domingo, 7 de marzo de 2021

LA PARADOJA

 

Esta pandemia tiene tres factores básicos de riesgo: el virus, la gestión política de la crisis sanitaria y nosotros. La combinación resulta bastante peligrosa, y más aún después de todo un año en que hemos aprendido a convivir más o menos racionalmente -y más o menos resignadamente- con el miedo a enfermar y con la esperanza de un remedio, con la resignación y con la desesperación, con la responsabilidad solidaria y con nuestra tendencia natural al “sálvese quien pueda”. (Los negacionistas, por su parte, lo tienen más fácil: su angustia no proviene del miedo a la enfermedad y a la muerte, sino del espanto de ver la docilidad con que la mayoría de la gente se ha sometido a una alucinación promovida por unos poderes ocultos.)

Nada ha sido fácil, nada sigue siendo fácil y es posible que nada lo sea de aquí a mucho tiempo, según corresponde a una situación en que prevalecen las incógnitas sobre las certezas: si el presente es hoy más confuso de lo que suele serlo, el futuro se presenta más difuso de lo acostumbrado. Saldremos de esto, pero no sabemos cuándo ni –sobre todo- cómo, ya que este trauma colectivo requerirá un complejo proceso de recuperación que irá de la estabilización económica global a la reconstrucción psicológica individual, y es posible que lo primero resulte más sencillo que lo segundo: ante la preponderancia de la realidad con respecto a nuestro acomodo en la realidad, nos hemos convertido en extraños ante nosotros mismos, en buena medida porque las circunstancias nos impiden ser del todo quienes éramos, o al menos quienes creíamos ser.

         A estas alturas, seguimos bajo el peso de la incertidumbre. Tenemos ya vacunas, por ejemplo, pero no sabemos cuándo estarán disponibles para una inoculación masiva. Tampoco sabemos si las vacunas nos inmunizan o simplemente nos protegen, ni si el inmunizado contagia, ni si las nuevas cepas serán vulnerables a las vacunas con las que contamos gracias a la labor urgente de unos científicos a los que en situaciones normales consideramos profesionales secundarios frente a los investigadores tecnológicos.

         Pero, por la ley de la paradoja, esa incertidumbre puede jugar a nuestro favor, pues neutraliza uno de esos factores de riesgo que señalé al principio: nosotros, que tenemos que controlar no sólo nuestro miedo, sino también nuestra temeridad. Y es que, dejando a un lado a los pintorescos negacionistas profesionalizados como tales, tendemos, por agotamiento, a convertirnos en seminegacionistas eventuales. (Anteayer, sin ir más lejos, la siempre desconcertante presidenta de la Comunidad de Madrid proclamaba que no está demostrada la relación entre una pandemia y la movilidad humana, convencida tal vez de que los virus viajan por su cuenta y riesgo, como las mariposas y los patos, sin necesidad de portadores.)

         Hemos estado tan mal que el hecho de estar un poco mejor nos parece, en fin, una buena noticia. Pero no olvidemos que, en estos momentos, la mejor baza para poder ser optimistas es el pesimismo.


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