Mañana los madrileños irán a
votar y el resto de los españoles descansaremos al fin de una campaña electoral
especialmente crispada que, en un plano estrictamente territorial, ni nos iba
ni nos venía, pero que se nos coló en casa gracias a ese centralismo
informativo que sobrevive a la fragmentación autonómica, hasta el punto de que
conocemos mejor a los candidatos de allí que a nuestros respectivos gobernantes
regionales.
De
la campaña podemos concluir varias cosas, todas ellas tan desconcertantes como edificantes.
Por ejemplo, que los madrileños, según la percepción de quienes se ven como
afectados, son víctimas de una creciente madrileñofobia. Y es que si Cataluña
disfruta –y nunca mejor dicho- de la catalanofobia, Madrid no podía ser menos:
¿qué región del mundo puede vivir sin una idiosincrasia y sin agravios a su
idiosincrasia?
También se
deduce, con arreglo a las proclamas de algunos candidatos, que Madrid atesora
la esencia milenaria del españolismo, previa incluso a la existencia de España:
algo así, no sé, como un bastión irreductible frente a la amenaza del
comunismo, al que algunos combaten mediante la defensa de una especie de vitalista
anarquismo de derechas, ideología parapolítica que defiende aspectos tan
variados como pueden serlo la bajada de impuestos como método para garantizar
los servicios públicos o bien el consumo de cerveza, en tiempos de pandemia,
como un acto cívico de libertad y rebeldía identitaria. (No en vano la actual
presidenta en funciones dejó claro en su día que a Madrid emigra lo mejor de
las Españas, mientras que en el resto del territorio se supone que se queda la
gleba improductiva y subvencionada, dato que ya conocíamos, no obstante, por
boca de algunos líderes catalanes.)
Por
si faltaba algo, entraron en campaña las amenazas de muerte, lo que añadió una
dimensión épica a lo que en principio estaba limitado a ser una mera trifulca. Un
asunto desagradable, por supuesto, pero todo el mundo sabe –y mejor que nadie
los políticos- que el peligro de verdad no está en que te amenacen de muerte,
sino en que te maten sin amenaza previa, porque quien tiene decidido matarte, salvo
que medie un chantaje previo, no suele practicar la cortesía de avisarte de sus
intenciones, aunque ¿quién renuncia –y menos en campaña- al prestigio de lo
dramático?
Todos nos llevamos
una sorpresa al saber que el único identificado como autor de esas amenazas es
un enfermo mental, cuando se supone que deberíamos dar por sentado que ese tipo
de acciones las llevan a cabo las personas que están plenamente en sus cabales.
“Nuestra
democracia está amenazada”, enfatizaron algunos, elevando la anécdota a
categoría con la misma lógica con que podríamos deducir que, tras el atraco a
una joyería de barrio, la industria joyera del país está al borde de la
extinción.
En
estos casos, en suma, todo vale. Y mañana votarán. Y entonces, pase lo que
pase, empezará allí el verdadero lío.
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2 comentarios:
Amenazas o autoamenazas ,😂😂😂😂😂
Un analisis muy equilibrado, pero me sorprende mucho que a estas alturas de la Historia te sorprenda que bajar impuestos (bajar el IRPF, el IVA, etc) no mejore los servicios publicos. Está probado y demostrado empíricamente que una bajada sensata de los impuestos repercute en la mejora de la economia, aumenta el consumo y por tanto los puestos de trabajo y por tanto el Estado recauda más y por tanto hay más dinero para financiar los servicios publicos. Los ejemplos abundan por todo el planeta, pero es sorprendente que se siga negando la evidencia. Parece que hay prejuicios políticos invulnerables a los datos de la realidad.
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