domingo, 3 de diciembre de 2023

POLÍTICA Y TEOLOGÍA

 (Publicado en prensa)




Un almirante holandés, tras perder una batalla contra los tercios españoles, allá a finales del siglo XVI, supuso que Dios debía de ser español, pues de otro modo no podía explicarse aquella victoria lograda contra todo pronóstico. Se trataba, claro está, de una ocurrencia irónica. Aquella suposición, despojada de su componente irónico, ha sido adoptada por algunos de los ultrapatriotas que se entretienen en manifestar su horror cívico en la calle Ferraz. Como no hace falta decir, el hecho de que Dios tuviese nacionalidad española sería una buena noticia incluso para los malos españoles, que algún beneficio obtendrían de esa circunstancia, así fuese de rebote, pero confieso no contar con argumentos teológicos de peso para corroborar o para refutar esa hipótesis. Tal vez sí. Tal vez no. Quién sabe.

         De todas formas, no tengo inconveniente en adherirme a los optimistas, aunque tras la adhesión vienen las dudas: ¿cómo permite Dios que su país natal caiga en manos de quienes quieren trocearlo?, ¿admite Dios la plurinacionalidad o es unionista?, ¿ha tenido algo que ver con la amnistía, entendida como una variante del perdón cristiano? Etcétera.

         Con toda la humildad con que deben formularse las conjeturas, y más aún cuando entran en liza factores ultraterrenos, es posible que Dios haya puesto a prueba a algunos de sus paisanos mediante el martirio: hacerles padecer durante cuatro años un Gobierno antiespañol y medio comunista. Un poco como lo del Anticristo, pero en versión parlamentaria. Claro está que al asunto se le puede dar la vuelta y sospechar que a quien Dios ha impuesto el martirio es al propio Gobierno, ante el que es posible que se abra –aunque Dios no lo quiera- un horizonte de pesadilla, no solo por sus discordancias internas, sino sobre todo por su apoyatura en unos aliados coyunturales que pueden acabar manifestándose como enemigos permanentes.

         Aparte de eso, y al margen de cuál sea su nacionalidad, solo Dios sabe lo que se está cociendo en Suiza en esa reunión secreta entre los superagentes especiales del PSOE y de Junts. Algo muy a lo John le Carré. Quiera Dios, presunto español de pura cepa, que esa reunión en un país neutral aplaque la tradicional guerra étnica entre España y Cataluña. Quiera Dios que “el verificador internacional” verifique con imparcialidad todo lo verificable o, al menos, todo lo que sea digno de ser verificado con veracidad.

         Mientras tanto, los manifestantes de Ferraz han dado un giro espiritual digno de aplauso: de corear pareados insultantes y soeces, han pasado a rezar el Santo Rosario.

         Si yo fuese presidente del Gobierno, también rezaría.


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lunes, 6 de noviembre de 2023

VACACIONES POR REAL DECRETO

 


(Publicado en prensa)


Uno de los mayores sufrimientos que padezco en mi día a día se deriva del hecho de que nuestros políticos estelares no disfruten de unas vacaciones que merezcan ese nombre, lo que entra en contradicción con el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Cierto que algunos desaparecen del escenario durante una breve temporada veraniega para disfrutar de la familia o similar, de la montaña o de la playa, lo que no es impedimento para que sigan haciendo declaraciones contundentes desde su retiro espiritual, sin duda porque el espíritu de un político profesionalizado tiene mucho en común con un alma en pena: un ente que se resiste a la inexistencia y a la invisibilidad.

         Incluso Puigdemont, que ha tenido la suerte de disfrutar de una larga estancia vacacional en el extranjero, no ha logrado neutralizar esa zona de la mente en que se activa la necesidad de gestionar una patria. Podría haberse dedicado a vivir como un erasmus, pero no: prefirió vivir como Erasmo de Rotterdam, soportando como un martirio heroico el acoso de los poderes malignos.

