lunes, 27 de febrero de 2017

OFRECIMIENTO Y PETICIÓN

(Esto se publicó el sábado en la sección "Carta blanca" de EL PAÍS SEMANAL)



Estimado señor presidente, admirado cofrade de investigaciones y veterano amigo mío con la estafeta mediante -ya que por desgracia no en persona-, me dirijo de nuevo a usted en su calidad de autoridad máxima de esa respetadísima y laudable academia, que tanto ha hecho, hace y sin duda hará por mantener viva la elevada materia de estudio en la que muchos hemos cifrado y sustentado el sentido esencial de nuestra vida.

Como usted sabe -y a esto iba servidor de usted-, el hecho de haber dedicado más de cuatro décadas de mi andar por el mundo al estudio minucioso de diversos aspectos de la obra inmortal de Cervantes creo que me confiere la suficiente autoridad como para dar por concluyentes dos cuestiones, a saber:

1) que las historias que de don Quijote y su escudero Sancho nos narra Alonso Fernández de Avellaneda no son falsas, sino que se corresponden con hechos reales que fue anotando al paso el codicioso Cide Hamete Benengeli, a quien Avellaneda compró un surtido de informes sobres los lances del hidalgo perturbado, para desesperación de nuestro Cervantes, que con dicho historiador tenía concertada la compraventa, en régimen de exclusividad, del relato de las aventuras cotidianas del manchego

y 2) que no conocemos la verdadera identidad de Alonso Fernández de Avellaneda por una razón muy sencilla:  porque su identidad verdadera no fue otra que la de Alonso Fernández de Avellaneda, y el equívoco viene por haber creído a pies juntillas los estudiosos el lugar de natalicio que el propio Avellaneda se otorga: la villa de Tordesillas, cuando en realidad nació a muchos kilómetros de allí: en Peñaranda de Bracamonte, según puede comprobarse en los libros bautismales que se conservan en la iglesia de san Miguel Arcángel de aquella localidad. En cuanto a la suposición de nuestro colega Martín de Riquer de que el autor del Quijote de Avellaneda fue en realidad Gerónimo de Passamonte, sólo cabe replicar que el pobre Passamonte acabó sus días más loco que el propio don Quijote de la Mancha, hasta el punto de que ni siquiera el arrojado Cide Hamete se atrevió a historiarle la vida, tarea con la que tuvo que apechar finalmente el propio interesado.

            Estas cuestiones -así como otras no menos relevantes que reveladoras- las expondré con detalle –Deo volente- en el próximo congreso de cervantistas que tendrá lugar en Alcalá de Henares durante los días 14 y 15 del próximo mes de marzo, donde estoy seguro de poder estrecharle la mano en persona por primera vez, después de tantos años de intercambios epistolares tan fructíferos para mí, aunque entiendo que no siempre disponga usted de tiempo para discutir mis averiguaciones ni para confirmar mis conjeturas. 

Al hilo de estas informaciones que le brindo para su libre uso, me permito reiterarle humildemente mi aspiración a ingresar en esa noble academia en fecha no muy lejana, “antes que el tiempo muera en nuestros brazos”, como dijo el otro. Tanto en los brazos suyos, en fin, como en los míos.

Su seguro amigo y fervoroso discípulo.

domingo, 19 de febrero de 2017

HABLA Y TEOLOGÍA



(Publicado ayer en prensa)


En Salamanca se ha formado un enredo entre teológico y lingüístico que no sabe uno si resulta más pintoresco por lo que afecta a la teología o por lo que atañe a la lingüística, esas dos ciencias que aspiran a ser exactas, aunque en cada caso con fortuna variable.

            La cosa es que ha circulado en algunos medios una carta atribuida al obispo de allí en la que, entre otras amonestaciones y consejos, se recrimina a los 17 hermanos mayores de las cofradías salmantinas el acento andaluz que, al parecer, los capataces charros emplean para jalear a su cuadrilla de costaleros, con el inconveniente de que, al no ofrecer ejemplos concretos de esa fonética contra natura, tiende uno a imaginarse esa deformación mimética del habla como algo de veras luciferino, pues es probable –y se trata de una mera conjetura- que el acento andaluz se transforme en boca de un salmantino en algo que no es andaluz ni es salmantino, que es lo peor que puede pasarle a un acento: no ser de ninguna parte. 

            "Como no es el nuestro, y por consiguiente, no estamos acostumbrados a ello, lógicamente suena incluso mal", según dicha carta. Y es que, en el intento de imitar el acento andaluz, cabe la posibilidad de que a un salmantino le salga algo parecido a una de esas lenguas arcaicas en que acostumbran expresarse los poseídos por el demonio, al menos si hemos de dar crédito a determinadas películas, y de ahí la pertinencia de la presunta mediación obispal, ya que se supone que una de las tareas de un obispo consiste en mantener lo más a raya posible al Maligno y en poner coto a sus manifestaciones cotidianas. 

