viernes, 28 de mayo de 2010

MARTÍNEZ Y LOS AZARES


Lo malo es que te señalen, que se fijen en ti. Si te señalan, ya estás perdido. Si se fijan en ti, mala señal.

Imaginemos que llega un día el director general de un “holding” a una de las empresas que tiene bajo su mando y le pregunta al jefe de aquello: “Oiga, Castillo, ¿quién es ese empleado que está metiéndose un clip en la oreja?”, y el jefe Castillo se ve obligado a la delación: “Es Martínez”. (Dicho sea a modo de ejemplo azaroso.) (Porque no tengo nada en contra de ningún Martínez.) (Al menos de momento.) El director general lo ha preguntado por una razón muy sencilla y muy secreta: porque le gusta hurgarse la oreja con un clip cuando está solo en su despacho. Pero Castillo, el siempre servil Castillo, piensa: “Lo que el director general ha querido darme a entender, de modo subliminal, es que incluya a Martínez en el lote de la reducción de plantilla prevista para diciembre”. Así que, nada más llegar diciembre, Martínez recibe una carta que lee con dedos temblorosos. Porque lo señalaron. (Martínez el eficiente, el abnegado Martínez, que amaba a su empresa como si fuese uno de sus cuatro hijos…) (A la calle.) (Por un clip.)

En su deambular de parado, Martínez entra una tarde en un cine para entretener sus pesares: una película que sucede en una galaxia remota, con ingenios voladores y con seres mutantes que luchan entre sí por la posesión de un asteroide de platino macizo o similar. Durante un par de horas, Martínez ha llevado su imaginación de paseo por regiones impensables, y ese paseo sideral le ha servido de bálsamo, pero lo peor que tienen las películas entretenidas es que se hacen muy cortas. De modo que Martínez sale del cine y emprende rumbo a casa.

A la altura de la calle Ingeniero Ochoa (por así decir), un individuo se fija en la bufanda blanca que envuelve el cuello aterido de Martínez y piensa: “Aquel julai de la bufanda blanca va a ser mi alma caritativa de hoy. Le pondré la navaja bajo la barbilla y le sacaré la plata y el reloj”. (Verbigracia.) (Aunque maldita la verbigracia que tiene la cosa.) Y Martínez se queda sin plata y sin reloj, aunque el chori se fijó no exactamente en Martínez, sino en la bufanda blanca de Martínez. (Aquella bufanda que Martínez, el mismo día en que salió para siempre de la empresa, le robó a un compañero con el que se llevaba mal, porque hacía esa tarde mucho frío, y él estaba desolado, y quiso sentirse delincuente por una vez en su vida.) Sin dinero y sin reloj, Martínez llega a casa. “Aguilera te ha traído esto”, le dice su mujer. Lo que Aguilera le ha llevado a Martínez es una entrada para la ópera. (“Il trovatore”, nada menos.) “Dice Aguilera que para que te distraigas”.

Y, al día siguiente, ya tenemos al ocioso Martínez en la ópera, intimidado ante aquella parafernalia cantarina. En el descanso, nota que una mujer se fija intensamente en él, hasta que lo aborda: “Perdona, ¿eres Arroyo?” Pero no, Martínez no es Arroyo, evidentemente. De todas formas, a causa del malentendido, Martínez y la mujer van juntos a tomarse algo a la salida de la ópera. Hablan de asuntos cotidianos y etéreos, a partes iguales. Se ríen. Ella le confiesa que sabía que no era Arroyo, que la equivocación fue fingida. Quedan para el día siguiente. Al día siguiente, Martínez y la mujer están en una misma cama. Un mes más tarde, Martínez abandona a su mujer y a sus cuatro hijos. Dos años después, la nueva mujer de Martínez le dice a Martínez: “Maldita sea la hora en que me fijé en ti”.


Porque lo malo es que te señalen, que se fijen en ti. Porque la vida es rara. Porque todo es un lío. Porque todo puede depender de un clip metido en una oreja.

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viernes, 21 de mayo de 2010

REALIDADES






Uno de los conceptos que menos respeto nos merecen es sin duda el de realidad. “¿Qué es la realidad?”, nos preguntan o nos preguntamos, y casi todas las respuestas tienden a la devaluación o incluso a la degradación de ese concepto, quizá porque la realidad es en el fondo algo tan real, que no podemos comprender en qué consiste con exactitud, y finalmente, por la ley de la paradoja, acabamos dispensándole la misma consideración que solemos dispensar a las fantasmagorías, a las especulaciones ociosas en torno a materias etéreas: un fu ni fa metafísico.

