Blog de Felipe Benítez Reyes
MERCADO DE ESPEJISMOS
viernes, 3 de febrero de 2023
jueves, 2 de febrero de 2023
CARLOS EDMUNDO DE ORY
En el nº de febrero de TINTA LIBRE, en mi sección "Fantasmas ilustrados", escribo sobre Carlos Edmundo de Ory, con su correspondiente caricatura de Toño Benavides.
domingo, 29 de enero de 2023
LA TARA
(Publicado en prensa)
Entre otras, el sociópata tiene
la habilidad de colarse en la sociedad como un elemento de normalidad social.
El auge de las redes sociales nos ha brindado una evidencia: que buena parte de
la población mundial está para que la encierren bajo llave y bajo medicación
específica. Antes, cuando no existía Internet –ese invento creado a medias por
Dios y a medias por el Diablo-, salías a la calle y, en tu inocencia, pensabas
que la gente era convencionalmente normal, al menos dentro de lo raro que somos
todos, y dabas por hecho que las mentes funcionaban más o menos bien, dentro de
lo bien que puede funcionar una mente humana, pero, de repente, una ola de
sociopatía se hizo palmaria en varios frentes: en la sección de comentarios de
la edición digital de los periódicos, en Twitter y en Facebook, en Instagram e
incluso en TikTok, pongamos por caso, donde las muchedumbres hasta entonces
silenciosas optaron por dar rienda suelta a sus perturbaciones, aunque, eso sí,
por lo general bajo pseudónimo, pues el sociópata tendrá algunos defectos, como
todo el mundo, pero no el de responsabilizarse en público de sus opiniones
taradas, y de ahí quizá su afición al anonimato.
Comoquiera
que la humanidad está involucrada en un proceso imparable y creciente de
perfeccionamiento, esa sociopatía no ha parado de progresar, y en los últimos
tiempos se ha hecho fuerte en un ámbito en el que se dan las mejores
condiciones para su desarrollo: la política. Si a esa idoneidad de las
condiciones sumamos el hecho de que los profesionales de ese gremio están ahora
–en el caso de que no lo estén siempre- en precampaña electoral, el panorama
resulta inmejorable.
A
estas alturas de la Historia, creo que el sentido común nos advierte de que
podemos dar por perdidos los ideales de concordia y de equilibrio entre
intereses sociales, ya que el único contrato social que hemos firmado a lo
largo de los siglos es en el fondo un contrato leonino, por no decir que se
trata en realidad de un contrato basura: el contrato del sálvese quien pueda.
No
sé si la clase política cae de vez en cuando en la cuenta de que la
teatralización sobreactuada de la discordia acaba volviéndose en su contra, ya que
una sociedad crispada representa un riesgo ideológico por su falta precisamente
de ideología, al predisponerla de ese modo en favor de los profetas del orden,
que suelen acaban siendo los operarios del caos. La trifulca constante puede
ser un espectáculo entretenido, pero solo hasta cierto punto: llega un momento
en que asquea un poco, en parte –supongo- porque evidencia nuestro fracaso como
colectividad, una colectividad que tal vez preferiría armonizarse a dislocarse.
Pero,
en fin, ellos sabrán.
.
lunes, 16 de enero de 2023
ACTUALIDADES
(Publicado en prensa)
El plagio brasileño del asalto al
Capitolio de EEUU tenía un componente épico: esas hordas que lucían mayoritariamente
la camiseta de su selección nacional de fútbol, supongo que como metáfora del
gol que pretendían marcarle no ya al presidente Lula, sino a otras cosas un
poco más abstractas: a la democracia, a la civilización e incluso me atrevería
decir que a la salud mental. Si tu héroe político es Bolsonaro y resulta que
pierde las elecciones, no te queda otro remedio que ponerte a romper cosas,
cosas públicas, cosas simbólicamente significativas de la nación; es decir,
cosas que también son tuyas, pero como si no lo fuesen, porque la barbarie es
desinteresada: su único interés consiste en destruir. Mientras tanto, Bolsonaro
se curaba en EEUU de una dolencia abdominal, provocada sin duda por el
resultado de las últimas elecciones, que, cuando son malos, suelen traer eso:
retortijones agudos, que se agravan cuando el que los padece se dedica a pensar
con las tripas.
Aquí,
mientras tanto, andamos entretenidos con otras cuestiones. Por ejemplo: la
secretaria de Estado de Igualdad está viviendo un calvario mediático por hacerse
la graciosa en una tertulia televisiva, víctima de la confusión de manifestarse
en un medio de repercusión pública no como la secretaria de Estado que es, sino
con el mismo desparpajo con que podría comportarse en una despedida de soltera.
