(...) A pesar de estar medio en el limbo,
mi pobre madre me agenció una tarea inesperada: acompañar a don Eladio
Escapachini a Alcalá de Henares.
Este don Eladio Escapachini había
sido catedrático de historia en un instituto de Cádiz y estaba cegatón, hasta
el punto de que ni siquiera los cristales con fondo de abismo polar de sus
gafas le permitían ver mucho más que siluetas y borrones.
Cuando lo jubilaron, Escapachini se mudó al pueblo con su biblioteca, con
su menaje de solterón y con sus erudiciones múltiples, dispuesto a seguir dando
guerra en el territorio minado de las conjeturas históricas, para lo que tuvo
que recurrir a la colaboración de Jiménez Pinzón, cronista oficial de nuestra
villa, convertido en sus ojos, en su mecanógrafo y en su compinche de rastreos
por las regiones nebulosas de Tartessos o por las calles luminosas de Gades
bajo el esplendor del linaje de los Balbo.
Por lo que logré enterarme (mi informador fue alguien de tan poca
solvencia intelectual como Fantomas, que sólo entendía de ovnis, aunque su
juicio venia avalado por lo que le habían contado al respecto los próceres
locales), Escapachini se había aventurado a arriesgar más de la cuenta en sus
ensayos históricos, que editaba a su costa en la Tipografía Gadir,
y la comunidad científica de la provincia no había tenido más remedio que
refutar sus fantasías, que eran al parecer del género florido en cuanto a
estilo y libérrimas en cuanto a fuentes y conclusiones: don Eladio Escapachini
lo mismo ofrecía a los curiosos la localización exactísima del templo de
Hércules que el fenotipo ideal de los fenicios, y con esas novelerías, camufladas
de ciencia, buscó la buena fama y la honra profesional, para acabar en la otra
punta. Aun así, era miembro de número de una academia jerezana en la que cabía
el debate sobre asuntos científicos, humanísticos y, sobre todo, relativos a
las bellas letras, y tan antigua y acreditada era por lo visto la historia de
tan alto organismo, y tan fino el entendimiento de sus componentes electos, que
se preguntaba uno cómo no había salido todavía de alguna sesión plenaria de
aquella institución no ya una nueva fórmula para el soneto o la endecha, sino
incluso el remedio filosófico definitivo para los males del espíritu humano
tanto a nivel de grupo como de individualidad. “Allí sólo entran los mejores”,
según nuestro catedrático, a quien se le doraba la boca por dentro con sus
jactancias.
Al poco de venirse a vivir a Rota, Escapachini, fiel a su costumbre,
promovió un pequeño escándalo erudito, ya que se animó a suponer que el nombre
de nuestro pueblo provenía de la diosa fenicia Astarté, que derivó en el
topónimo Astaroth, que a su vez derivó –tras un proceso de derivaciones
igualmente misteriosas- en Rauta, que era el nombre –a un tris del actual- con
que se lo designó en los tiempos de la dominación árabe, cuando era señor de la
villa el aguerrido caudillo Sayf al-Dawla, gloria musulmana. Aquellas
suposiciones las argumentó en un artículo que le publicaron en la revista de
las fiestas patronales, con la mala suerte de que, unos meses después, un
catedrático de la universidad de Sevilla que veraneaba en el pueblo publicó en
la revistilla del Casino Municipal una desagradable refutación: Astaroth no era
un nombre antiguo de Rota, sino más bien el de un demonio que tenía el rango de
gran duque del infierno, mientras que el moro Sayf al-Dawla, más conocido como
Zafadola, jamás pisó estos pagos, ya que no fue señor de Rauta, sino de Rueda,
allá por la parte de Zaragoza. Escapachini, por lo visto, eludió cualquier
controversia, como si el asunto no fuese con él, actitud que compartió con el
cronista oficial Jiménez Pinzón y con el dueño de la recién inaugurada
Autoescuela Astaroth, que había aprovechado la información contenida en el
artículo del catedrático para bautizar su negocio con un nombre de resonancia
forastera.
Era el caso, en fin, que Escapachini
tenía que ir a Alcalá de Henares a soltar una conferencia sobre el origen y la
decadencia de Tartessos, invitado por un amigo suyo, compañero de armas en la remota
milicia, que estaba igualmente jubilado y que presidía allí un círculo
cultural-recreativo. Dado que Jiménez Pinzón tenía buena la vista pero
dislocada la presión arterial, no se atrevía a acompañar a su socio de
investigaciones en aquella expedición a una de las cunas mundiales del saber y,
dado que Escapachini no podía viajar solo, entré en juego yo, que jamás había
viajado más allá de Cádiz capital y del campamento de Cerro Muriano. “Así
conoces mundo”, me animó mi madre, y la verdad es que aquella perspectiva me
ilusionaba: lo lejano.
Era la primera vez que hacía una
maleta de viajero, ya que la que hice para irme a la guerra imaginaria lo era
de cautivo, y a mi madre todo le parecía poco: vengan mudas y camisas, en
previsión de lo imprevisible. “¿Cuánto va a pagarme?”, y mi madre me contestó
que eso era lo de menos, que lo importante era al fin y al cabo la experiencia
del viaje, y me pareció bien: la experiencia, el viaje. (...)
.
6 comentarios:
Don Felipe, como seguidor impenitente de su poesía y novelas, espero que algún día alumbre una protagonizada por Lobo Lirondo. No sé, una precuela del relato en que aparecía. Reciba un cordial saludo.
Escapachini, al igual que Walter, nos hará entender un poco más la vida, el amor y lo que, en definitiva, nos ocurre? Y ya que viene al caso, me da la misma grima ver a la gente de Madrid con sus mascotas envueltas en la bandera española, como a la gente de mi tierra envuelta en la senyera.
Si bien se habla con alegría de ciencias humanas, ciencias sociales, ciencias económicas, ciencias políticas, ciencias de la información y hasta ciencias ocultas, las verdaderas ciencias son las otras, las naturales, las físicas, las químicas, las matemáticas ... que hacen uso del método científico. En particular, resulta un poco chocante que "comunidad científica" se aplique a historiadores, literatos, filósofos o poetas (dicho todo desde el cariño y la admiración).
Muchas gracias por su intento de precisión, pero busque usted en Google "comunidad científica de historiadores" y comprobará que es terminología de uso corriente entre los propios historiadores.
Más que un intento de precisión mi comentario pretendía reflejar cierta impresión de extrañeza ... parecida -aunque salvando las distancias y sin pretender ofender a nadie- a la que tengo cuando leo lo de "Partido revolucionario institucional". No puedo evitar que aquí me vengan a la memoria algunas de las divertidas cacopedias de Umberto Eco ... En fin, gracias por tu respuesta y espero que la novela salga pronto ya.
De modo que Jose Pedro Moreno Diaz sabe cuáles son las verdaderas ciencias y las que no... Vaya, interesante. La "impresión de extrañeza" cae ahora de mi bando. Todo se arreglará mañana en la panadería Hermanos Niño, donde venden unos Círculos de Viena riquísimos...
Publicar un comentario