(Publicado ayer en EL MUNDO)
Tenía 94 años, sí, pero nos habíamos hecho a la idea de que era inmortal, como se sospechaba que lo era el conde de Saint Germain, y que nos sobreviviría a todos.
No ha podido ser, aunque cuesta trabajo creerlo: ¿cómo que ha muerto Pepe, si ya lo difícil para él era morirse, después de haber sobrevivido a varios naufragios, circunstancia que, según una antigua superstición a la que él se acogía, otorga la inmortalidad a los mortales? Dábamos por hecho, en fin, que la metódica dama Muerte se había olvidado de llamar a su puerta, como si nuestro tío adoptivo Pepe se hubiese convertido en el personaje venturoso de una de esas fantasías paranormales de las Mil y una noches
Hasta el último momento estuvo lúcido, con el cuerpo rendido pero con la mente en estado permanente de alerta, con el pensamiento vivísimo y rápido, lo que en parte era un don y en parte una condena: consciente de su acabamiento progresivo, de la muesca que el paso de los días dejaba en su cuerpo castigado. Él, que siempre tuvo andares y hechuras de emperador de un país exótico, a prueba de madrugadas y de botellas vaciadas de manzanilla....
“Estoy caducado”, te decía, con el senequismo de un epicúreo. “Esto se acaba”. En los últimos meses, al otro lado del teléfono, presumía de que se le olvidaban las cosas, incluidas algunas palabras, pero, al mismo tiempo, soltaba una agudeza sorprendente, una divertida frase epigramática sobre algún personaje de actualidad, un juego afortunado de palabras en modo alguno olvidadas.
Presumía también de tener un carácter difícil, pero selectivo: podía ser impertinente con los impertinentes, pero fiel como ninguno a sus afectos.
Es muy raro esto de que se nos mueran los amigos, porque los amigos nunca se nos mueren: sólo morirán con nosotros, no en nosotros.
Muy raro esto de que no volvamos a reunirnos con Pepe y Pepa, su mujer, la pareja inseparable, en una venta a pie de playa, frente a una bandeja de huevos fritos con patatas de Sanlúcar, para hablar de todo en abstracto y de nada en particular, como si fuésemos inmortales, como si el tiempo fuese una mera ficción del pensamiento.
Como si la vida no tuviese al dorso, en fin, una implacable fecha de caducidad.
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1 comentario:
Gracias por escribirlo y compartirlo.Recuerdo una cena de hace muchos años.Me sentaron al lado de él,yo estaba impresionadísima y apurada,él ya era un escritor importante.Ágata Ojo de Gato estaba recién publicada.Él estaba interesado en saber si Doñana y su entorno eran perfectamente reconocibles en la novela.Nunca más coincidí con Caballero Bonald, pero no he olvidado su sincera, meticulosa y humilde preocupación por saber hasta dónde había conseguido capturar la magia del coto.
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