(Este artículo se publicó ayer en prensa... aunque, en uno de los 16 periódicos en que aparece -en concreto el diario SUR, cuajado de frases cercenadas o intolerablemente reescritas, de errores, de agramaticalidades, de comas cambiadas de sitio, etc., gracias a la labor de un/a corrector/a anónimo/a, que para eso están: para que el firmante de un texto haga el ridículo.)
En España urge un debate sobre la
fijación histórica; es decir, un debate que especifique a qué momento prefiere
retrotraerse cada parcela de nuestra plurinacionalidad para fijar el origen
exacto de su identidad colectiva y de sus hechos diferenciales: si se trata de
una fecha del siglo XIV o XV, pongamos por caso, o ya del siglo XX, porque se
ve que la realidad histórica del siglo XXI no tiene demasiados partidarios –y
es lógico- entre los defensores de la retrohistoria, que por definición
establecen sus argumentos en el pasado y en el futuro, dando un salto
acrobático sobre el presente, que es la mercancía que tiene peor salida
comercial en el negocio político, quizá porque el presente está más vinculado a
la realidad en crudo que a las fantasías y futuribles que mantienen a los
profesionales del bien común en sus sillones.
Imagino que en esa fijación
temporal retrospectiva contarán mucho las hazañas bélicas y las estrategias matrimoniales
de reyes, duques y condes, a pesar de que el retrohistoricismo entretiene la
ilusión florida de que la historia de los pueblos la escriben a su antojo los
siervos de la gleba y no sus mandatarios, lo que puede propiciar la paradoja de
que algunas regiones reclamen la instauración de una república moderna con
argumentos derivados de los caprichos y desmanes de unos monarcas antiguos,
pero nadie ha demostrado que las paradojas impidan la coherencia, al menos no
en la política y en el teatro del absurdo, esas dos disciplinas artísticas
hermanadas con frecuencia por el discurso del sinsentido.
Urge,
decía, la fijación del tiempo originario de cada una de nuestras naciones y
regiones, una vez que hayamos fijado, eso sí, cuáles son nuestras naciones y
cuáles nuestras regiones, por mantener un orden y no liarnos. Para evitar
manipulaciones e imposiciones centralistas, me atrevo a sugerir que esa tarea
corresponda a los parlamentarios autonómicos, que son quienes conocen su pasado
de primera mano y quienes tienen autoridad para establecer el momento exacto en
que arranca su historia nacional dentro de la plurinación o bien –si no hubiera
suerte- su historieta regional dentro de la plurirregionalidad de la
plurinación, según el rango que le atribuya Pedro Sánchez en alguna de sus
improvisaciones metafísicas.
Contamos
ya con aportaciones relevantes: el alegre diputado Rufián, por ejemplo, con esa
contundencia de juicio que le otorga su adolescencia prorrogada, ha dictaminado
que el franquismo acabará el próximo 1 de octubre. Algo es algo, y no está mal
como punto de partida. Ahora sólo nos queda saber si el fin del franquismo en
la historia de España supondrá el fin del gobierno mítico de Wifredo el Velloso
en la retrohistoria catalana, pero demos tiempo al tiempo, al tratarse de un
asunto de espinosa complejidad: hay muertos que tardan más que otros en morir.
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