         Creo que al Jefe del Estado habría que concederle la prerrogativa de agendar el periodo vacacional de los miembros del Gobierno mediante la firma de un real decreto por el cual tanto el presidente del gobierno como su consejo de ministros se viesen en la obligación de tomarse un mes de estricto reposo al año, sin dejarse ver ni, sobre todo, oír. Ya puestos, y siempre y cuando eso no atente contra la libertad personal, y por supuesto con derecho a recurrir la decisión en el plazo de diez días hábiles, podría asignarles destinos concretos: el ministro de tal, a Benidorm; la ministra de cual, a Santa Cruz de Tenerife, y así sucesivamente. ¿Y a los de la oposición? Reconozco que ese asunto requeriría una regulación más compleja, pues resulta difícil mantener callado a un opositor, dado que su negocio se sustenta en practicar la retórica adversativa, tarea que suele iniciar en los programas radiofónicos del amanecer y culminar en los de la madrugada. No obstante, y como mera experiencia piloto, el jefe del Estado tal vez podría hacer coincidir las vacaciones de los gobernantes con las de los opositores, para que nadie juegue con ventaja en la extenuante pugna por llevar la razón.

         Esa medida no solo beneficiaría a los gobernantes y a los aspirantes a gobernar, sino que también supondría un beneficio para la salud de la ciudadanía, que de ese modo podríamos descansar de la tarea de despertarnos oyendo a los políticos y de acostarnos oyendo a los mismos políticos decir las mismas cosas… o las contrarias, según. En el desayuno, en el almuerzo, en la merienda y en la cena. Sin tregua. Sin piedad.


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lunes, 23 de octubre de 2023

LOS OTROS

 (Publicado el sábado en prensa)



A estas alturas de la Historia, creo que podemos llegar a la conclusión de que el género humano no tiene remedio. Lo hemos intentado. Seguimos intentándolo. Pero no acaba de salirnos bien. De acuerdo, sí, en que la mayoría de la gente dignifica, en su día a día, nuestra vida en común, así sea desde la aportación básica de cumplir diligentemente con su trabajo, de aspirar al disfrute de una existencia apacible y honrada, de afanarse en ofrecer una educación a sus hijos para que opten a un futuro digno…. Aspiraciones modestas, anhelos razonables. La esencia de la vida misma, como quien dice… Aunque hay un inconveniente: esos otros que, según el dictamen aterrador de Sartre, son el infierno. Esos otros que, aun siendo una minoría, consiguen distorsionar la realidad para que todo sea un poco más difícil, un poco más terrible, un poco más desalentador. Para que los sueños colectivos acaben convertidos en una pesadilla.

         A poco que las cosas se enreden un poco, tendemos a dejar las riendas de nuestro mundo en manos de megalómanos, de demagogos, de psicópatas, de salvapatrias vociferantes. De fantoches ridículos, en definitiva, que, en cuanto tocan poder, se convierten en fantoches peligrosos. Esa tendencia prevalece extrañamente en nuestros días, por lo general bajo un camuflaje democrático, y nos mantiene en vilo ante los comicios que se celebran no ya en Polonia, sino incluso en Alemania o en Suecia, por lo que pueda salir de las urnas. En Argentina, por ejemplo, observamos una posibilidad que resultaría inimaginable si no fuese casi del todo probable: que la presidencia del país caiga en manos de un histrión desquiciado que ha logrado el más difícil todavía: no solo ser la caricatura grotesca de Donald Trump, lo que no es decir poco, sino reunir además en una sola persona lo peor de todos los iluminados que han ensombrecido nuestro mundo a lo largo de siglos y más siglos.

         Cada vez que surge un líder mundial al que se le atribuye ese raro concepto que es el “carisma”, lo prudente sería echarnos a temblar, porque el carisma lo mismo sirve para hipnotizar a las multitudes afines que para ordenar masacrar a las multitudes contrarias, lo mismo para que la ciudadanía aplauda los delitos del carismático en cuestión que para que una sociedad se alinee masivamente con la irracionalidad.

