(Publicado en prensa)
En paralelo a las convulsiones políticas
nacionales y mundiales está produciéndose una convulsión religiosa que sería
injusto que pasara desapercibida. En Sevilla, sin ir más lejos, los fieles de la
Macarena organizan manifestaciones y se echan las manos a la cabeza por la
restauración a la que ha sido sometida la venerada imagen, en cuyo proceso le
cambiaron las pestañas. “Le han puesto pestañas de Barbie”, se lamentó, entre
lágrimas, una devota. Un político no se anima a asumir su culpabilidad ni siquiera
cuando las evidencias indican que está de corrupción hasta las pestañas, pero
en el ámbito de lo sagrado las cosas son más drásticas y expeditivas: las
pestañas virginales han forzado la dimisión de los responsables de patrimonio
de la hermandad de culto.
También
en Sevilla, la Hermandad del Dulce Nombre de Bellavista va a verse envuelta en
un proceso judicial por el mismo motivo: han restaurado la imagen de su titular
y le han dejado una cara de muñeca hinchable japonesa. La hija del imaginero,
ya fallecido, reclama que sea devuelta de inmediato a su estado original por
restauradores respetuosos con el arte sacro y menos aficionados al manga.
En
Cataluña, por su parte, se celebró hace unos días el milenario del monasterio
de Montserrat. En este caso, el conflicto no lo ha motivado la restauración de
la imagen conocida popularmente como la Moreneta debido a la coloración negra
de su cara y de sus manos. No. Afortunadamente, no la han sometido a un proceso
de blanqueamiento nórdico. El escándalo lo ha motivado la visita de los reyes.
Puigdemont, al que cuesta trabajo reconocer tras la restauración que le han
hecho en alguna peluquería belga, interpreta la visita regia como una
“provocación”, aunque sin especificar si se trata de una provocación al propio
Puigdemont, a la Moreneta o a Cataluña, o a todo eso junto. Junqueras la ve
como una “falta de respeto” al pueblo catalán, aunque su talante moderado le
impide considerar como víctima de esa irrespetuosidad a la patrona de Cataluña,
por independentista y republicana que pueda ser la patrona, que eso no podemos
saberlo. A primera vista, puede parecer un debate bizantino, pero, dado que al
fin y al cabo el nacionalismo tiene menos que ver con la política que con la teología,
todo adquiere un encaje lógico en aquella realidad alternativa.
A
todo esto, en Boadilla del Monte recaudan fondos para erigir la escultura de
Cristo más alta del mundo: 37 metros. Un proyecto que mezcla armoniosamente la
devoción con el Libro Guinness de los Récords.
Tal
y como está el panorama político, en fin, una súplica: que restauren cuanto
antes las imágenes restauradas, que la Moreneta nos socorra aunque no seamos
catalanes y que el Cristo gigante se eleve sobre este valle de lágrimas espontáneas
y de horrores calculados.
De
paso, y si no es mucho pedir, que el Congreso de los Diputados contrate a un
exorcista, porque allí va a tener clientela.
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