(Publicado el sábado en prensa.)
Toda empresa humana lleva
implícita su contradicción: la
Cumbre del Clima que se celebra en Madrid va a generar 65.000
toneladas de CO2.
Y es que si
convocas a 50 jefes de estado o de gobierno, cuenta con 50 aviones oficiales,
pues no se imagina uno a un alto mandatario viajando en catamarán, como ha
hecho la joven activista Greta Thunberg, convertida ya –por mano de muchos
odiadores anónimos y por algunos periodistas que mejor estarían en el
anonimato- en emblema sometido a la tortura mediática, por nuestra vieja
costumbre de matar al mensajero.
Si reúnes a
25.000 personas en un recinto de más de 100.000 metros
cuadrados, no vas a tener la desconsideración de que
pasen frío, de modo que hubo que activar la climatización de IFEMA antes que
activar las medidas para frenar el deterioro climático.
Comoquiera que
todo el mundo tiene la costumbre de comer, el menú de los mandatarios estuvo en
manos de tres de los considerados como mejores cocineros del mundo. (El primer
plato parecía la fórmula de un druida: “Caldo liofilizado de trompetas de la
muerte, trufa, boletus edulis y garbanzos tostados. Agua vegetal transparente a
100º C vertida en el plato para convertirse en un caldo sucio, aunque
sabroso”.) No va a decir uno que cada cual podría llevarse el bocadillo de
casa, pues de sobra sabemos que, allá donde se reúnan más de dos gobernantes,
habrá indefectiblemente un banquete a cuenta de los gobernados, pero los políticos
parecen no darse cuenta de la obscenidad que hay en la celebración de un
convite con el pretexto de poner remedio a una situación catastrófica.
Dejando
a un lado los diagnósticos acreditados de los científicos, abocados a predicar
en el desierto, durante estos días estamos asistiendo a un espectáculo retórico
en torno a la destrucción global del ecosistema. No hay novedades: una salmodia
que llevamos oyendo, en boca de los gobernantes, desde hace décadas. Golpes de
pecho. Grandilocuencia. Apocalipsis pero con esperanza. Promesas de medidas a
medio o largo plazo. Enaltecedores debates. (Aparte –cómo no- de conciertos,
degustaciones y actividades lúdicas.) Por asistir, hemos asistido a las
declaraciones de un cruzado de VOX para quien el cambio climático no es
consecuencia de la acción humana, sino “de otros factores”, aunque nos ha
dejado con el misterio de cuáles son esos factores secretos.
El
problema de la alteración climática es que no sólo requiere medidas urgentes,
sino también medidas retrospectivas, con su correspondiente impacto económico –con
los intereses de grandes empresas por medio- y, por tanto, y por derivación, con
su impacto impopular en determinados sectores productivos como el de la minería,
pongamos por caso, por no hablar de la ganadería intensiva ni de la producción textil, de las compañías
aéreas ni de prácticamente cualquier actividad industrial, por no entrar en el
asunto espinoso de nuestros hábitos domésticos.
Está muy bien
hablar de la emergencia climática y reconocer la necesidad urgente de
actuaciones al respecto, pero el caso es que un político está programado para
tener una perspectiva de actuación de cuatro años, prorrogables si hay vocación
y suerte en las urnas. Más allá de ese periodo, la gestión de lo público
empieza a considerarlo política-ficción. Conque a ver.
.
1 comentario:
El mundo sabe que en esas cumbres humanas nunca se toman decisiones factibles de aplicarse. Son pura parafernalia y ya.
Ilusos son los que creen que algo va a cambiar porque se lo decida desde arriba.
Suerte,
J.
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