(Publicado en prensa)
El cráneo de un humano adulto
está formado por huesos de gran dureza. No son irrompibles, claro está, pero sí
difíciles de romper. El de los carneros, pongamos por caso, es mucho más duro
que el nuestro, pero solo les sirve para darse topadas frontales entre ellos,
algo que los humanos, cuando nos metemos en discusiones, solemos hacer más con la palabra que con la testuz, aunque no
siempre.
Gracias a esa
dureza ósea, la cabeza no nos estalla cuando oímos cosas conceptualmente
explosivas. Por ejemplo, no sé, que, ante la condena a Marine Le Pen por malversación,
el Kremlin alce su voz indignada por lo que interpreta como un nuevo atentado
europeo contra los principios democráticos, de los que los gobernantes rusos
son expertos teóricos y devotos practicantes, o que la propia condenada
considere la sentencia como “una bomba nuclear” lanzada contra ella por el
Sistema, ese ente abstracto que sistemáticamente pretende neutralizar a los
líderes del Antisistema. Más cercano a nosotros que el Kremlin, el búnker casticista
de Vox entiende la sentencia condenatoria a Le Pen como un ataque a los
partidos patrióticos europeos que no quieren ser europeos, por lo que Europa
tiene de cárcel para los entusiasmos ultranacionalistas y autocráticos.
Pero
la vida es dura: tras el engorroso asunto de la francesa convicta, de ilustre
pedigrí político, a los severos y moralizantes cruzados de Vox se les presentó
la papeleta de tener que emitir un juicio de valor -así fuese con la boca
pequeña- sobre la política arancelaria de Trump, y ahí ya tuvieron que recurrir
a los malabares: la culpa de la implantación de aranceles no es de Trump, sino
del presidente Sánchez y de la Unión Europea en bloque. Lo mismo podrían haber
argumentado que Trump -al que, según él mismo, Dios en persona ha llevado a la
Casa Blanca para que enderece espiritual y económicamente el mundo- no ha
tenido más remedio que iniciar una guerra comercial por culpa de la estructura
autonómica del Estado español o porque en Europa la gente va poco a misa.
Comoquiera que
el disparate tiene un límite incluso en política, han tenido que matizar un
poco. No mucho, apenas un poco. Lo suficiente para que el gran capo naranja le acaricie
el lomo al aguerrido Abascal cuando se reencuentren en alguno de esos
aquelarres ultra en los que algunos no perdemos la esperanza de que el
presidente norteamericano se marque un baile mientras su homólogo argentino
entona una bonita canción.
En
medio de todo esto, una sorpresa: con respecto al asunto de los aranceles,
Sánchez y Feijoó están en total sintonía. Casi palabra por palabra. No creo que
sea el principio de una gran amistad, pero algo es algo.
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