FANTASÍA DE MANHATTAN
La actriz Fay Wray ha salido a pasear en la madrugada de niebla, esa
niebla que se desliza en la oscuridad como los dedos errabundos y ciegos
de un fantasma.
Sus pasos han guiado a Fay Wrey, como casi todas las noches de los últimos 20 años, al mirador desde el que se divisa el Empire State, con su silueta de jeringuilla. Fay Wray pasea de madrugada porque no puede dormir.
Fay Wrey no puede dormir porque en sus sueños aparece el monstruo, y el monstruo la despierta.
Fay Wray sueña que no es Fay Wray, sino su personaje Ann Darrow y que el gigante la transporta en su palma como si fuese una joya o un juguete. Sueña con los ojos titánicos y enamorados de la bestia vanidosa y de corazón vulnerable. Recuerda el aliento del coloso, aquel aliento como de manglares en proceso de fermentación.
Todas las madrugadas, la actriz Fay Wray mira el Empire porque allí mataron al animal que se empeña en revivir en sus sueños, el animal que no la deja dormir. Una parte de ella –su cuota de Ann Darrow- se niega a asumir la muerte del monstruo galante. Era aterrador y delicado. Olía como toda una jungla.
Cada noche, Fay Wray intenta convencerse –para poder dormir- de que King Kong está muerto.
Fay Wray sueña que no es Fay Wray, sino su personaje Ann Darrow y que el gigante la transporta en su palma como si fuese una joya o un juguete. Sueña con los ojos titánicos y enamorados de la bestia vanidosa y de corazón vulnerable. Recuerda el aliento del coloso, aquel aliento como de manglares en proceso de fermentación.
Todas las madrugadas, la actriz Fay Wray mira el Empire porque allí mataron al animal que se empeña en revivir en sus sueños, el animal que no la deja dormir. Una parte de ella –su cuota de Ann Darrow- se niega a asumir la muerte del monstruo galante. Era aterrador y delicado. Olía como toda una jungla.
Cada noche, Fay Wray intenta convencerse –para poder dormir- de que King Kong está muerto.
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