En circunstancias normales,
Puigdemont y Junqueras, lejos de ser socios fraternos y acríticos entre sí,
serían enemigos inconciliables, pero, aunque les separa todo, les une, en esta coyuntura
anómala, una fantasía suprema: la patria común. Ya es milagroso que dos
personas difieran en la interpretación de todas y cada una de las realidades
prácticas y se armonicen en cambio en el territorio de las entelequias, y no
queda sino felicitarlos por su capacidad para concertarse en el simulacro de un
proceso independentista ejercido al unísono desde posiciones ideológicas del
todo incompatibles.
El
defecto de las revoluciones es que lo mismo derivan en un drama épico que en un
vodevil, y la deriva del independentismo catalán -aparte de las actuaciones
estelares de Puigdemont y Junqueras, que vienen a ser el Laurel y el Hardy de
la película- cuenta a estas alturas con aportaciones cómicas tan brillantes
como la del alcalde socialista de Blanes, nacido por error en la Alpujarra granadina, que
hace unos días saltó espontáneamente al escenario y comparó Cataluña con
Dinamarca y el resto de España con el Magreb. Es curioso: algunos musulmanes europeos
de segunda generación tienden al yihaidismo y a la desafección por su tierra
natal; este charnego, en cambio, agradecido con su patria de acogida, ve
musulmanes en cuanto traspasa la frontera natural e histórica que separa
Tarragona de Teruel, pongamos por caso. (A la espera quedo de leer el libro que
recopile los discursos de este alcalde esclarecido, porque su cosmovisión
promete grandes revelaciones.)
Y es que quien se considera distinto se
considera en realidad superior: la “diferencia” como eufemismo. Un eufemismo
que por supuesto admite una aplicación interna entre los habitantes de los
territorios supuestamente diferenciados: el patriota verdadero frente al
ciudadano antipatriótico, porque está visto que en esta vida nada se escapa de
los inconvenientes jerárquicos.
El
reto del referendo independentista aspira a presentarse como un derecho
democrático tan inaplazable como inapelable, cuando en realidad, tal como está
planteado, implica la perversión no sólo de la democracia, sino también de las
matemáticas: en el supuesto de que en la consulta sólo participasen cuatro
catalanes y dos de ellos votaran sí a la independencia, uno en contra y otro en
blanco, las cuatro provincias catalanas se levantarían al día siguiente en una república emancipada
y legitimada por una mayoría no digamos que aplastante, pero sí al menos
aplastadora. Y es que, según qué casos, la democracia sirve incluso para subvertir la democracia.
En
medio de todo esto, Pedro Sánchez -que ha demostrado de sobra su afición por el
mando, pero que aún tiene pendiente la demostración pública de su capacidad
intelectual- insiste en el resbaladizo concepto de “plurinación”, con un
criterio parecido al que divide en secciones un supermercado, aunque
salvaguardando la entidad metafísica de “supermercado” -de “nación”, quise
decir- como una unidad diversificada. (¿?)
¿Tienen
derecho los catalanes a la secesión? Exactamente el mismo que cualquier otro
territorio del estado; es decir, de momento ninguno. Lo que no creo que merezcan
es esta pantomima grotesca ideada por una derecha oligárquica en alianza con
una izquierda practicante del marxismo-telurismo. Porque a ver si en vez de
como Dinamarca, aquello acaba como una Corea del Norte en versión andorrana.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario