martes, 30 de noviembre de 2021

DISCURSOS

 (Publicado en prensa)





No es algo que se antoje todos los días, pero hay veces en que uno desearía que algún alto cargo lo contratase como redactor de discursos, esos discursos entre tecnicistas y solemnes que los mandatarios nos regalan para que seamos conscientes de que sus acciones se rigen por un razonamiento táctico y no por una improvisación aleatoria, puesto que un discurso tiene la virtud de racionalizar incluso la sinrazón.

         No sé, que te encargase un discurso un jerarca del Gobierno –preferiblemente del central, aunque de un gobierno regional también serviría- con responsabilidades en el ámbito del transporte, pongamos por caso, y escribieras: “En función de las demandas concretas del sector, hemos implementado 14 medidas, que podrían ser 16 en atención a las variables no previstas ni tipificadas en el acuerdo suscrito entre la administración, la patronal y los agentes sindicales, lo que entendemos como el cumplimiento de una reivindicación histórica a la que por fin se da cauce a través de unas nuevas medidas de desarrollo exponencial, en torno al 15% sobre las ya existentes, con arreglo a los beneficios fiscales contemplados en el anterior convenio, lo que, sumado a las ayudas específicas previstas en el convenio actual, nos permite calcular en un 0,3 % la modernización -mediante reinversiones fijadas en una tercera parte de los beneficios netos- de la flota, lo que supera en medio punto las directrices dadas por las autoridades europeas con respecto a la implantación progresiva de medidas eficaces para el sostenimiento medioambiental”.

         De todas formas, y sin quitar mérito a los de índole técnica, creo que estarán de acuerdo conmigo en que los discursos más conmovedores son los que apelan de manera abstracta a la emocionalidad popular, a la presentación de la realidad colectiva como un cuento de hadas, aunque esos discursos tienen el inconveniente de estar reservados para los reyes y los presidentes, aunque excepcionalmente podemos oírlos en boca de un concejal o concejala. No sé, algo así como: “Hemos demostrado en repetidas ocasiones que sabemos sobreponernos a la adversidad, y lo hemos hecho con esa valentía y decisión que es distintiva de las grandes naciones, de los pueblos que confían en el futuro sin olvidarse de su pasado, pues es allí, en esa ansia de futuro, donde la ilusión germina como el motor común para la apertura de nuevos horizontes, de los que somos merecedores gracias al impulso decidido y solidario de todos, unidos en el afán de acercarnos día tras día a un escenario de igualdad, de prosperidad y de justicia”.

         ¿Qué sería de este mundo, en fin, si alguien, en los albores de nuestra civilización, no hubiese inventado los discursos?

Más vale ni pensarlo. 


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domingo, 14 de noviembre de 2021

LOS FUTUROS

 


Vivimos en un mundo en que las novedades e invenciones de todo tipo nos asedian y maravillan, a veces para bien, a veces para mal y a veces para nada en concreto.

En su día, el fax, pongamos por caso, nos parecía cosa de magia, y nos sentíamos como el mago Merlín cuando metíamos un papel en la ranura y sabíamos que su réplica exacta estaba saliendo en ese mismo instante por otra ranura en cualquier parte del mundo. Era lo más cerca que hemos estado, al menos que yo sepa, de la teletransportación, así sea a mero nivel de papeles.

Aún no acabábamos de entender cómo podía llevarse a cabo aquel portento cuando, de la noche a la mañana, el fax se nos quedó obsoleto y ascendimos un grado en la escala de la prestidigitación tecnológica con la universalización del correo electrónico, que nos pareció el non plus ultra de la comunicación instantánea… hasta que apareció WhatsApp y esa instantaneidad se acrecentó hasta el límite quizá de lo imprudente, ya que no solo nos obliga a confiar en nuestra sensatez a la hora de escribir tonterías o en nuestro sentido de la oportunidad a la hora de reenviar un meme, sino que también tiene la facultad prodigiosa de convertirnos en una especie de pelmazos virtuales que ejercen a distancia el viejo arte de incordiar al prójimo, y además gratis.

         Por no hablar de los avances en telefonía: los de mi generación hemos pasado de las llamadas mediante centralita y del teléfono de baquelita negra no ya al teléfono móvil con pantalla táctil, sino al teléfono plegable que puede doblarse como la suela de un zapato aerodinámico, pues en la industria del calzado los adelantos no van a la zaga de los propios de la industria tecnológica en general, hasta el extremo de que comprarse hoy unos zapatos tradicionales resulta más extravagante que comprarse unos zapatos con ruedas y con luces led.

