(Publicado en prensa)
La temporada de vacaciones entra
en su tramo final y empieza a definirse en el horizonte mental de los ociosos esa
estación que es menos meteorológica que anímica: el resto del año. En estos
días finales de agosto, la luz parece adquirir un matiz un tanto mustio, con
pátina de oro viejo, sin ese vigor cristalino que hasta hace poco exhibía. Los
amaneceres se retrasan y se adelantan los anocheceres, como si el sol se
hubiese vuelto perezoso y la luna, en cambio, madrugadora. A estas alturas, hay
quienes han vuelto de su fuga veraniega y quienes aún la disfrutan, y todos andarán,
imagino, en una fase emocional marcada por la nostalgia: los que volvieron por
haber vuelto y los que aún están por ver que esto se les acaba. Y es que todos
los paraísos son provisionales, pues no hay paraíso conocido del que el ser humano
no acabe siendo expulsado… dejando al lado el de ultratumba, que parece ser que
permite su disfrute a perpetuidad, aunque quién sabe: se supone que uno accede
a él por méritos propios cuando se muere, pero los teólogos no precisan si un
mal comportamiento en el paraíso conlleva el que te manden al purgatorio… y más
vale que te portes bien allí para no seguir descendiendo de ambiente. Todo
paraíso es, en fin, una ficción transitoria, y con esa condena vivimos desde
los tiempos que se narran en los primeros capítulos del Génesis, libro sagrado
que no soportaría una revisión laica por atribuir a la mujer el grueso de la
culpa de que tengamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, que
es algo que se agrava bastante a causa de las olas de calor que venimos
padeciendo.
Las
grandes ciudades que se vaciaron durante los meses vacacionales van
repoblándose, y sus avenidas dejan de ser perspectivas fantasmagóricas y con un
ligero aspecto de escenario entre postnuclear y pandémico, mientras que los pueblos
turísticos recuperarán de golpe, el 1 de septiembre, su aire fantasmal y
solitario, perdiendo su banda sonora de música, de cláxones y de gritos
jubilosos en la madrugada.
Algo tiene el
verano de gran festival del nomadismo, de huida a lo desconocido y de
alteración de la realidad en beneficio de una teatralización colectiva en la
que todos vamos disfrazados, procurando profesionalizarnos como seres
despreocupados y dichosos, aunque a contrarreloj, dado que el tiempo de la
felicidad es volandero.
Dentro
de unos días, todo volverá a su ser, como quien dice. La realidad, que tiene
fama de dura, se impondrá a la fantasía, que tiene fama de libre, y el verano
será el recuerdo del verano, a la vez que nosotros vamos siendo cada vez más,
en fin, el recuerdo de nosotros mismos.
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6 comentarios:
Cómo me puede gustar tanto lo que escribes y, sobre todo, cómo lo escribes. Gracias por estos relatos. No vemos pronto. Un fuerte abrazo
Gracias. Es muy bonito lo que escribes y mi deleite es su lectura.
Muriendo en tus artículos y en tus libros
Ese punto melancólico....
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