    Asistimos diariamente al espectáculo del horror, con estados que combaten el terrorismo mediante la práctica del terrorismo de Estado, y nos preguntamos cómo podemos seguir en esa fase de barbarie. Pero ahí seguimos. Algunos nos piden una firma para exigir el cese inmediato de las guerras. Sí, cómo no. Tan sencillo como eso. Como si no existieran ellos, los otros.


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viernes, 20 de octubre de 2023

lunes, 9 de octubre de 2023

lunes, 25 de septiembre de 2023

CARPANTISMO

 (Publicado en prensa)




No es un dato histórico, sino una simple sospecha: todo empezó con la reducción de Pedro Ximénez. Hace años, ibas a un restaurante y los platos estelares de la carta especificaban, como nota de prestigio, ese condimento sometido a un procedimiento novedoso: Pedro, reducción, Ximénez... Un concepto casi alquímico: reducir a Pedro y convertirlo en otra cosa. En un principio, algunos pensábamos –sin pararnos a pensarlo- que se trataba de la jibarización de un particular llamado Pedro Ximénez, al que servían en pequeñas porciones para revolucionar la gastronomía desde la antropofagia, pero aquello no pasaba de ser una suposición absurda, claro está. Otros suponían que lo de la reducción afectaba al tamaño de las raciones. Solo los conocedores de la enología acertaban.

         Hoy por hoy, da la impresión de que a Pedro Ximénez ya no lo reducen en los restaurantes, sino que lo dejan en su estado natural, dado que el arte culinario, que además de un arte es una ciencia, anda en una fase vanguardista extrema y aquella reducción se verá entre los nuevos maestros cocineros como un intento prehistórico de experimentación culinaria, igual que los adolescentes ven hoy los radiocasetes.

         Enciendes el televisor a la hora de la comida y allí tienes un programa de cocina que, extrañamente, te quita el apetito, ya que comparas lo que tienes en tu plato con las recetas floridas que da el chef y te sientes un pobre hombre que ni siquiera se ha animado a reducir a Pedro Ximénez para alegrar un poco sus guisos caseros. Enciendes el televisor de madrugada para aliviarte el insomnio y allí tienes un concurso de cocina en el que unos famosos pugnan por preparar un trozo de pescado del tamaño de una ficha de dominó que desprenda ante el comensal un humo parecido al de las antiguas actuaciones de Pink Floyd. Enciendes el televisor a cualquier hora, en fin, y raro es que no te topes con un mago de los fogones que, magias aparte, está convencido de que la gente en general dispone de tres o cuatro horas diarias para preparar un plato.

         Por su parte, la portada de la edición digital de los periódicos dan un espacio preferente a sucesos extraños: cómo preparar un gazpacho de arándanos y berenjenas, un guacamole con endivias hidrolizadas, un potaje de garbanzos al curry con pulpo desecado o una salsa de cacahuete a la manera de los pueblos Mandinka.

         Hay hambre, ¿no?

         La carta de los restaurantes, incluidos los modestos, se ha convertido en una pieza de literatura barroca: algo bonito de leer, eufónico, pero con metáforas complicadas, hasta el punto de que el metre se ve obligado a hacerte la glosa previa y, una vez servido el plato, la glosa posterior, como quien explica el uso del hipérbaton en la poesía de Góngora, pongamos por caso, aunque el cliente tema que, con tanto discurso, el plato se le enfríe y pierda sus propiedades, o al menos que se le disipe el humillo y se quede sin catar sus sabores gaseosos.

         La que ha liado, en fin, Pedro. (Me refiero a Ximénez, claro está).  


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lunes, 31 de julio de 2023

NOCHES DE PRODIGIOS

 (Publicado en prensa)



El verano es una estación más apropiada para la celebración que para el ejercicio de la nostalgia, pero llega un momento en que el pasado acaba pesando más que el presente y nos da por añorar.

Con respecto a mis veranos de infancia, lo primero que se me impone en la memoria no es la playa, sino los cines de verano, que fueron algo así como nuestra cervantina Cueva de Montesinos, el recinto de los encantamientos. En mi pueblo llegó a haber seis, de modo que un día podíamos pasar un poco de miedo gracias a Christopher Lee haciendo de conde Drácula y, al día siguiente, hacer un esfuerzo metafísico para reírnos con los enfurruñamientos sobreactuados de Louis de Funes. Ahí teníamos a Santo, el Enmascarado de Plata, aquella estrella mexicana de la lucha libre que se enfrentaba a las mujeres vampiro, a Cerebro Diabólico, a los villanos del ring o a las momias de Guanajuato, entre otros engendros y prodigios, y de todos aquellos peligrosos lances salía con bien. Por su parte, con Paul Naschy, el Hombre Lobo por excelencia, disfrutábamos de la transformación de la apacible noche veraniega en una espeluznante noche de Walpurgis, y luego aquello se nos colaba en los sueños, de los que despertábamos sudorosos y agitados, viendo licántropos incluso debajo de la almohada.

Comoquiera que el deseo nace antes que la conciencia del deseo, y como no todo iba a ser ficción irracional, ahí que una noche se nos apareció en la pantalla Raquel Welch, con su bikini de diseño troglodítico, para hacernos sentir una mezcla de confusión y de ansia que hasta entonces nos era desconocida, esa misma mezcla extraña y pecaminosa que sentimos al ver Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, con aquellas muchachas rubias que iban a ser sacrificadas por los de su tribu como tributo ritual al Sol. Vale que en la prehistoria la gente andaba más preocupada por los ataques de los dinosaurios carnívoros que por echarse una novia guapa, pero aquello del sacrificio nos sentó como un tiro, y salimos del cine con ganas de romper escaparates como acto solidario con las rubias de la antigüedad.

Las funciones empezaban a las 10 de la noche, y allá íbamos con un bocadillo y con la cantidad exacta del precio de un refresco. También –qué raro- con un jersey, por si refrescaba, porque en aquella época se producía ese fenómeno meteorológico, y no había cosa que alarmase más a una madre que un constipado veraniego, por su fama de persistente.

El tiempo pasa, en fin, y nosotros con él. Llega el verano y te pones a recordar tus veranos remotos, cuando la vida estaba por descubrir, cuando aplaudías cuando se apagaban las luces y se iluminaba la pantalla. Como si lo que se iluminaba fuese, en fin, el mundo mismo. El verdadero.


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lunes, 17 de julio de 2023

VERANOS ANTIGUOS

(Publicado en prensa) 


Mucha literatura insiste en la condición paradisiaca de los veranos de la infancia: tiempo de una libertad cercana al adanismo, días sin colegio, trasnoches en los cines, etcétera. Sí. Cómo no. Pero ya lo avisó Cesare Pavese: el considerar poética la infancia no pasa de ser una fantasía de la edad adulta.

Con el propósito de analizar el nivel de fantasía que aplico a mis recuerdos de los veranos infantiles, me he puesto a recordar, que según otro escritor italiano, Giuseppe Ungaretti, es signo de vejez. Y he recordado que los niños de entonces pasábamos una media de 12 horas diarias en la playa, expuestos al sol sin protección alguna, salvo tal vez, y muy de vez en cuando, una gorra que evitaba que la cabeza sobrepasase el grado de cocción, aunque no creo que haya nacido todavía el niño al que le guste llevar una gorra. Cuando nuestras quemaduras alcanzaban el segundo grado, el remedio de entonces oscilaba entre las frotaciones de aceite de oliva y la crema Nivea, lo que no evitaba que durante la noche la sábana te pareciese la parrilla de una barbacoa y te sintieses como un filete a la plancha, en el caso afortunado de que no te sintieses, por lo del aceite, como un boquerón frito. Es decir, a efectos dermatológicos, el recuerdo del paraíso de la infancia no puede empezar peor.

