, el PP se empeña en reducir el problema a la corbata de Sánchez, que en realidad es la no-corbata de Sánchez. Una crisis global sintetizada en un producto textil: vamos bien. De acuerdo en que lo de la corbata fue una tontería, pero se da el caso curioso de que hay ocasiones en que las tonterías, a pesar de ser tonterías, no dejan de ser sensatas, en el caso de que la auténtica tontería no sea el llevar corbata, esa prenda ornamental que para algunos simboliza –a estas alturas- la formalidad, la decencia y el decoro: te pones una corbata y ya estás en condiciones de gobernar, de prevaricar o de casarte, al tratarse de una prenda multiuso.

         Doctores tiene la Iglesia y asesores tienen en Génova, pero no acierta uno a interpretar la estrategia misteriosa que ha adoptado la cúpula del PP, que no es otra que la práctica continuada del gamberrismo político, cercano a posiciones antisistema: todo es un desastre y todo hay que cambiarlo de raíz. No recuerda uno que los periodos de gobierno del PP estuviesen marcados por las grandes revoluciones, pero, en fin, igual la memoria nos falla o se queda únicamente con lo peor: la Gürtel, Bárcenas, Villajero y otras fatalidades de ese tipo.

         No hace falta decir que los diputados de la derecha siguen llevando corbata. Como símbolo, tal vez, de su martirio. O como un emblema del progreso. O de la rebeldía. O quién sabe.

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