domingo, 15 de noviembre de 2020

LA CONSPIRACIÓN

 


Según nos alientan quienes saben de eso, la economía se recuperará en cuanto pasemos de estar controlados por el virus a controlar nosotros el virus, al menos en la medida en que se deje controlar, que me temo que ya nunca será del todo.

De lo que no puede estar uno seguro es de que, una vez recuperada la economía, recuperemos también nuestros equilibrios emocionales, nuestro sentido de la sociabilidad o incluso nuestros antiguos temores, que ahora han sido sustituidos por un único temor global.

Aunque, bien pensado, no hay nada que alcance a ser global: ahí tenemos, por ejemplo, a los alegres negacionistas de la pandemia, esas mentes iluminadas por un dios desconocido que dan por hecho que todo esto es un montaje para inocularnos un chip con el pretexto de vacunarnos de un virus imaginario.

El proceso psicológico es sin duda muy complejo, quizá porque la mente de un conspiranoico es más compleja que una mente estándar: el conspiranoico ve cosas que los demás no vemos, cabe suponer que en parte porque se trata de cosas inexistentes, aunque quién sabe: de un mundo controlado por Bill Gates, por los masones y por los illuminati puede uno esperarse cualquier cosa. Incluso que la Tierra sea, en efecto, plana y que su presunta redondez sea un invento de los fabricantes de globos terráqueos para hacer caja a costa de la ingenuidad geológica de la gente.

Ya nada puede sorprendernos, en fin. Ya nada. Hasta el punto de que piensa uno que la actitud más sensata en estos momentos de incertidumbre consiste en convertirse en un conspiranoico profesional: convencerse cuanto antes de que a Trump le han robado las elecciones los globalistas, dar por hecho que el uso de mascarilla destruye nuestro sistema inmunológico, sostener que los virus no existen y que los pocos que puedan existir son engendros de laboratorio, llegar a la conclusión de que nuestro gobierno actual aspira a imponer una dictadura socialcomunista y proclamar que los chemtrails son fumigaciones de metales pesados para hacernos estériles y así acabar de una vez por todas con la Humanidad casi en pleno, una vez que se llegue a la conclusión científica de que lo que pretenden los oligarcas disfrazados de filántropos es el exterminio masivo de la población.

Convertirse en un conspiranoico, en definitiva, sólo reporta ventajas: puedes negar de forma categórica lo que diga un virólogo sobre los virus, lo que diga un epidemiólogo sobre las epidemias y lo que diga un inmunólogo sobre las vacunas.

El único inconveniente es que esa forma de sabiduría tiene muy restringido en nuestros días su ámbito de difusión: la barra de los bares.

Pero, sea como sea, ya saben ustedes: la clave básica está en el chip.

Empecemos por eso.

2 comentarios:

Francisco Pelegrina dijo...


¡La vida misma, Felipe!

Resurge la sabiduría de la barra del bar.

Hiparco2 dijo...

En esta historia el escéptico, como St Tomás sabía que si había llaga en la que poner el dedo, aunque no fuera una hendidura, contaría con un vestigio en el que creer. El negacionismo es un tipo de psicopatología epistemológica intratable. Después viene el crítico, a recoger los platos rotos de los malos gestores y tratar de recomponerlos. De los tres no me satisface ninguno, pues no arriban ni siquiera a tiempo para prevenir. Sólo el científico tenaz y comprometido, por ardua y frustrante que llegue a ser su tarea, me merece el crédito que los políticos, algunos políticos, le permitan merecerlo. Los conoceremos por su método, a los verdaderos científicos, y a los políticos por su capacidad de acertar al seguirlos.