Quien opta por la militancia
política disfruta de una gran ventaja: la de poder permitirse no sólo la comodidad
del acatamiento de los dogmas laicos que seductoramente le propongan o que amablemente
le impongan, sino incluso la comodidad de asumir las consignas propagandísticas
–así tengan la misma carga metafísica que un anuncio televisivo- que ideen los responsables
de propaganda del partido que figure en su carnet.
No deja de ser
una suerte que alguien piense por ti, pues de ese modo te evitas, como poco, la
tarea de tener que calentarte la cabeza para a menudo no llegar a ninguna
conclusión ideológica que merezca ese nombre, por esa tendencia que tiene el ser
humano a adentrarse en callejones sin salida: te pones a discurrir sobre un
asunto y lo único que consigues es liarte. De ahí quizá nuestra aversión a
meternos en jaleos de pensamiento. Siempre será más confortable adscribirte a
una idea ajena y genérica, en fin, que tener que construir una propia. No hay
color.
En
nuestros días, esa especie de pensadores vicarios han puesto en circulación,
como achaque moral, si no como insulto, el concepto de “equidistancia”, que
según la RAE es algo tan inocente como la “igualdad de distancia entre varios puntos u objetos”.
Si opinas, no sé, que el Gobierno ha gestionado de forma
un tanto desastrosa los aspectos sanitarios de esta pandemia y que ha
gestionado más o menos bien las urgencias sociales derivadas de ella, eres
equidistante, en el caso de que no seas un reaccionario. Si dices que la
presidenta de Madrid se comporta poco más o menos como los independentistas
catalanes cuando están en una fase patriótica aguda, eres equidistante, en el
caso de que no acabes siendo socialcomunista. Etcétera.
A poco que no te alinees de manera
incondicional con un bando, te cae encima, en fin, una equidistancia.
La simplificación del pensamiento está
muy bien, ya digo, sobre todo si lo que procuras es que el pensamiento no te
cause molestias. Ya quisiera uno tener un fervor político sin fisuras, sobre
todo en un país en que los fervores políticos promueven casi el mismo grado de
emocionalidad que dispensamos a nuestro equipo de fútbol predilecto. (Y digo
“casi” porque la gente suele ser más indulgente con su partido político cuando
desatina que con su equipo de fútbol cuando pierde, ya que, ante una derrota
deportiva, la gente tiende a maldecir lo que más ama en este mundo, que suele
ser el equipo de fútbol en cuestión.)
Conviene equidistarse de la
equidistancia, en definitiva, si no quieres ser tachado de equidistante,
insulto que lo mismo pueden aplicarte desde el bando que se siente equidistado que
desde el bando pendiente de equidistar, o lo que sea.
De modo que un consejo humanitario: alinéese. Cuanto
antes mejor.
.
2 comentarios:
Hay que distinguir posiblemente entre el equidistantismo ilustrado y el popular , el ilustrado es el del que siendo millonario y un personaje público , no le interesa declararse independentista , aunque llegado el momento aceptaría la independencia si considera que tiene la viga suficientemente llena , la primera vez que oí hablar de sentimiento equidistante fue a catalanes que siendo partidarios de la unidad española no quieren renunciar a vivir en Cataluña sin ser acosados ni que les llamen fachas .Por otro lado está el equidistante popular, que suele ser el ciudadano de escasos recursos , muchas veces sin oficio alguno y que vive en la cuerda floja, esa persona si le va mal no hace nunca autocrítica, pero si que sabe quejarse de todo , y cuando llega la hora de ir a votar se pega un baño de pureza eludiendo ir a los colegios electorales, no me gustan los candidatos suele decir.
Estos equidistantes populares son los que darán la victoria a Trump, ojalá me equivoque
Caldicot
Buen artículo que resalta lo que más me molesta de esta época: el servilismo político y las etiquetas.
Quizás ahora se note más por las redes sociales.
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