Tras recurrir al viejo truco de fingirse la víctima de un complot, ha pedido
disculpas, de modo que el universo ha recobrado la armonía.
…O
tal vez no tanto: ahí tenemos al vicepresidente castellanoleonés con lo del
latido fetal y las ecografías en 4D como método nigromántico para que las
mujeres que han decidido abortar desistan de pecar contra Dios, que es una de
las funciones principales de un político del siglo XXI: procurar que el
porcentaje más bajo posible de la
ciudadanía acabe tras la muerte en el infierno. No sé qué opinarán ustedes,
pero eso de disfrutar de un gobernante retromedieval tiene su gracia y su
exotismo, y no sería desdeñable la idea de que cada ayuntamiento contase con
una Delegación de Edad Media y Reconquista.
Pero,
de repente, todo ha quedado oscurecido por la canción que Shakira ha dedicado a
su exnovio futbolista. Ahí se ha abierto el Gran Debate: ¿se trata de una
actitud ortodoxamente feminista de empoderamiento, de una rabieta de índole
choni o bien de una muestra populachera de despecho? Hay diversidad de
opiniones, como pasa con todo. Sea una cosa u otra, el desahogo le ha generado
ya 21 millones de dólares. Por raro que parezca, es una buena noticia para
todos los españoles: así podría pagar, sin que le doliese mucho el bolsillo,
los 14.5 millones que Hacienda le reclama, y no por despecho, sino por presunto
fraude fiscal.
Vamos bien.
.
martes, 10 de enero de 2023
lunes, 2 de enero de 2023
sábado, 31 de diciembre de 2022
LA EXPECTATIVA
(Publicado en prensa)
Mañana entramos en un año nuevo,
y lo haremos tal vez con la idea difusa de haber dejado atrás, aparte de un
tramo de nuestra vida, un periodo global de calamidades y de incertidumbres,
pues si bien vivimos desde siempre en un mundo convulso, este 2022, puesto en
la balanza, nos ha traído más sobresaltos que sosiegos. ¿Cualquier tiempo
pasado fue mejor? No. La historia de la humanidad es una novela que empieza mal
y que posiblemente acabe peor aún, ya que, a estas alturas, podemos llegar a la
conclusión melancólica de que como colectividad no tenemos remedio, dicho sea
sin ánimo de ofender a nadie. Lo intentamos, sí, pero tampoco con mucha
convicción, y no hay cosa que nos guste más que tirarnos en grupo a un abismo,
a la manera de una manada de ñus.
Por nuestra
falta de capacidad para el escarmiento, en medio mundo seguimos regalando el
poder a fantoches y charlatanes, cuando no a sociópatas o a psicópatas, o todo
junto, en parte, supongo, porque las ideologías de antaño han derivado en meras
manías sectarias, con un trasfondo más religioso que propiamente político, hasta
el punto de que basta con que un ente extravagante suelte media docena de
barbaridades para que una muchedumbre lo ensalce como un redentor. Cada uno de
nosotros cree tener una solución expeditiva para los problemas del mundo, lo
que no quita que esa creencia acabe sumando al mundo otro problema: la
proliferación de iluminados. Unos iluminados que necesitan a un espabilado para
que los agrupe y los guíe en la senda de la purificación social. Un espabilado
que vocifere y gesticule, que recurra a las grandes palabras huecas y que
canalice ese descontento que, de manera más o menos abstracta, late en
cualquier sociedad, ya que los paraísos únicamente parecen existir como tales
en el mundo de las ideas: un mito metafísico. Y el espabilado, claro está,
aparece, y no solo puede acabar ocupando un escaño en un parlamento, sino
incluso sentado en un sillón presidencial, en calidad de jefe de la tribu de
los alucinados.
Las
actuales tensiones geopolíticas avisan de la fragilidad extrema de nuestra idea
de civilización, sobre todo si tenemos en cuenta que el delirio de una sola
persona puede desestabilizar el mundo, como nos demuestran la Historia y los
telediarios. Nos habíamos hecho la ilusión de estar en el camino de un futuro
luminoso y de repente el cielo se ensombreció. Entre virus y guerras, entre
inflaciones artificiales y catástrofes naturales, enarcamos, por prudencia, una
ceja.
Dicho
lo cual, que tengan ustedes por delante un gran año.
