Anteayer fue el cumpleaños de Pessoa.
Traigo aquí este poema que escribí intentando imitar los modos de Álvaro de Campos.
Estoy cansado de sentir.
De sentir incluso esos sentimientos
que he dejado hace tiempo de sentir
y que regresan desde el pasado como un eco
para que yo los sienta sin sentirlos.
Los sentimientos que están fuera de lugar,
los inesperados, también me cansan.
Me aburre este corazón que no para de sentir
incluso las cosas que no siente,
que no debería sentir, al no ser sentimientos
estrictamente suyos, sino de alguien
que está ya muy cansado de sentir.
No sé si lo que siento
es falso o es veraz, ajeno o propio,
y de ahí sin duda este cansancio,
mientras observo sin sentir nada
los barcos que zarpan con esos marineros
de redes invisibles
que navegarán sin sentir nada,
como tampoco lo siento yo mientras escribo esto,
como no siento cuando pienso en el pasado
y me digo: “Eso en lo que pienso nunca existió”,
y en ese momento tampoco mi yo fundamental
–digamos- existe,
porque no está amparado por una densidad de tiempo verifi-cable,
un tiempo exclusivo que sostenga
lo que voy a sentir a continuación
sin sentirlo, y de ahí este barajar fantasmagorías
para echar atrás la tarde
engalanada de unos oros transitorios
y del humo de las fábricas,
la tarde que se fuga hacia la noche,
como el oficinista apesadumbrado
que, al regresar a su casa pequeña, se siente el
emperador
de unos planetas desconocidos.
Y desde luego la nostalgia, sí, la nostalgia
de aquel que sentía lo que creía sentir
y derivaba todo cuanto sentía al gozo o al dolor,
y no a la indiferencia del sentir,
como este yo de ahora que no siente
la obligación de sentir.
Nostalgia
de cuando la vida era más vehemente y un poco más
extraña,
al menos como recuerdo que yo la sentía,
aunque quién sabe.
.
(Del libro Ya la sombra, 2018)
2 comentarios:
Pessoa nos redime. O nos reconcilia con el mundo.
Es imposible (al menos para mí)leer esta sinfonía (extraordinaria) del cansancio y no parar de vez en cuando para hacer extravagancias mentales. Por ejemplo: reír con ganas, o cualquier otra arbitra-riedad mental menor, como repetir de memoria los números primos que contiene una centena. Me parece un atracón -atraco también- toparse de forma inesperada con unos versos que firmaría el mismísimo L. Wittgenstein, si le hubiera dado por la poesía al terminar de poner el punto y final a la filosofía con su Tratado lógico-filosófico.
Que un poema contenga todo un tratado existencial exige a lectores como yo un esfuerzo heroico.
(lo anterior escrito solo son los restos de mi estupefacción al leer su poema. Es perfecto)
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