(Publicado en prensa)
Mañana entramos en un año nuevo,
y lo haremos tal vez con la idea difusa de haber dejado atrás, aparte de un
tramo de nuestra vida, un periodo global de calamidades y de incertidumbres,
pues si bien vivimos desde siempre en un mundo convulso, este 2022, puesto en
la balanza, nos ha traído más sobresaltos que sosiegos. ¿Cualquier tiempo
pasado fue mejor? No. La historia de la humanidad es una novela que empieza mal
y que posiblemente acabe peor aún, ya que, a estas alturas, podemos llegar a la
conclusión melancólica de que como colectividad no tenemos remedio, dicho sea
sin ánimo de ofender a nadie. Lo intentamos, sí, pero tampoco con mucha
convicción, y no hay cosa que nos guste más que tirarnos en grupo a un abismo,
a la manera de una manada de ñus.
Por nuestra
falta de capacidad para el escarmiento, en medio mundo seguimos regalando el
poder a fantoches y charlatanes, cuando no a sociópatas o a psicópatas, o todo
junto, en parte, supongo, porque las ideologías de antaño han derivado en meras
manías sectarias, con un trasfondo más religioso que propiamente político, hasta
el punto de que basta con que un ente extravagante suelte media docena de
barbaridades para que una muchedumbre lo ensalce como un redentor. Cada uno de
nosotros cree tener una solución expeditiva para los problemas del mundo, lo
que no quita que esa creencia acabe sumando al mundo otro problema: la
proliferación de iluminados. Unos iluminados que necesitan a un espabilado para
que los agrupe y los guíe en la senda de la purificación social. Un espabilado
que vocifere y gesticule, que recurra a las grandes palabras huecas y que
canalice ese descontento que, de manera más o menos abstracta, late en
cualquier sociedad, ya que los paraísos únicamente parecen existir como tales
en el mundo de las ideas: un mito metafísico. Y el espabilado, claro está,
aparece, y no solo puede acabar ocupando un escaño en un parlamento, sino
incluso sentado en un sillón presidencial, en calidad de jefe de la tribu de
los alucinados.
Las
actuales tensiones geopolíticas avisan de la fragilidad extrema de nuestra idea
de civilización, sobre todo si tenemos en cuenta que el delirio de una sola
persona puede desestabilizar el mundo, como nos demuestran la Historia y los
telediarios. Nos habíamos hecho la ilusión de estar en el camino de un futuro
luminoso y de repente el cielo se ensombreció. Entre virus y guerras, entre
inflaciones artificiales y catástrofes naturales, enarcamos, por prudencia, una
ceja.
Dicho
lo cual, que tengan ustedes por delante un gran año.
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