Los periódicos, por ejemplo, serían un buen índice de realidad si no fuesen manipuladores de realidades, creadores más o menos interesados de realidades, ya afecte esa realidad a la conjetura de una guerra planetaria o ya se refiera a la detención por hurto en unos grandes almacenes de una actriz holliwoodense de segunda fila, pues de todo hay, y todo acaba formando parte del entramado de la realidad diaria gracias a su mera divulgación, ya que la más insignificante de las anécdotas acaba ascendiendo al rango de noticia en cuanto la roza la varilla mágica del periodismo.

Y se pregunta uno: “¿Por qué no democratizar la condición de noticiable?” Que fuésemos al kiosco y leyésemos en la primera página de un periódico de difusión nacional, en grandes titulares, algo así como: “ESCÁNDALO EN VALDEPEÑAS”, y que, atraídos por esa circunstancia insólita (¿un escándalo en Valdepeñas?), leyésemos con dedos temblorosos la entradilla: “Ayer, sobre las seis de la tarde, José Menéndez Arroyo entró en el bar El Jamón de Oro y, nada más tomarse el primer vaso de vino, se aplicó de inmediato a la tarea de insultar a toda la clientela, hasta que fue desalojado del establecimiento gracias a la colaboración de Matilde Vargas Olmedilla, esposa del metepata.” Y que, tras una narración pormenorizada de los hechos, se reprodujesen opiniones sobre el particular recabadas entre personalidades variopintas: el director de la Real Academia Española, algún psiquiatra de escuela vienesa y algún senador manchego, pongamos por caso, para que de ese modo el lector alcanzase una visión caleidoscópica y contrastada del escándalo de Valdepeñas.


Para los lectores de prensa, la realidad, en fin, es algo que siempre les ocurre a los otros, aquello que deciden los otros, aquello que los otros determinan. Algo así como el 99 % de la población mundial se va al otro mundo sin jamás haber sido noticia en este, a menos que, por la vanidad de ver su nombre en un periódico, decida meterse a asesino o como poco a concejal, o a menos que pague una esquela, y eso desanima mucho, qué duda cabe, porque la gente acaba pensando que la suya es una existencia intrascendente y anodina, una aventura intercambiable, un tarea sin relieve.

Habría que reajustar, en definitiva, el concepto periodístico de realidad, y que ese reajuste se reflejase en los titulares: “MANUEL HEREDIA LE VENDE UN SOFÁ DE SEGUNDA MANO A SU CUÑADO, EL CÉLEBRE CHURRERO MARINETTI”, o bien: “OPERADO CON ÉXITO DE VESÍCULA JUAN ORTEGA, EL AMABLE PORTERO DEL CINE CALIPSO”. Porque la realidad es cosa de todos, por más que los distribuidores de realidades nos ninguneen.



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sábado, 15 de mayo de 2010

AÑOS DOBLES



















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Los años se van volando. En un visto y no visto. A fuerza de costumbre, uno aprende a no lamentarse de esa velocidad, aunque no puede evitar sorprenderse de ella, de esa prisa incorregible del tiempo, que es nuestra gran abstracción y nuestra gran paradoja: lo que nos hace y lo que nos destruye, lo que nos da todo para al instante quitarnos todo. Cada momento futuro es un espacio vacío. Cada momento pasado es una nebulosa.

En nuestro afán por ordenar el tiempo, por darle una lógica a su progresión, hemos inventado las milésimas de segundo, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años, los siglos, los milenios… Visto así, el tiempo parece un mecanismo, aunque en realidad se trata de un magma extraño: algo que fluye en torno a sí mismo, eterno y fugaz, inamovible y cambiante, perceptible y fantasmagórico… Creo yo, no sé, que nos hemos quedado cortos en la medida de los años. A fin de cuentas, 365 días no son nada, porque, entre cosa y cosa, entre deberes y ocios, entre horas de sueño y horas muertas, entre días de lluvia y de especial ajetreo, se nos van de las manos como el agua misma.

Habría que modificar ese error de cálculo y al menos duplicar la duración de los años, de modo que durasen 730 días, que es ya una cantidad respetables de jornadas, lo que nos evitaría el tener que quejarnos cada año de lo rápido que se van los años, de lo rápido que se nos va la vida. Habría también que eliminar los años bisiestos, como es lógico, porque no está la cosa como para perder ni un solo día, esos días espectrales de los febreros mutilados.

Con esos años de doble duración, las fiestas navideñas, pongamos por caso, resultarían más llevaderas: una indigestión el 48 de diciembre, una resaca motivada por las celebraciones del 62 de diciembre y un ataque de angustia por los regalos que aún te faltan por comprar a la altura del 12 de enero por la mañana, porque has dejado esa pesadilla ilusionante para última hora. Pero ya no tendrías que repetir hasta 24 meses después, que es un plazo prudente para que un organismo adulto se recupere de la ingestión de las grasas animales que sirven de base a los polvorones y mantecados, de los gases del cava, del ácido úrico que aporta el marisco y del chute de glucemia que provocan las 12 uvas tomadas a toda prisa, como si en vez de acabarse el año se fuese a acabar el mundo.