.
lunes, 19 de diciembre de 2022
UN RELATO NAVIDEÑO
LA VÍSPERA
Mi empresa se dedica a mediar entre
vendedores y compradores. Unos clientes me citaron en Alicante el 23 de
diciembre. Para cenar. Podría haberme disculpado, por lo señalado de la fecha,
pero estaba en juego una comisión sobre la venta de un hotel en primera línea
de playa y tengo por norma desconfiar de los azares de última hora. Si no había
ninguna sorpresa, aquella operación equilibraría un año flojo. Elena lo
comprendió, pero no le cayó bien, porque la comprensión tiene sus limitaciones
emocionales, y la comprendí. Le prometí que volvería el 24 a primera hora para
ayudarle a preparar la cena.
Elena
y yo nos casamos hace ahora siete años. Un par de años antes, a los cinco o
seis meses de conocernos, yo rompí con Clara y ella con su marido. Elena tiene
gemelas de once años y yo un hijo de dieciséis. Las hijas de Elena siguen
mirándome con el mismo recelo que el primer día. Mi hijo me mira con el mismo
rencor que cuando salí de casa para irme a vivir a un apartamento de alquiler
en el que la tapicería del sofá era la misma que la de las cortinas.
Me
pasó lo que a casi todos: no dejé a Clara porque no la quisiese ni porque Elena
me gustase más que ella, sino sencillamente porque era otra. No hubo, en esencia,
mucho más. Eso, por supuesto, lo sé ahora, pero entonces no: Elena representaba
una vida nueva, aunque al poco comprendí que la vida no está fuera de uno
mismo. No quiero decir que esté mal con Elena ni mucho menos, sino que a estas
alturas podría estar con cualquiera, incluida Clara. A los sesenta años
conviene cerrar el laboratorio.
En
la cena éramos nueve, todos hombres. Las negociaciones habían tenido un prólogo
largo y sólo se trataba en realidad de celebrar la firma, de modo que se firmó
el contrato nada más sentarnos a la mesa, supongo que para poder celebrarlo
cuanto antes. Me alegré de que no surgiesen pequeñas discrepancias de última
hora, que suelen ser las más peligrosas para el éxito de este tipo de
transacciones. El restaurante era tailandés y estaba decorado con tiras de
espumillón azul eléctrico y con un abeto iluminado con guirnaldas de luces
azules, de un elegante azul frío.
Cenamos.
“Vamos
al Ma Chérie”. Alguno opuso resistencia, pero al final nos fuimos los nueve al
Ma Chérie. A la entrada había un árbol de navidad con luces rojas y bolas
doradas. Las muchachas se habían vestido esa noche de Papá Noel. La que me dio
conversación se llamaba Martina y era eslovaca. Salimos de allí más allá de las
cinco y media, porque el ánimo suele enredarse en esos sitios. Yo tenía que
estar en el aeropuerto en torno a las
siete y cuarto.
Llegué
al hotel con apenas tiempo para darme una ducha. Era un hotel muy de medio
pelo, pero no encontré otra cosa, más allá de los prohibitivos. Se ve que yo no
era el único desplazado durante la víspera de una celebración eminentemente
casera. En el hall había un abeto artificial con luces parpadeantes y
espumillón dorado. Pedí por teléfono que me subieran un café a la habitación y
me dijeron que no era posible. Le pregunté al recepcionista en qué planta
servían el desayuno. Me dijo que en la entreplanta, de siete y media a diez y
media. Eché en un vaso dos comprimidos de Actrón. El alcohol aún no me había
hecho daño. Estaba esperando sin duda a que yo entrase en el avión para
hacérmelo, como efecto teatral. Veía una escena anticipada: Elena ofreciendo
licores después de la cena.
Bajé
a recepción. El reloj de pared marcaba las siete menos veinticinco. Me daría
tiempo a desayunar con tranquilidad en el aeropuerto. Ante el mostrador estaba
una pareja muy joven. Apenas veinte él, dieciocho como mucho la chica. Sin
equipaje. “¿Han consumido algo del minibar?” Habían consumido dos cocacolas. El
muchacho pagó con tarjeta.
Antes
de subir al avión, el alcohol del Ma Chérie empezó a enrarecerse. El acento de
Martina, que me había hipnotizado apenas unas horas antes, me resonaba dentro
de la cabeza como el eco de un idioma robótico. Me tomé un café doble y vomité.
Mi avión salió con cincuenta minutos de retraso.
Cuando
llegué a casa, Elena estaba ya en la cocina. “Mis padres llegan al aeropuerto a
las cuatro y media. ¿Irás tú a recogerlos?”. Por supuesto. Las gemelas, con su
impavidez simétrica, fingían ayudar a su madre. En el salón estaba el abeto
decorado por ellas: luces verdes y figuras de ángeles. “No me ha dado tiempo a
compraros ningún regalito”, y las dos dibujaron un gesto que fundía la
decepción con la resignación. Nunca han esperado mucho de mí.
