lunes, 20 de enero de 2020

EL EXPERIMENTO


(Publicado en prensa)

Los políticos suelen equivocarse en algunas cosas y acertar en otras, como cualquiera, pero resultan infalibles cuando optan por distorsionar la realidad. Es decir, cuando deciden que las cosas no son como son, sino como les conviene que aparenten ser. Ahora estamos en eso, a diversas bandas.

            Bien es cierto que el nuevo gobierno genera dudas sobre su fortaleza y su perdurabilidad, y sospecho que esas dudas las tiene el gobierno mismo, que acaba de nacer al son de la retórica triunfalista que resulta propia de estas ocasiones (ilusión, diálogo, etc.), aunque se le percibe una inquietud de fondo frente a la posibilidad de las deslealtades internas y frente a la presión de factores externos, empezando por los independentistas y terminando por la UE.  Pero negar legitimidad al nuevo gobierno, según el empeño de algunos, no pasa de ser una negación de la legitimidad del sistema democrático, que se sustenta, al menos en lo básico, en los números. No creo que a nadie del PSOE le haya resultado plato de gusto el tener que gobernar con UP gracias a la abstención de ERC y de Bildu, pero platos igual de amargos ha tenido que tragarse el PP durante algunas de sus etapas de gobierno, por mucho que ahora apele a la irreprochabilidad de su trayectoria de pactos.

            La estrategia de crispación social por la que han optado las derechas –acomodadas en el lecho de Procusto y en pugna entre sí por comprobar quién vocifera más alto- puede entenderse por la frustración de no haber podido sumar entre ellas, de modo que sólo les queda restar todo lo posible a quienes han conseguido llevar a cabo una suma parlamentaria un tanto extravagante. Pero esa táctica convulsionadora tiene sus peligros: alentar la nostalgia de la barbarie, las ideologías de brocha gorda, la indignación infundada, el patriotismo alfa y la traslación del pensamiento político a la esfera de la emocionalidad. No estoy seguro de que sea sensato ni convincente el pretender transformar una coyuntura gubernamental en un apocalipsis nacional: un gobierno dura a lo sumo cuatro años. Y su posible fracaso sería, a fin de cuentas, el fracaso –coyuntural, no apocalíptico- de todos, pues a todos –incluidos sus detractores de a pie- nos traería contrariedades una labor de gobierno ineficiente.

           Son muchas las incertidumbres en torno la viabilidad gestora de este ejecutivo, y será sin duda fascinante ver cómo aciertan a conciliarse dos egos muy acentuados, pero el afán de deslegitimación anticipada por parte de sus adversarios resulta tan teatral como la euforia de sus componentes. El pesimismo razonado no es incompatible con un optimismo razonable: simplemente, estamos en la fase del “ya veremos”. Ni menos ni más. Y como siempre.

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viernes, 17 de enero de 2020

QUIMERISMO Y ESPIONAJE


Aquí escribo sobre tres series televisivas: Watchmen, La materia oscura y El espía

https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2020/01/17/5e160eb821efa0e5518b462a.html

sábado, 11 de enero de 2020

CÁDIZ


iluminación entre halógena y ufológica.


domingo, 5 de enero de 2020

FUNAMBULISMO


(Publicado ayer en prensa)


Salvo imprevistos de última hora, Sánchez va a tener gobierno en cuestión de horas. Lo que no sabemos es si España va a tener gobierno, pues cada cosa parece ir por su parte: el anhelo personal de gobernar y la necesidad colectiva de ser gobernados. El nuevo ejecutivo de Sánchez puede durar cuatro años, cuatro meses, cuatro semanas o cuatro días, como quien dice, porque nace en vilo y pendiente de las exigencias de quienes van a propiciarlo bajo ese lema que rige en nuestro Estado: “La solidaridad interautonómica bien entendida empieza por la solidaridad intrautonómica”. (O incluso por Teruel.) Al fin y al cabo, en estos días Sánchez ejerce menos de presidente en funciones que de cartero real, recogiendo en mano la lista de deseos de quienes van a propiciar, por activa o por pasiva, su acceso a la presidencia.

         Para empezar, ERC va a tardar nada y menos en exigir un referéndum que ni siquiera el aventurero Sánchez supongo que se atreva a concederle, y esa puede ser la primera piedra que se desprenda de un edificio gubernamental construido sobre arenas movedizas. No creo que resulte ilegítimo sospechar que la abstención de ERC es coyunturalmente estratégica: sabe que le conviene un gobierno central frágil y al mando de un político veleidoso, aliado además con Iglesias, que es a la vez el sosias y la némesis de Sánchez y que, con respecto a Cataluña, juega a una ambigüedad nada ambigua, aunque desde la vicepresidencia de un gobierno la sostenibilidad de las ambigüedades se complica un poco. Pero no todo son inconvenientes: es tal la dispersión partidista del congreso que resultaría difícil poner de acuerdo a los adversarios de Sánchez para someterlo a una moción de censura, aunque nada es imposible en el país de las maravillas. 

         Frente a la abstención condescendiente de ERC, asistimos a la intransigencia airada de JxCat no ya sólo con respecto al apoyo a Sánchez, sino también ante la abstención de ERC. Y es que la derecha independentista tiene mucho en común con la ultraderecha españolista: la prevalencia de las edulcoradas ensoñaciones patrióticas frente a la realidad, desde el convencimiento en este caso de que la catalana se trata de una suprautonomía forzosamente española que está a un paso de la conversión en una microrrepública europea, ya sea por la vía improbable de un acuerdo con el gobierno central o ya sea por la vía, no tanto improbable como imposible, de una ruptura unilateral con el Estado.

         A Sánchez hay que reconocerle sus artes de funambulista, pero todo funambulista corre unos riesgos que generan nerviosismo entre el público. De momento, todo le ha salido bien. Pero ahora tiene un problema latente: que quienes le han puesto la red acaben zarandeándole el cable.

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