No sé, sería cuestión de que las autoridades se pusieran de acuerdo en cambiar el calendario, porque así no nos quejaríamos tanto de la velocidad del tiempo, de la fugacidad de la vida, del ilusionismo vertiginoso en que consiste el vivir.Años de 24 meses. Meses de al menos 60 días. Semanas de 336 horas… Qué larga se nos haría la existencia. Qué larga. Un solo cumpleaños cada 24 meses. Una sola declaración de renta cada 24 meses. Un nuevo propósito de dejar de fumar a principios de año cada 24 meses. Un chequeo médico cada 24 meses. Elecciones cada 96 meses. Y así sucesivamente.

“¡Qué largo se me ha hecho este año!”, exclamaríamos entonces, y alimentaríamos de ese modo una vaga ilusión de inmortalidad, de haber domado al tiempo, de haberle dado un parón. Espejismos, sí. Pero, ¿de qué modo combatir un espejismo si no es con otro?

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lunes, 10 de mayo de 2010

EXTRATERRESTRES


Se veía venir. El físico Stephen Hawking ha dicho que la lógica dispone que es más que probable que exista vida extraterrestre. La lógica de la imaginación ya lo dio por sentado hace mucho tiempo, y ahí tenemos a los extraterrestres de las novelas, de los tebeos y de las películas, que constituyen un catálogo de criaturas de apariencia fea y pegajosa y de intenciones aviesas y colonialistas, dispuestas a acabar con los terrícolas por el mero gusto de exterminar, que es algo de lo que los de aquí sabemos un poco.

Indica Hawking que, para su cerebro matemático, los meros números indican que resulta perfectamente racional pensar en formas de vida ultraplanetarias. Uno de matemáticas sabe poco, pero la cosa debe de ser tan clara como una operación del tipo 2 x 2 =
EXTRATERRESTRE, o similar. Es decir, las matemáticas más estrictas en alianza con las fantasías más descabelladas. De todas formas, para que no todo sea exactitud, indica Hawking que “el verdadero desafío consiste en averiguar cómo pueden ser” esos forasteros. Yo me inclino por el tópico del reptil, no sé, más que por el tipo humanoide cabezón. Más tipo lagarto que teletubbie Más verdoso que azulado. Más bien corpulento que menudo. Será cuestión de esperar un poco, y no estaría mal que, mientras sí y mientras no, se organizaran concursos televisivos para definir el fenotipo extraterrestre, aunque el premio no podría entregarse hasta que se produjera la invasión, y todo dependerá de si esto sigue en pie después de que aterricen las naves invasoras.

Avisa Hawking de que no resulta prudente que los humanos mandemos señales al espacio para que sean recibidas por inteligencias extraterrestres, porque más vale dejar las cosas como están. “Si nos visitaran, los resultados serían como cuando Colón llegó a América”, conjetura el científico, y se imagina uno a los extraterrestres cambiándonos nuestras cosas de oro por metales baratos y relucientes de allí, de donde ellos vengan, y practicando un exterminio étnico escalofriante, porque no creo que los extraterrestres se paren a distinguir a un vasco de un extremeño o a un gitano de un chino, y ahí vamos a llevar todos papeletas para el matarile. Como mucho, podrá librarse Venezuela, porque me extrañaría que su presidente dejase pasar por alto la ocasión de chulearles un poco a los foráneos, y no sería raro que nacionalizase de manera automática todos los platillos volantes que aterrizaran con ánimo imperialista en su suelo patrio. Ojalá.

Aquí la cosa sería un poco distinta: les daríamos una subvención para renovar la flota de naves espaciales, les regalaríamos un ordenador para los niños y les mandaríamos a José Blanco para que dialogara con ellos sobre la posibilidad de abrir una línea de alta velocidad entre la Tierra y el planeta que corresponda.

Aunque, al final, ya digo, matarile colectivo, porque ellos van a lo que van. Como cualquiera.

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lunes, 3 de mayo de 2010

UN POEMA











Llega este mercado a los 30.000 visitantes, tras un año y un mes de apertura. Gracias por pasar por aquí. Para variar un poco el género, va este poema escrito hace poco.







F U E N T E S



De utensilios a símbolos:

el agua que ellas surten es el tiempo.


Su piedra se corrompe,

la pule la rutina, la corroen los líquenes,

le da lustre el fluir.


La fuente seca, en sombra y hojarasca,

es la contradicción, en cambio,

del lenguaje que canta cuanto huye:

lo que calla para explicar lo inexpresable,

la lección del vacío.


Brota el agua y son horas.


Corre el agua y son años.


Oyes manar la fuente

y oyes la eternidad,

un murmullo de huida y permanencia,

el espejismo

cristalino de un agua

que corre tras de sí sin alcanzarse.


Eso dicen las fuentes. Y eso callan.




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