En 1956, Lionel Rogosin dirigió esta docuficción sobre la vida de los menesterosos alcoholizados que pululaban por el entorno neoyorquino de la calle Bowery.
(Publicado ayer en prensa)
Dadas las circunstancias, recurrir a la hemeroteca
resultaría un ejercicio de crueldad.
Allí nos encontraríamos al presidente
del Gobierno, a primeros de julio, dando por vencida a la pandemia, animando a
la gente a salir, a reactivar la economía y a disfrutar de la nueva normalidad.
(Como dato curioso, ese mismo día 200.000 catalanes se vieron obligados a reconfinarse
a causa de los rebrotes.)
Allí nos encontraríamos al ministro de
Sanidad, a finales de enero, asegurando que, a pesar de que el riesgo de pandemia
era moderado, nuestro sistema sanitario estaba preparado para afrontar
cualquier eventualidad. (Al poco, el sistema sanitario se colapsó. En estos
días, estamos advertidos del riesgo de un segundo colapso.)
Allí nos encontraríamos, a mediados de
febrero, al director del Centro de
Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ofreciendo
tranquilidad: “En España no hay coronavirus. No existe riesgo de infectarse”, de lo cual concluía que el miedo
estaba “un poco fuera de lo razonable”. (Y no tuvimos miedo, porque tenerlo suponía una irracionalidad.)
Allí nos
encontraríamos a la presidenta balear reclamando la habilitación de un “corredor
turístico seguro”. (Baleares ronda hoy los 12.000 casos confirmados y casi 300
muertos.)
Allí nos
encontraríamos al presidente de la Junta de Andalucía acusando al Gobierno
central de castigar, por revanchismo político y no por criterios médicos, a las
provincias de Málaga y de Granada, que no pasaron a la fase 3 a la par que las
otras. (Málaga sigue siendo la provincia andaluza con mayor incidencia de
casos.)
La
presidenta de la Comunidad de Madrid tardó poco en levantar un hospital de
campaña y poco también en desmantelarlo, aunque tardó mucho en obligar al uso
de la mascarilla, como señal tal vez de su decidida política de bandazos pintorescos.
La portavoz
del Govern aseguró que, en una Cataluña independiente, no hubiese habido tantos
muertos ni tantos contagiados.
Etcétera.
Allí, en la hemeroteca, en definitiva, nos encontraríamos
con muchas curiosidades que nos harían sonreír si no nos hicieran temblar:
estamos en manos de los dueños de esas bolas de cristal defectuosas.
Hemos pasado del estupor al caos, del caos a la gestión
caótica, de la gestión caótica al triunfalismo, del triunfalismo a la
irresponsabilidad, de la irresponsabilidad al desastre y desde allí hemos
vuelto al punto de partida, del que en realidad nunca nos habíamos movido, más
allá de ese cronograma infantil de las fases, de las desescaladas y de la nueva
normalidad.
En medio de todo esto, la vida, tal como la conocíamos,
sigue, en fin, en paradero desconocido y todo apunta a que tardará en volver.
Si es que vuelve.
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