jueves, 22 de junio de 2023

 En imprenta la 2ª edición.

(Gracias a quienes...)



lunes, 19 de junio de 2023

SOBREEXPOSICIÓN

 (Publicado en prensa)



Si tenemos un problema de fontanería, llamamos al fontanero, como es lógico, y no al veterinario o al electricista. Cada problema tiene su especialista y cada especialista tiene un problema complementario cuando no da con la causa del problema, lo que puede actuar en su descrédito, en parte por nuestra tendencia a pensar que todos los problemas tienen solución, en claro desprecio por lo irresoluble. Hay cosas, en fin, que no tienen solución posible, y en esos casos es cuando el especialista en resolver problemas específicos se ve obligado a recurrir a la frase más desoladora (“Esto no tiene arreglo”) de su repertorio de frases desoladoras, cuyo grado de desolación es variable: no es lo mismo que en el taller te digan que tienes que cambiar la tapa del delco que un médico te diga que tienen que trasplantarte un hígado.

         Pero desplacémonos al territorio de la fábula…

     Llamamos al fontanero porque un grifo nos gotea. Llega el hombre con su maletín, esparce el instrumental, tan abundante y variado que serviría para ensamblar un avión, y, al cabo de un rato, te dice que listo, aunque no puede asegurarte que el problema esté solucionado del todo, pues se trata de un grifo viejo que tiene desgastadas las piezas internas y lo suyo sería cambiarlo por uno nuevo. (Pero de momento, en fin, hay esperanza). Imaginemos que, al salir a la calle, al fontanero lo esperan quince o veinte periodistas y le preguntan: “¿Cómo ha ido la cosa?”. Y el fontanero, como es su obligación cívica, les atiende: “He tenido que cambiar el anillo de retención, pero el cartucho está calcificado y acabará dando problemas. Aunque soy optimista: hay grifo para dos o tres meses”. Imaginemos que las declaraciones del fontanero las retransmiten las televisiones y las emisoras de radio y que las publican todos los periódicos. Imaginemos que al poco comparece en rueda de prensa otro fontanero para informarnos de que no está de acuerdo con la reparación llevada a cabo por su colega, ya que el problema principal del grifo estaba en el disco de asiento, que no asentaba bien, y que todo ha sido una chapuza. Y ya se forma el lío entre los partidarios de uno y de otro, cada cual con su opinión sobre el problema del grifo.

     En política pasa un poco lo mismo: la realidad, que viene defectuosa de fábrica, se convierte en un grifo que hay que reparar, aunque cada cual disiente en cómo repararlo. Nos pasamos la vida, domingos incluidos, oyendo a nuestros políticos, aunque, por efecto de su sobreexposición, es como si oyésemos llover... cuando llovía. Y digo yo: ¿no sería más prudente que las campañas electorales consistieran en una quincena de silencio mediático por parte de los políticos y que, en cambio, durante la jornada de reflexión se dedicaran libremente a su guirigay habitual? Porque, se mire como se mire, tanto grifo ya cansa.


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martes, 13 de junio de 2023

domingo, 4 de junio de 2023

EL CUPO DE LOS CALLADOS

 (Publicado en prensa)




Tras unas elecciones vienen no solo las interpretaciones de las elecciones, sino también las controvertidas interpretaciones de las interpretaciones de las elecciones. Es unos de los privilegios o una de las servidumbres –según se quiera entender- de la política: ser un misterio insondable en el que todo el mundo se anima a sondear. Da la impresión, no sé, de que en política no importa tanto lo que pasa como lo que cada cual interpreta que ha pasado, y se hacen ahí más verdad que nunca aquellos versos de Ramón de Campoamor que han ascendido a dicho popular: todo es según del color del cristal con que se mira.

Cristales los hay de todos los colores y cada cual tiene el suyo, incluidos los cristales de aumento que magnifican las victorias y los cristales opacos que anublan un poco las derrotas, aunque en esto último parece ser que hemos avanzado desde aquellos tiempos en que, tras el recuento de votos, todos los partidos políticos se presentaban como ganadores morales, a pesar de que la moral fuese por un lado y los números por otro. Hoy, para variar, los políticos que pierden se resignan a haber perdido, lo que no deja de ser un gesto de respeto hacia la lógica, que es algo que los del vulgo agradecemos no saben ellos cuánto, pues no hay nada que nos descoloque y descorazone más que la pérdida del sentido de la realidad particular por parte de quienes aspiran a asumir la gestión de la realidad común.

         En una noche dominical de elecciones, ni siquiera la más trepidante de las películas puede competir con esas tertulias televisivas en las que analistas acreditados en el arte de la floritura politológica nos revelan a los votantes las razones ocultas –ocultas incluso para nosotros mismos- de nuestro voto. Gracias a eso, nos enteramos de por qué hemos votado a uno y no a otro, y así podemos dormir más tranquilos…o no, porque igual nos demuestran que hemos errado en la elección y la mala conciencia nos desvela.

         De lo que no habla casi nadie, al menos que yo sepa, es del porcentaje creciente de la abstención, lo que también admite una interpretación no diré que catastrofista, pero sí tal vez preocupante: en una democracia que damos por consolidada, un tercio del censo electoral vive en una especie de régimen anárquico, gracias al cual le trae sin cuidado quién gobierne y quién se encargue de fiscalizar desde la oposición a los gobernantes. ¿Desinformación, desideologización, desidia, desencanto? De todo habrá. Lo curioso es que se trata de un factor no diré que tabú, pero sí tácitamente silenciado, a pesar de que ese cupo de inhibidos representa un riesgo latente, especialmente –y paradójicamente- si alguna vez le diese en masa por votar.