Claro que hablar de “acento andaluz” como concepto genérico viene a ser como hablar del pesimismo valenciano, de la caligrafía gallega o de los andares extremeños, pues acentos andaluces hay muchos, y es más que probable –aunque es asunto que confieso no haber estudiado en profundidad- que incluso entre los capataces andaluces de pasos de Semana Santa haya variedad de modalidades de habla, igual que la hay en el gremio sevillano de carniceros o entre los vecinos sevillanos de un mismo bloque, por esa manía que tiene el habla regional de admitir variantes en función del nivel sociocultural y no sólo por la determinación geográfica. Sea como sea, mi recomendación es que se someta a los capataces intoxicados por el acento andaluz a unas sesiones con un logopeda, salvo que el problema pueda solucionarse por mano de santo, milagro mediante, que sería desde luego lo idóneo y más expeditivo.

       Pero ahora viene lo mejor: una vez aireado el conflicto teológico-lingüístico, resulta que la carta no la escribió el obispo, sino el presidente de la Junta de Semana Santa de Salamanca, que ha reconocido que el obispo no tiene ni arte ni parte en dicha carta. No puede decirse que el asunto alcance la dimensión de los evangelios apócrifos ni los niveles escalofriantes de las intrigas eclesiásticas que dan celebridad al novelista Dan Brown, pero tampoco está mal, tanto si la anécdota se cuenta con acento andaluz o salmantino, o mejor aún: con una mezcla multicultural de ambos. 

         En cualquier caso, “Ar sielo con ella”, y que sea lo que Dios disponga.

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martes, 14 de febrero de 2017

sábado, 11 de febrero de 2017

LA REALIDAD

(Publicado en prensa.)


Las realidades privadas pueden resultar aburridas o en el mejor de los casos meramente rutinarias, pero creo que estaremos de acuerdo en que la realidad común no defrauda jamás: siempre tiene algo de circo de mil pistas. Hay periodos mejores y peores, como en todo: ciclos de apoteosis y rachas de calma chicha, pero el caos del presente nunca decepciona como espectáculo de masas, en especial cuando los actores del espectáculo político deciden renunciar a los parámetros básicos de la lógica, de la decencia o del sentido común, e incluso a todo eso junto.


            No sé, ahí tenemos a Donald Trump, la estrella universal del momento, presidente tuitero convertido en una especie de versión 2.0 de Calígula, aunque el norteamericano no haya tenido la tentación de nombrar cónsul a su caballo –como la tuvo, según Suetonio, aquel emperador majareta de Roma-, al menos de momento, a pesar de haberse apresurado a elegir como asesor a algún que otro mulo. Antes de su triunfo electoral, algunos de nuestros tertulianos televisivos daban por imposible el ascenso de Trump a la presidencia. Una vez consumado ese ascenso, adoptaron un tono condescendiente: “No sean alarmistas. No pasará nada”. (Visto lo visto, no sé por qué fase profética andarán.)


           Ahí tenemos –cómo iba a faltar en este guiso- al PP en pleno poniendo cara de póquer ante el empeño de la Fiscalía Anticorrupción de reabrir el caso de la caja B del partido, que es menos una caja B que una caja de los truenos, y los truenos –mala suerte- no hay quien los silencie, como bien saben también en el PSOE, enrocado en su tradicional nostalgia de un césar redentor y empeñado a la vez en defenestrar de nuevo al retrocandidato Sánchez, que da la impresión de ser el militante del partido que más desarrollado tiene el síndrome cesarista, aunque aplicado a sí mismo.  


           Ahí tenemos a la cúpula bicéfala de Podemos, cuyo producto estelar consiste en la promesa del remedio instantáneo de los males endémicos del país, en la oferta redentora de redimir al país de sí mismo, aunque el arreglo de sus conflictos internos no parece que vaya a resultar tan instantáneo, a pesar de ser quizá tan prematuros, en especial en una formación que alardea de ser una fábrica de amor y, en consecuencia, de ser sexy, ese concepto político que se había cubierto de polvo en nuestro subconsciente colectivo desde los tiempos en que Felipe González exhibía en los carteles electorales sus labios de latin lover. Si alguien es capaz de extraer enseñanzas políticas de esa ficción abstractamente medievalizante que es Juego de tronos, lo normal, en fin, es que el talante republicano se transforme en una guerra entre los siete reinos, en una disputa por el trono, con la agravante de aplicar a la política las oscilaciones temperamentales propias de la edad de pavo. 


           Ahí tenemos también a los dirigentes de la antigua CIU quejándose de que las detenciones de algunos de sus cabecillas por el asunto del 3% (al parecer con aumentos ocasionales al 7%) no es una actuación judicial, sino un ataque tangencial a Cataluña, consumado –¿casualmente, sospechosamente?- el mismo día en que el TSJ decidió investigar al presidente (PP) de la Comunidad Murciana por otro presunto caso de corrupción, lo que, en una secuencia lógica que respete el tradicional patrón del victimismo nacionalista, pudiera interpretarse como un ataque suplementario a Cataluña, aunque llevado a cabo desde la tierra que la proveyó de charnegos.


          No sé. Lo que les decía: la realidad común nunca decepciona, posiblemente porque constituye por sí misma una decepción continua, y el decepcionado tiene mucho terreno ganado en el campo de las decepciones: casi nada le pilla por sorpresa. 

          Y en esas estamos.


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