El poeta Coleridge sostenía que los seres humanos se dividen fundamentalmente en aristotélicos y platónicos. No sé, es posible. Pero también es posible que se dividan entre los que están reunidos y los que llaman por teléfono a los que están reunidos.
Llamas al subsecretario de un vicesecretario y te dice su secretaria: “En este momento está reunido”. Y ahí te quedas tú con el enigma de la índole de esa reunión inviolable. Vuelves a llamar al cabo de una hora, pero la reunión prosigue, según vuelve a informarte –con un matiz menos amable en el tono- la secretaria del subsecretario del vicesecretario. Pasada otra hora, te atreves a llamar por tercera vez, pero la secretaria –en tono ya abiertamente insolente- te informa por tercera vez de que está reunido, con lo cual ya empiezas a preocuparte, porque debe de tratarse de un asunto de bastante envergadura. En un achaque de pesimismo, te irritas por haber perdido toda la mañana en una gestión infructuosa. Pero al instante se instala de nuevo el optimismo en tu ánimo: podría haber sido peor. Podría haberse dado el caso de que también estuviese reunida la secretaria del subsecretario del vicesecretario, de modo que no te hubieras enterado siquiera de que el subsecretario del vicesecretario estaba reunido. Algo es algo.
Por desgracia, no todo el mundo puede acogerse al concepto de estar reunido. En principio, se requiere una sala de reuniones, aunque luego la reunión tenga lugar en un restaurante, que es una modalidad de reunión muy apreciada por la clase dirigente, en buena medida porque la comida sale gratis, igual que en los centros de beneficencia, pero a la carta, incluido el marisco. También se necesita una secretaria que atienda el teléfono para poder informar a los inoportunos de que el jefe está reunido, ya que sería indigno de un jerarca el tener que decir él mismo, en persona, o sea, con su propia voz, que en ese momento está reunido, y más si de fondo suena la melodía de una máquina tragaperras, porque resulte que el tipo está reunido en la barra de un bar, ya que un jerarca puede estar reunido donde le dé la gana, que es lo que le distingue de un tipo corriente: tú estás con una gente en un bar y no estás reunido, por muy reunido que estés, sino que estás simplemente en un bar, igual que los borrachines. No está reunido quien quiere, en fin, sino quien puede.
Lo primero que aprende cualquier persona a la que el azar sienta detrás de una mesa de despacho es a estar reunido, ya que dispone de experiencia: el mismo día en que fue designado para el cargo en cuestión, tuvo que reunirse con un jerifalte que le dijo: “Pérez, hemos puesto nuestra confianza en ti”. Y Pérez se conmovió ante aquella confianza: ya tenía derecho a estar reunido. Y empezó a reunirse. Y a su secretaria se le gasta la boca de decirlo: “En este momento está reunido”, que es una frase que subliminalmente suena a triunfo, a gloria, a decisión decisiva… Reunido.
Siempre ha habido clases, y siempre las habrá, no sé si me entienden: ayer mismo iba yo paseando con mis sobrinas y con su perro por el parque y me llamaron por teléfono desde un organismo oficial. “Lo siento”, dije, “en este momento está reunido”, porque se ve que tenía agudizado yo el afán de venganza. Pero, antes de terminar la frase, el perro le ladró a una perrita que apareció por allí, al tiempo que mis sobrinas me pedían que les comprase unas chucherías en el kiosco ante el que pasábamos, de cuyo interior emanaban los ecos de los grandes éxitos de Los Chichos, de modo que toda la farsa se me derrumbó a lo grande. Por querer presumir de estar reunido, como si eso fuera tan fácil.
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