“Tienes mala cara”, me
dijo Elena. Sí, la comida exótica siempre me pasa factura.
“Por cierto, ¿cómo ha ido
todo?”. Y le dije que muy bien.
(Incluido en Los abracadabras. Relatos reunidos. Editorial Renacimiento, 2022)
domingo, 18 de diciembre de 2022
BOLILLÓN PRESIDENCIAL
(Publicado en prensa)
Comoquiera que se negó a que le
hicieran un análisis toxicológico tras su detención, el flamante expresidente
peruano ha añadido un misterio insondable a la mecánica del mundo: ¿qué droga
es esa que hace que leas un texto ajeno como si fuese propio, sin saber lo que
dices, como un loro parlante de juguete, y que te lleva además a disolver el
parlamento de tu país? Una droga dura, desde luego. La única certeza que tenemos
sobre ella es que es líquida o, al menos, soluble, ya que los defensores del
mandatario destituido afirman que alguien se la administró en un vaso de agua,
aunque cabe la posibilidad de que el agua en cuestión proviniera de un
manantial lisérgico controlado por unos demonios amazónicos que se apoderan así
de la voluntad de los mandatarios incautos, porque con estas cosas nunca se
sabe, y episodios aún más prodigiosos nos han brindado los novelistas del
llamado realismo mágico.
Por lo
general, al consumidor de drogas le da por escuchar a Pink Floyd o por ver
conejos y palomas de colores, pero al expresidente le dio, en cambio, por disolver
el parlamento, como ha quedado dicho. Y es que un mal viaje lo tiene cualquiera:
te da el punto de mandar a casa a todos los parlamentarios de tu país y resulta
que acabas en la trena con tu homólogo Fujimori. Los riesgos de la vida loca,
como si dijésemos.
He
buscado en los libros de Jünger, de Escohotado y de Schivelbusch la descripción
de alguna sustancia que conduzca a esos extremos delirantes de colocón, pero no
he encontrado nada que se ajuste a los efectos padecidos –porque disfrutados me
temo que no tanto- por el expresidente de Perú.
Y
piensa uno, no sé, que esa droga misteriosa puede convertirse en una gran
aliada de la clase política universal. Por ejemplo: te pillan prevaricando o
malversando y lo achacas a la droga que te echaron en ese vaso de agua que les
ponen a los parlamentarios cuando suben al estrado para que puedan exponer con
la lengua hidratada una solución expeditiva para los problemas del país. Sería
un eximente inmejorable, y se oirían por los pasillos de los parlamentos
conversaciones de este tipo: “¿Has bebido agua antes de defender la enmienda a
la ley?”, y el otro le respondería: “Un par de sorbos. Por precaución. Aparte
de eso, si no me drogan es que ni yo mismo me creo lo que digo”.
Como
es lógico, habría que convocar una plaza de camello parlamentario, para que lo
que se vierta en los vasos de sus señorías esté sometido a un control de
calidad, porque igual te dan material adulterado y se te ocurre ponerte a
bailar bachata con los de la oposición, o lo que sea, y es ya lo que nos
faltaba.
El
expresidente peruano ha abierto, en fin, un camino.
.
martes, 6 de diciembre de 2022
domingo, 4 de diciembre de 2022
BARRA LIBRE
(Publicado en prensa)
Desde los tiempos brumosos en que
los humanos acordaron constituir asambleas para intentar resolver sus
conflictos, el conflicto principal han sido las asambleas. Por no se sabe qué
motivo, cualquier reunión humana, así se trate de una convocatoria vecinal,
está condenada a convertirse no solo en un guirigay, sino también en una
trifulca. Parece ser que llevamos la discordia en los genes, aunque no resulta
del todo descartable la posibilidad de que esa naturaleza pendenciera se derive
de una milenaria maldición egipcia o sumeria, como poco. Sea por lo que sea, el
caso es que buena parte de la clase política ha adoptado históricamente, como
tradición inquebrantable, el recurso al insulto, al sarcasmo, al sofisma, al
enrocamiento en el dogma y en el prejuicio, a la humillación pública del
adversario, a la destemplanza y, a menudo, a la idiotez orgullosa de serlo. Si
alguien no dispone de esas habilidades, casi mejor que opte por la carrera
eclesiástica. De vez en cuando, en algún informativo, vemos a unos
parlamentarios de países más o menos exóticos liarse a tortas, en un paso más
hacia el perfeccionamiento del debate o, al menos, hacia las soluciones
expeditivas: lo que no pueden arreglar las palabras puede arreglarlo un bofetón.