         Este progreso vertiginoso habla muy bien del ingenio humano, lo que no quita que nos sintamos como idiotas cuando, en una limpieza de cajones y de altillos de armario, nos encontramos con nuestro radiocasete, con nuestro walkman, con nuestro discman, con nuestro Mp3, con nuestro reloj Casio de primera generación, con nuestra cámara fotográfica, con nuestra grabadora portátil o con nuestra calculadora de escritorio. De repente, ante esos restos arqueológicos de una época que considerábamos futurista, nos sentimos un poco catetos y otro poco melancólicos, porque caemos en la cuenta que, por definición, el futuro es lo que no llega nunca, en parte porque el futuro no nos cabe en la imaginación y la desborda y sobrepasa siempre. Creemos, en fin, que estamos en el futuro y, a la vuelta de unos años, nos vemos en una fotografía y nos decimos “¡Vaya peinado!” o “¡Vaya blusa!”. Y nos reímos por no llorar.


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domingo, 7 de noviembre de 2021

 


Ha muerto la pintora Carmen Laffón, que tan delicada fue en su obra como en su trato y que tan enérgica y exigente fue con respecto a su arte.

Tan querida por muchos como admirada por todos.

En 1996 le escribí este poema para el catálogo de una exposición de sus esculturas.



ANTE UNAS ESCULTURAS DE CARMEN LAFFÓN

 

La mano sobre el bronce toca el frío

corazón detenido de una niebla.

                                                  Toca

la inconmovible soledad de los objetos

dispuestos en un orden de espectros cotidianos.

 

La blancura desnuda

la exacta realidad, sobrecogida

de su propia extrañeza, y tan inmóvil.

 

La blancura parece

un tiempo destruido, un rastro de ceniza afantasmada.

Y fantasmal se expresa, y rotunda a la vez, la realidad,

detenida en su helor.

 

Quieta en su hondura.

 

Un fragmento de mundo

contiene la inquietud de todo un mundo.

 

Y qué espectral y en sí,

y qué ajena y qué firme

en su propia existencia cada cosa.

 

Aquí la claridad más honda de la nada:

 

lo blanco es una forma del vacío.

 

Y el tiempo pasa, con su guante blanco,

sobre la vida inerte.

 

Y el tiempo son las cosas que se rompen

por la presión desamparada

de su afán de existir entre nosotros. 


lunes, 1 de noviembre de 2021

OTRO VOLCÁN

 (Publicado en prensa)



A pesar de que todos apelamos continuamente a la solidaridad, al bien común, a la empatía, a la convivencia o a la tolerancia, parece ser que estamos condenados a vivir en la divergencia, cuando no en la mera trifulca.

         El volcán de La Palma, por ejemplo, ha supuesto una tragedia para miles de personas, una erupción de ruina y de angustia, una especie de ensayo general del fin del mundo, lo que no quita que se haya convertido para algunos en una alegre atracción turística. Es cierto que, tragedias al margen, un volcán en activo puede considerarse un espectáculo grandioso, uno de esos hitos que quedarán en la memoria de sus espectadores, ya sean víctimas desoladas o fisgones ociosos, pero una voz interior, tal vez un tanto puritana, nos susurra que hay algo irrespetuoso en el hecho de convertir en una diversión lo que para otros muchos ha supuesto una calamidad. Entre ver tu casa engullida por un río de lava y hacerte un selfie con un fondo volcánico media un mundo. Lo extraño es que no parece existir incompatibilidad entre ambos extremos: nadie está obligado a hacer penitencia por los males del prójimo. A veces, la desdicha cae de un lado y otras veces de otro, nos decimos, y a quien le toque le tocó: hoy por ti y mañana por mí. Comoquiera que nos hemos sugestionados de que vivimos en una civilización decididamente hedonista –incluso desesperadamente hedonista-, no dejamos escapar ni un solo baile, así sea en la cubierta del Titanic.

         Hemos decidido que estamos en el mundo, en fin, para pasarlo bien, no para pasarnos la vida preocupados por pandemias y volcanes. Y es que, de una manera más o menos difusa, andamos convencidos de que el progreso es un proceso sin retorno, de que nuestra civilización irá a más día tras día, a la espera de ese gran momento en que los coches vuelen y en que los médicos nos proporcionen la inmortalidad, entre otros prodigios. Sí, todo se andará, o casi todo. Y todo –o casi todo- será bienvenido.

Pero, en paralelo, conviene tomar conciencia, así sea de una manera también difusa, de la fragilidad de este retablo nuestro de las maravillas. Porque los cimientos de nuestra sociedad están excavados en la ladera de un volcán, y ese volcán simbólico lleva mucho tiempo avisándonos, mediante seísmos de intensidad variable, de que el día menos pensado, por muy turistas y hedonistas que seamos, igual nos da un susto.