La alcaldesa de un municipio de cuyo nombre no vamos a acordarnos ha decidido instalar un desfibrilador en su coche oficial. La alcaldesa, de cuyo nombre tampoco vamos a acordarnos, es médico de profesión y tuvo una experiencia mala: no pudo salvarle la vida a un accidentado en la carretera, de modo que se acogió a un razonamiento impuro en el que se confundía lo emocional con lo profesional, y de ahí lo del desfibrilador. La oposición está que trina, y no sólo por ser oposición. La alcaldesa tiene de su parte la lógica de la razón sentimental. La oposición tiene de la suya la lógica de la razón política: si en todo el municipio sólo hay cuatro desfibriladores, resulta chocante que uno de ellos esté instalado en el coche oficial de la regidora, por si acaso se viera en el trance de tener que socorrer a otro accidentado, circunstancia que tal vez podría reputarla de gafe.
Cabe esperar que el próximo alcalde o alcaldesa que vaya a ocupar el coche sea también médico y no perito agrícola, pongamos por caso, porque entra dentro de lo probable que un perito agrícola se haga un lío con el desfibrilador y acabe sustituyéndolo por un juego de azadones y cavadoras, herramientas más acordes con lo suyo.
Puestos a dotar los coches oficiales de complementos, los alcaldes y alcaldesas podrían llevar en el maletero una estaca, una ristra de ajos y un crucifijo, por si algún día, al volver de madrugada de un acto institucional, tuvieran que enfrentarse al conde Drácula. Si de lo que se trata es de ejercer el humanitarismo, podrían llevar fiambreras con filetes rusos, por si se cruzaran con un mendigo hambriento, que alguno que otro hay. En estos malos tiempos para el empleo en particular y para la vida en general, tampoco estaría de más que llevasen un contrato laboral con los datos del beneficiario en blanco, para rellenárselo en el mismo arcén a un jornalero en paro cuando el alcalde o la alcaldesa acudiese en su coche oficial con desfibrilador incorporado a una reunión provincial para el fomento del empleo, o similar.
Lo que no entiende uno es que la alcaldesa en cuestión se conforme con un desfibrilador, cuando lo suyo sería que adoptase como coche oficial una UCI móvil, que ofrece sin duda más opciones de socorrismo.
El problema más común de las decisiones de los políticos es que acaban resultando poco políticas. Se levanta un político un día con la mente un poco espesa y lo mismo acaba instalando un artilugio en el coche oficial que convocando un referéndum peligroso, lo mismo aceptando comisiones que concibiendo un aeropuerto inútil. Cuando la política se mueve por impulsos y ocurrencias, suele dejar de ser política para convertirse en otra cosa: en un juego de azar. Hay impulsos acertados, sí. Hay ocurrencias afortunadas, sin duda. Pero, en general, qué miedo.