         Por aquel entonces, centenares de familias alquilaban una caseta con toldo durante toda la temporada, lo que suponía una flagrante privatización del espacio público. Por si fuese poco, en dichas casetas, que eran de madera, las madres tenían un infernillo para calentar la comida y el agua del café, con riesgo de originar un incendio de consecuencias aparatosas, ya que las casetas estaban separadas por apenas medio metro: algo así como lo de El coloso en llamas, pero en horizontal. La parte trasera de la hilera de casetas se utilizaba para los vertidos contaminantes, incluidas las aguas menores y mayores, y, por no sé qué motivo, aquello estaba minado de cristales rotos, de manera que solo resultaba accesible para los faquires que venían con el circo, aquellos circos con su manada de animales melancólicos, sometidos al maltrato para divertir a los niños asalvajados.

         Con la bajamar, íbamos a mariscar a una zona rocosa en cuyos charcos quedaban atrapados los cangrejos y esos camarones liliputienses que aquí se emplean en la elaboración de tortillitas, y ahí entramos ya en el territorio del delito ecológico: volvíamos con un cubo repleto de ambos crustáceos, tras haber machacado con un martillo y un cincel la guarida de los cangrejos, que estaban catalogados en dos especies: los moros y los mariquitas, denominaciones ambas que nos trasladan de lleno al ámbito de la incorrección política. Aquello, además, era un drama: dejábamos revueltos en un cubo los cangrejos y los camarones y los cangrejos se comían a los camarones, lo que no evitaba que a las pocas horas los cangrejos acabasen muertos, no sé si por indigestión, por falta de oxígeno o por la pena negra de verse cautivos.

         Nuestro juego recurrente era el del puntillón, que, como el sufijo aumentativo indica, era una puntilla de unos 15 centímetros que clavábamos en la arena mediante diversos malabarismos. Al segundo día de uso, el puntillón estaba oxidado, como si fuese una reliquia fenicia, lo que no era impedimento para que corriésemos el riesgo de clavárnoslo por accidente en un pie o en el pie del prójimo. Por menos de eso, hay gente, en fin, que ha perdido la custodia de sus hijos.

             Eso sí: si jugabas al fútbol o a las paletas en la orilla, que era la única actividad saludable que podías practicar, llegaban los guardias y tenías que salir corriendo, actividad también saludable.

         …Y prefiero no seguir, porque, a este paso, el paraíso pretérito va a acabar en pesadilla presente, y no están los tiempos como para andar liando las cosas.

Buen verano.


F.B.R.


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domingo, 16 de julio de 2023

Un relato: LAS COSAS

 (Publicado en EL CULTURAL)



Yo antes me acordaba de las cosas y ayer entré en un cine.

      Un hombre corría por un túnel, perseguido por otros hombres que disparaban, y creo que el hombre perseguido también disparaba, aunque no tanto, y entonces vinieron a buscarme, que es lo que pasa últimamente porque dicen que doy dinero a los desconocidos y que me pierdo por ahí y que no voy a encontrar el camino de vuelta, aunque ellos, los que vienen a buscarme, también son desconocidos para mí la mayoría de las veces, o a veces sí y otras no del todo, da igual, mi hija, por ejemplo, y me sacan de los sitios y me dicen cosas que solo ellos entienden y les pregunto que quiénes son y qué quieren y me dicen: venga, vamos a casa.

Yo antes me acordaba de las cosas y sabía distinguirlas, hasta que las cosas empezaron a ser misterios, cosas que de repente se convertían en un enigma sorprendente. Ahora te preguntas qué es esto y lo sabes y a la vez no lo sabes o no quieres saberlo, porque todo se convierte en un enigma sorprendente. Cosas sorprendentes. Un vaso de agua que antes estaba lleno y ahora está vacío es un enigma sorprendente y no sabes quién se ha bebido el agua que estaba en el vaso que ahora está vacío y antes estaba lleno. Una calle es un enigma sorprendente. Y quien te para por esa calle convertida en un enigma sorprendente es también un enigma sorprendente y te pregunta: ¿cómo estás?, y se trata de alguien sorprendente que te habla de cosas sorprendentes. Cosas sorprendentes que dejan de serlo en cuanto te olvidas de ellas porque nada permanece y eso es de esa manera y siempre será así.