Sin
irnos tan lejos, la presidenta de nuestro Congreso va a verse obligada a
matricularse en un cursillo de adiestramiento canino, ya que algunas señorías
están que ladran. Se ha desatado la furia, según parece, o al menos las
lenguas, y prefiere uno pensar que todo se trata de una puesta en escena, de
una performance parlamentaria para que el pueblo se divierta un poco en esta
época de incertidumbres concretas y abstractas. Solo eso: una representación
teatral subida de tono en la que los actores intercambian barbaridades entre sí
y se estrellan tartas de oratoria en plena cara. Para entretenernos un poco, ya
digo. Sin maldad.
Como
no podía ser de otra manera, algunos parlamentarios son mejores actores que
otros, y no falta quien sobreactúa. En ese defecto de sobreactuación puede
incurrirse por activa o por pasiva: por activa si se te calienta la boca más de
la cuenta o por pasiva si te ves a obligado a indignarte por el calentón de una
boca ajena, lo que conlleva el que tu boca también se caliente. Hay momentos
estelares en que el Congreso parece un bar en el que unos entes achispados
discuten sobre ovnis. Pero, bien mirado, tiene su sentido: si ellos son los
representantes del pueblo, nos representan a la perfección, con absoluta
fidelidad. Qué bien nos conocen. Qué bien nos interpretan: airados, sectarios,
irracionales. Qué bien.
.
martes, 29 de noviembre de 2022
domingo, 20 de noviembre de 2022
ACTIVISMOS
(Publicado en prensa)
El concepto de “activismo” conlleva
necesariamente un grado de fanatismo, ya que sin un componente fanático no se
trasciende el grado de la pasividad, y se trata de todo lo contrario. El
activista no puede encogerse de hombros ante el detalle más insignificante que
afecte a su parcela temática, ya sea en el ámbito de la política, de la
ecología o del maltrato animal, pongamos por caso, pues todo activismo es
selectivo, tal vez por prudencia estratégica: si no se puede luchar contra el
mundo como totalidad caótica, dividamos el mundo en caos específicos. Gracias a
esa división, una persona puede amargarse la vida de maneras muy diferentes:
sufriendo por las condiciones de vida de los perros de las perreras, deseándoles
la muerte a los matadores de toros o poniendo el grito en el cielo por el hecho
de que alguien fume en la terraza de un bar, por ejemplo. Hay opciones.
Algunos
identifican el activismo con el histerismo, o al menos con una mentalidad
maniática, fruto de la extrapolación de alguna psicopatología necesitada de
manifestación pública, aunque tal vez habría que barajar la posibilidad de que
el antiactivismo sea una manifestación igualmente fanática del activismo.
Nuestra
forma de vida, la que hemos creado, tiene mucho de mecanismo desastroso, hasta
el punto de que señalar sus muchos desastres se considera un síntoma de
trastorno sociopático.
Algunos
activistas climáticos han vandalizado unas obras artísticas, con gran
repercusión mediática, que es lo que se supone que pretendían. ¿Por qué han
puesto su diana precisamente en el arte? Sería demasiado enrevesado suponer
que, a pesar de que a lo largo de la historia ha habido artistas culpables de
muchas cosas, una obra de arte es siempre, como tal, inocente. Y la agresión a
la inocencia provoca espanto. No sé. Podrían haber lanzado latas de tomate a un
surtidor de gasolina y pegarse la mano a la manguera, o incluso meterse la
manguera por algún orificio corporal por el que escueza un poco. Podrían haber localizado
a algún magnate del petróleo que sea calvo, verterle en la cabeza un bote de
fabada y pegarse luego la mano a su cogote, procurando evitar, eso sí, los
trozos de chorizo y de tocino. Etcétera. Con un poco de imaginación, la
repercusión mediática hubiese sido la misma. Pero no: los cuadros. Hay que
precisar que esas acciones las han llevado a cabo en obras protegidas por un
cristal, pero el peligro está en que a alguien le dé por elevar la temperatura
de la protesta al nivel de la iconoclastia y se anime con un cuadro
desprotegido.
Procurando
situarse en la mentalidad de estos activistas, se pregunta uno: ¿qué importa una
obra de arte en un planeta autodestructivo? Pero el caso es que todas las
respuestas posibles tienen forma también de pregunta.
.
domingo, 13 de noviembre de 2022
martes, 8 de noviembre de 2022
LOS ABRACADABRAS. Relatos reunidos
Recién llegado a casa. (A librerías llegará el día 28).
Opción de preventa en https://www.editorialrenacimiento.com/los-cuatro-vientos/2787-los-abracadabras.html