Lo malo es que te señalen, que se fijen en ti. Si te señalan, ya estás perdido. Si se fijan en ti, mala señal.
Imaginemos que llega un día el director general de un “holding” a una de las empresas que tiene bajo su mando y le pregunta al jefe de aquello: “Oiga, Castillo, ¿quién es ese empleado que está metiéndose un clip en la oreja?”, y el jefe Castillo se ve obligado a la delación: “Es Martínez”. (Dicho sea a modo de ejemplo azaroso.) (Porque no tengo nada en contra de ningún Martínez.) (Al menos de momento.) El director general lo ha preguntado por una razón muy sencilla y muy secreta: porque le gusta hurgarse la oreja con un clip cuando está solo en su despacho. Pero Castillo, el siempre servil Castillo, piensa: “Lo que el director general ha querido darme a entender, de modo subliminal, es que incluya a Martínez en el lote de la reducción de plantilla prevista para diciembre”. Así que, nada más llegar diciembre, Martínez recibe una carta que lee con dedos temblorosos. Porque lo señalaron. (Martínez el eficiente, el abnegado Martínez, que amaba a su empresa como si fuese uno de sus cuatro hijos…) (A la calle.) (Por un clip.)
En su deambular de parado, Martínez entra una tarde en un cine para entretener sus pesares: una película que sucede en una galaxia remota, con ingenios voladores y con seres mutantes que luchan entre sí por la posesión de un asteroide de platino macizo o similar. Durante un par de horas, Martínez ha llevado su imaginación de paseo por regiones impensables, y ese paseo sideral le ha servido de bálsamo, pero lo peor que tienen las películas entretenidas es que se hacen muy cortas. De modo que Martínez sale del cine y emprende rumbo a casa.
A la altura de la calle Ingeniero Ochoa (por así decir), un individuo se fija en la bufanda blanca que envuelve el cuello aterido de Martínez y piensa: “Aquel julai de la bufanda blanca va a ser mi alma caritativa de hoy. Le pondré la navaja bajo la barbilla y le sacaré la plata y el reloj”. (Verbigracia.) (Aunque maldita la verbigracia que tiene la cosa.) Y Martínez se queda sin plata y sin reloj, aunque el chori se fijó no exactamente en Martínez, sino en la bufanda blanca de Martínez. (Aquella bufanda que Martínez, el mismo día en que salió para siempre de la empresa, le robó a un compañero con el que se llevaba mal, porque hacía esa tarde mucho frío, y él estaba desolado, y quiso sentirse delincuente por una vez en su vida.) Sin dinero y sin reloj, Martínez llega a casa. “Aguilera te ha traído esto”, le dice su mujer. Lo que Aguilera le ha llevado a Martínez es una entrada para la ópera. (“Il trovatore”, nada menos.) “Dice Aguilera que para que te distraigas”.
Y, al día siguiente, ya tenemos al ocioso Martínez en la ópera, intimidado ante aquella parafernalia cantarina. En el descanso, nota que una mujer se fija intensamente en él, hasta que lo aborda: “Perdona, ¿eres Arroyo?” Pero no, Martínez no es Arroyo, evidentemente. De todas formas, a causa del malentendido, Martínez y la mujer van juntos a tomarse algo a la salida de la ópera. Hablan de asuntos cotidianos y etéreos, a partes iguales. Se ríen. Ella le confiesa que sabía que no era Arroyo, que la equivocación fue fingida. Quedan para el día siguiente. Al día siguiente, Martínez y la mujer están en una misma cama. Un mes más tarde, Martínez abandona a su mujer y a sus cuatro hijos. Dos años después, la nueva mujer de Martínez le dice a Martínez: “Maldita sea la hora en que me fijé en ti”.
Porque lo malo es que te señalen, que se fijen en ti. Porque la vida es rara. Porque todo es un lío. Porque todo puede depender de un clip metido en una oreja.
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