El médico que me ve me pregunta cosas sobre las cosas. No estoy seguro, pero creo que siempre me pregunta lo mismo, las mismas cosas, y a veces le respondo y otras no o le digo que me encuentro bien y qué quiere que le diga, a pesar de que reconozco que hay veces en que se me olvidan algunas cosas, como por ejemplo… No sé… Esas cosas –algunas, otras no- que no son lo que eran y eso no es culpa mía ni de nadie sino de las cosas, que tampoco tienen la culpa de ser como son.

Anoche, cuando me dieron una pastilla y decidieron acostarme muy temprano porque habían invitado a cenar a una gente, me dije: hoy no voy a dormir porque tengo muchas cosas que hacer. Y salí al pasillo para espiar. Hablaban de cosas y de mí. Decía uno: está al principio, lo que venga será peor. Decía otra: ya no se acuerda de las cosas.

Parece ser que lo fundamental de esto son las cosas.

Yo antes me acordaba de las cosas y me sigo acordando, pero el desorden de las cosas no está tanto en mí como en las cosas. Habría que estudiar si lo que ha cambiado son las cosas o yo, porque a mí lo de las cosas me da igual. Si las cosas se convierten en misterios, en enigmas sorprendentes, ¿quién tiene el problema, las cosas o yo? Está claro.

Cuando yo era chico había menos gente.

        Ahora además la gente se ha hecho vieja y eso es como si cada uno fuesen muchos y quién los diferencia y te preguntan si sabes quiénes son y cómo vas a saberlo. Nadie es el mismo y antes yo salía mucho a la calle y la gente todavía era quien había sido, pero ahora también han cambiado mucho las calles.

       Por ejemplo: nunca me había fijado en que mi piso tiene dos balcones. Con uno ya era suficiente, pero ahora tiene dos, aunque siempre me asomo al mismo y desde allí veo a la gente. La gente cambia. Yo antes conocía a la gente pero la gente cambia y en mi balcón tengo una maceta con un cactus que no sé de dónde ha salido y en mis sueños veo caballos dorados que galopan por un campo de oro.

Ya no me dejan ir al cine. Yo antes sabía los nombres de los directores y de los actores y hasta del peluquero de las artistas y me acordaba. Pero de pronto hubo un día en que no supe qué película estaba viendo, y eso me preocupó un poco, claro está, por esa cosa de que el miedo está siempre ahí, pero no se lo dije a nadie, porque me gustaba entrar en la sala, quedarme a oscuras y ver aquello sin entender nada de lo que estaba pasando, pero ellos se preocuparon cuando supieron por el portero del cine que yo invitaba a todos los que estaban haciendo cola en la taquilla. Yo de eso no me acuerdo ni creo que sea verdad. Y entonces me llevaron al médico que me pregunta. Empiezo a sospechar que el médico es siempre el mismo médico, no sé. Eso es raro, porque lo normal es que ningún médico sepa de todo y es mejor que te vean muchos médicos en vez de un mismo médico. Si es el mismo o no, el caso es que una vez me metió en un tubo que hacía mucho ruido y yo dije: eh, esto hace mucho ruido, y me dijeron que aguantara un poco y entonces me meé y me salí. Del tubo.

Hace un rato vino mi padre a verme, pero al momento mi padre era mi hermano, el que vende cosas. Me dijo: no soy padre, soy yo, y le dije que sabía que era él, el que vende cosas, aunque un momento antes mi hermano era mi padre, porque mi padre ya murió y mi hermano se parece a mi padre y también va a morirse cualquier día.

Antes, cuando yo iba al cine y no me sacaban de allí a la fuerza, las cosas que pasaban en la pantalla tenían un fundamento, hasta que caí en la cuenta de que aquello era todo mentira y me daba por reírme si mataban a alguien. Había espectadores que me chistaban para que no me riese pero yo no podía remediarlo y después de reírme me entraba mucho miedo.

