(...) Una vez abierto el debate, que
prometía ser menos controvertido que avenido, Tomi Guerra tomó la palabra:
“Tengo una duda… A ver cómo lo digo sin que se me malinterprete… ¿En qué
quedamos? ¿La pandemia es real o es un invento?”, y abrió su cuaderno para
tomar nota de las respuestas, según tiene por costumbre.
Hubo unos
segundos de mudez antes de que Mangoli soltase una frase salomónica: “Bueno, sí
y no”, y quedamos a la espera de la glosa pertinente, que no tardó en llegar:
“Sí porque hay gente que está muriéndose, aunque no sabemos de qué. Y no porque
no estamos ante una pandemia natural, sino ante una enfermedad artificial. De
modo que es una pandemia y no lo es”. Tomi Guerra le replicó con esa
condescendencia que suelen gastarse los profesores: “Bueno, tengo entendido
que, más o menos desde los tiempos de Parménides, o incluso antes, las cosas
son o no son”, a lo que Montse Montenegro añadió un veredicto de resonancias místicas,
reflejo tal vez de su época taoísta o similar: “No estoy segura. Una cosa puede
ser y a la vez no serlo. La existencia de algo no implica la posible negación simultánea
de la existencia de ese mismo algo. Todas las cosas de la Creación son
subsidiarias de una Existencia Superior, y por tanto son contingentes. Digo yo,
no sé”.
Me atreví a
sugerir que cabía la posibilidad de que la pandemia fuese verdadera como tal
pandemia, pero falsa como alarma: una cortina de humo para ocultar una artimaña
global de mayor calado, como por ejemplo la limitación de las libertades
individuales en beneficio de la ampliación de las libertades gubernamentales.
Ítem más: arriesgué
la hipótesis de que aún no podemos saber cuál es la finalidad de dicha maniobra,
más allá de que parece ser que apunta a la manipulación despótica del sistema
legislativo.
Beltrami
pareció estallar: “¡Cómo que no lo sabemos! ¡Claro que lo sabemos! Aquí lo que
buscan es la implantación sin luz y sin taquígrafos de un Nuevo Orden Mundial en
el que las personas pasemos a ser meros elementos numerados de una trama
productiva. Gente que trabaja para pagarles sus lujos y caprichos a los
poderosos. Mano de obra barata y disciplinada. Gente que no puede abrazar a sus
seres queridos por miedo a contagiarse. ¿O es que los impuestos son otra cosa
que una extorsión? ¿O es que la
vacunación obligatoria no es más que una pantomima para hacernos creer que
somos inmunes a las enfermedades que los propios gobiernos inventan para el
control demográfico?”.
Tomi Guerra
nos informó de que en la filosofía profesional existe el concepto de
“compromiso ontológico”, según el cual se decide cuáles son las entidades que
se aceptan como reales y cuáles como figuradas.
“Pues mi
compromiso ontológico está claro”, bramó Beltrami.
Como medida
provisional, a la espera de acontecimientos ulteriores, acordamos declararnos
“coronaescépticos”, a pesar de que Beltrami señaló que la gente podría pensar que
somos antimonárquicos (“¿La gente? ¿Qué gente?”, preguntó Tomi Guerra, aunque
no hubo contestación), asunto ese el de la monarquía en el que ni entramos ni
salimos, a pesar de que las noticias que se publican en estos días sobre el rey
emérito tienen la dinamita suficiente no sólo para hacer volar por los aires la
institución real y que la corona aterrice abollada en el planeta Saturno y el
cetro en los páramos de Urano, sino también para que estalle en pedazos la
realidad constitucional de nuestro país, que al fin y al cabo es el jardín subterráneo
de la masonería en sus diversas manifestaciones, y eso, por hache o por be,
acaba pagándose. (...)
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