sábado, 4 de abril de 2020

LA REALIDAD VACÍA













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Nos preguntamos si nuestro gobierno está gestionando bien o mal esta crisis, aunque se trata de una pregunta estéril, ya que la respuesta no consigue responder nada: está gestionándola como puede, improvisando medidas que simulan un control sobre lo incontrolable, en parte porque ningún gobierno del mundo está preparado para gestionar un dislocamiento total y repentino de las estructuras de nuestra realidad. Como mucho, puede gestionar la incertidumbre, y la gestión de la incertidumbre no ofrece, por definición, demasiadas certezas.

         ¿Ha reaccionado tarde? En este caso, la respuesta admite una extrapolación: si en China o en Italia estrellas un vaso de cristal contra una roca y el vaso se rompe, quiere decir que si estrellas un vaso de cristal contra una roca en cualquier otra parte del mundo, el vaso se romperá. En muchos países, incluido el nuestro, llegamos a pensar que nuestros vasos eran de cristal irrompible. Quizá, no sé, porque no caímos en la cuenta -y era una deducción de las fáciles- de que, en un mundo globalizado, es muy probable que una epidemia ascienda en un abrir y cerrar de ojos al grado de pandemia.

Todos, incluidos los científicos -que aún andan entre el sí y el no al uso generalizado de mascarillas-, nos movemos entre hipótesis, conjeturas y palos de ciego. También entre paradojas: por ejemplo, que el hecho de que en España mueran casi mil personas al día a causa del coronavirus sea una noticia esperanzadora con respecto a la famosa curva, que, a pesar de ser ascendente, resulta ser estable, según los analistas..

Con los políticos podemos ser comprensivos: nos hacemos cargo de que saben poco o nada de este asunto e incluso de los asuntos derivados de él, pero el hecho de que los científicos reconozcan su incapacidad para neutralizar de momento esta pandemia es algo que intranquiliza un poco más: el desbarajuste socioeconómico es algo que todo el mundo asume con un grado variable de fatalismo; en cambio, la indefensión ante una amenaza vírica es algo que percibimos como un factor de alarmismo que no entra en conflicto con la racionalidad.

Por no saber, no sabemos aún si esto es el principio del final de la crisis o el principio de una crisis mayor, pues el día de mañana se nos ha convertido en una caja de sorpresas, de momento tan inquietantes como desoladoras. Estamos en un momento en el que cualquier persona sana es consciente de que, con un poco de mala suerte, puede morir en cuestión de días, y no estamos acostumbrados a plantearnos de manera tan categórica nuestra fragilidad, de ahí que la huella psicológica que va a dejarnos esta coyuntura resulte tal vez incalculable.

No hace falta ser un paranoico para intuir que no están contándonos toda la verdad, y no porque nuestros gobernantes hayan decidido mentirnos, sino porque no tienen más remedio que mentirnos: si anunciaran que nuestro sistema puede derrumbarse y que millones de personas irán directas a la ruina de aquí a unos meses, la crisis ascendería a la categoría de caos. ¿Hasta qué punto podrán paliar el Estado y la UE una quiebra social globalizada? De esa prueba de fuerza dependerán muchas cosas. Tal vez demasiadas.

Ojalá nuestros cálculos pesimistas se vean desmentidos por el curso de los acontecimientos. Pero, hoy por hoy, y por desgracia, el optimismo es un lujo que no nos podemos permitir.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando estas a punto de morir y te salvas de milagro la huella psicológica es mastodontica , el que baja al infierno desarrolla estrés postraumático.
Yo soy optimista cuando veo que personas mayores muy graves se salvan, respecto a como se llevan las cosas estoy de acuerdo , el confinamiento hace que podamos afrontar el negro futuro económico con resignación , España ha tenido tiempos peores y somos el mejor país del mundo .
Caldicot

hiparco dijo...

El ser humano y la vida son máquinas de supervivencia; de un modo u otro, a pesar de las recaídas, a veces de un modo monstruoso o injusto, los más fuertes o afortunados lo superan. La realidad y su visión certera permitirá evitar su reiteración. El olvido de los caídos, y de cómo fuimos precursores del desastre sería lo imperdonable, así como la falta de reconocimiento de aquellos cuyo tesón nos alumbró la salida. Soy partidario de la concepción de la vida como una dialéctica, no una lucha, aunque en el orden sanitario parezca primordial el logro científico de la cura, pues en sociedad hay otros órdenes de la crisis a combatir desde la razón y en su momento.

Unknown dijo...

De esta guerra saldremos, más no saldremos indemnes.Pagaran los más débiles, como siempre, la base sustenta la cúpula de la pirámide.