Me han quitado las llaves y la cartera y ya no tengo el coche porque dicen que no me hacen falta y resulta que ahora no tengo esas cosas y eso es peor y no puedo ir al cine porque el portero dice que no puede dejarme entrar gratis y le digo que llevo muchos años pagando entradas y que todo lo que pasa allí dentro es una mentira muy grande y que las mentiras se regalan y el portero me dice: no se ponga usted violento. ¿Yo? Yo creo que le han dicho al portero que no me deje entrar porque el médico recomendó una vez a quien me acompañaba que me evitasen el contacto con los mundos ficticios porque eso podía agravar las pesadillas esas en las que ellos dicen que grito por las noches como si me estuvieran matando igual que matan a la gente en el cine. Una muerte de mentira. Pero ayer cogí dinero, me escapé y fui al cine, a otro cine.

Yo antes me acordaba de las cosas en la medida en que uno se acuerda de las cosas y ahora no es que no las recuerde, sino que las cosas ya no son lo mismo que antes. Ahora las cosas parecen tener vida propia y suceden fuera de mí y yo las entiendo hasta donde pueden entenderse, porque todo esto es imaginario y no sé qué pinto en medio de todas esas cosas que ni siquiera se entienden a sí mismas. La gente también son cosas, por supuesto. Me preguntan: ¿me conoces, sabes quién soy? Claro que sí: no eres nadie.

Yo también me hacía la ilusión de ser alguien hasta que las cosas cambiaron y me di cuenta de que ni tú tienes nada que ver con el mundo ni el mundo contigo. No hay punto de contacto entre una cosa y otra. El mundo está en una dimensión y tú estás en una dimensión diferente y no hay punto de intersección entre esas dimensiones ni nada.

Por ejemplo: ayer me hice un corte cuando me afeitaba y me han comprado una maquinilla eléctrica. Eso no había pasado nunca.

Yo antes me acordaba de las cosas, pero ya las cosas son las mismas mentiras que en el cine y ayer entré en un cine.


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sábado, 8 de julio de 2023

RELATO

 En el nº de esta semana publico un relato: LAS COSAS.



martes, 4 de julio de 2023

VICENTE NÚÑEZ

 En el nº de verano de TINTA LIBRE escribo una semblanza de Vicente Núñez, singularísimo y casi secreto poeta cordobés y el personaje más rutilante -como tal personaje- de cuantos he conocido.

(Retrato: Toño Benavides)



domingo, 2 de julio de 2023

NO MEZCLAR

 (Publicado en prensa)



Aplicar las convicciones religiosas a la política implica la comisión de al menos dos pecados, no sé si mortales o veniales: rebajar la vida espiritual al ámbito de lo público y elevar lo público a la esfera celestial, cuando lo prudente sería que cada cosa se mantuviese en su sitio: no es lo mismo estar convencido del disfrute de una ultravida en el paraíso de los justos que defender la justicia social en este valle de lágrimas, pongamos por caso. No existe incompatibilidad entre lo primero y lo segundo, claro está, aunque la prevalencia de lo uno sobre lo otro determinará nuestra cosmovisión: los que viven preocupados por esquivar el infierno teológico y los que viven preocupados por remediar el infierno social. 

       El problema suele detonarse cuando se confunde la moral religiosa con la moral cívica, que pueden ir en paralelo, pero no de la mano, ya que una creencia religiosa tiene una utilidad privada, en tanto que una creencia cívica tiene una aplicación –y una repercusión- colectiva. No sé: si alguien considera que la homosexualidad es una aberración, resulta normal que se escandalice con el desfile del Orgullo, pero la verdadera aberración de fondo es que se oponga a su celebración. Y aquí no queda más remedio que recurrir a la argumentación simplista: ¿qué derecho o razón asiste a alguien para imponer a otro lo que puede hacer o no, siempre y cuando lo que haga no suponga un quebrantamiento del contrato social, en el que la religión consta como fantasía optativa? Si una sociedad no logra armonizar su diversidad, mal iremos. Si pretendemos reprimir al diferente en nombre de un credo dogmático, es posible que no hayamos entendido de qué va este asunto tan complejo que es la vida.

