(Publicado ayer en prensa)
Salvo imprevistos de última hora,
Sánchez va a tener gobierno en cuestión de horas. Lo que no sabemos es si
España va a tener gobierno, pues cada cosa parece ir por su parte: el anhelo
personal de gobernar y la necesidad colectiva de ser gobernados. El nuevo ejecutivo
de Sánchez puede durar cuatro años, cuatro meses, cuatro semanas o cuatro días,
como quien dice, porque nace en vilo y pendiente de las exigencias de quienes
van a propiciarlo bajo ese lema que rige en nuestro Estado: “La solidaridad
interautonómica bien entendida empieza por la solidaridad intrautonómica”. (O incluso
por Teruel.) Al fin y al cabo, en estos días Sánchez ejerce menos de presidente
en funciones que de cartero real, recogiendo en mano la lista de deseos de
quienes van a propiciar, por activa o por pasiva, su acceso a la presidencia.
Para
empezar, ERC va a tardar nada y menos en exigir un referéndum que ni siquiera
el aventurero Sánchez supongo que se atreva a concederle, y esa puede ser la
primera piedra que se desprenda de un edificio gubernamental construido sobre
arenas movedizas. No creo que resulte ilegítimo sospechar que la abstención de
ERC es coyunturalmente estratégica: sabe que le conviene un gobierno central
frágil y al mando de un político veleidoso, aliado además con Iglesias, que es
a la vez el sosias y la némesis de Sánchez y que, con respecto a Cataluña,
juega a una ambigüedad nada ambigua, aunque desde la vicepresidencia de un
gobierno la sostenibilidad de las ambigüedades se complica un poco. Pero no
todo son inconvenientes: es tal la dispersión partidista del congreso que resultaría
difícil poner de acuerdo a los adversarios de Sánchez para someterlo a una
moción de censura, aunque nada es imposible en el país de las maravillas.
Frente a la abstención condescendiente de ERC, asistimos a la intransigencia
airada de JxCat no ya sólo con respecto al apoyo a Sánchez, sino también ante
la abstención de ERC. Y es que la derecha independentista tiene mucho en común
con la ultraderecha españolista: la prevalencia de las edulcoradas ensoñaciones
patrióticas frente a la realidad, desde el convencimiento en este caso de que
la catalana se trata de una suprautonomía forzosamente española que está a un
paso de la conversión en una microrrepública europea, ya sea por la vía
improbable de un acuerdo con el gobierno central o ya sea por la vía, no tanto
improbable como imposible, de una ruptura unilateral con el Estado.
A
Sánchez hay que reconocerle sus artes de funambulista, pero todo funambulista
corre unos riesgos que generan nerviosismo entre el público. De momento, todo
le ha salido bien. Pero ahora tiene un problema latente: que quienes le han
puesto la red acaben zarandeándole el cable.
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