         Estamos asistiendo al despliegue de movimientos ideológicos que prometen la rectificación de la realidad común -de por sí poliédrica- mediante el método de imponer una realidad única, acorde con una doctrina proteccionista del alma inmortal frente a los peligros terrenales, que al parecer son muy variados: la inmigración, el feminismo, la bandera gay e incluso el carril bici, entre otros.

         La Historia nos enseña, no obstante, que esos movimientos que prometen la reinstauración del orden frente a un supuesto caos y que pregonan la redención de una sociedad mediante la aplicación universal de la moralina acaban en grandes desórdenes sociales, entre otras cosas porque ir en contra de la realidad mediante la implantación de realidades artificiales y excluyentes no deja de ser un experimento tradicionalmente desastroso. De modo que casi mejor si nos tomamos las cosas con un poco de serenidad.


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jueves, 22 de junio de 2023

 En imprenta la 2ª edición.

(Gracias a quienes...)



lunes, 19 de junio de 2023

SOBREEXPOSICIÓN

 (Publicado en prensa)



Si tenemos un problema de fontanería, llamamos al fontanero, como es lógico, y no al veterinario o al electricista. Cada problema tiene su especialista y cada especialista tiene un problema complementario cuando no da con la causa del problema, lo que puede actuar en su descrédito, en parte por nuestra tendencia a pensar que todos los problemas tienen solución, en claro desprecio por lo irresoluble. Hay cosas, en fin, que no tienen solución posible, y en esos casos es cuando el especialista en resolver problemas específicos se ve obligado a recurrir a la frase más desoladora (“Esto no tiene arreglo”) de su repertorio de frases desoladoras, cuyo grado de desolación es variable: no es lo mismo que en el taller te digan que tienes que cambiar la tapa del delco que un médico te diga que tienen que trasplantarte un hígado.

         Pero desplacémonos al territorio de la fábula…

     Llamamos al fontanero porque un grifo nos gotea. Llega el hombre con su maletín, esparce el instrumental, tan abundante y variado que serviría para ensamblar un avión, y, al cabo de un rato, te dice que listo, aunque no puede asegurarte que el problema esté solucionado del todo, pues se trata de un grifo viejo que tiene desgastadas las piezas internas y lo suyo sería cambiarlo por uno nuevo. (Pero de momento, en fin, hay esperanza). Imaginemos que, al salir a la calle, al fontanero lo esperan quince o veinte periodistas y le preguntan: “¿Cómo ha ido la cosa?”. Y el fontanero, como es su obligación cívica, les atiende: “He tenido que cambiar el anillo de retención, pero el cartucho está calcificado y acabará dando problemas. Aunque soy optimista: hay grifo para dos o tres meses”. Imaginemos que las declaraciones del fontanero las retransmiten las televisiones y las emisoras de radio y que las publican todos los periódicos. Imaginemos que al poco comparece en rueda de prensa otro fontanero para informarnos de que no está de acuerdo con la reparación llevada a cabo por su colega, ya que el problema principal del grifo estaba en el disco de asiento, que no asentaba bien, y que todo ha sido una chapuza. Y ya se forma el lío entre los partidarios de uno y de otro, cada cual con su opinión sobre el problema del grifo.

     En política pasa un poco lo mismo: la realidad, que viene defectuosa de fábrica, se convierte en un grifo que hay que reparar, aunque cada cual disiente en cómo repararlo. Nos pasamos la vida, domingos incluidos, oyendo a nuestros políticos, aunque, por efecto de su sobreexposición, es como si oyésemos llover... cuando llovía. Y digo yo: ¿no sería más prudente que las campañas electorales consistieran en una quincena de silencio mediático por parte de los políticos y que, en cambio, durante la jornada de reflexión se dedicaran libremente a su guirigay habitual? Porque, se mire como se mire, tanto grifo ya cansa.


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