martes, 30 de noviembre de 2010

UNA RUMBA REGIA


Oído, por rumba, a Tomasito, el cantaor y breakdancer flamenco jerezano:


Si yo tuviera sangre azul,
me pegaría un vacilón
con la infanta de naranja
y la infanta de limón.


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lunes, 29 de noviembre de 2010

RICARDO CADENAS


(Para quienes anden por la zona: Ricardo Cadenas expone en la Casa de la Provincia de Sevilla, hasta el 16 de enero, una muestra de trabajos pictóricos en torno al cómic. El que sigue es el texto que he escrito para el catálogo.)







Cada cual tiene sus sistemas para entenderse con las cosas de la vida. Esos sistemas -lo digo por experiencia- pueden ser tan normales como anómalos, tan imprecisos como precisos, tan infalibles como falibles. Es decir, que al fin y al cabo no son nada. Pero ¿quién puede vivir sin algún tipo de sistema? Yo, por ejemplo, cuando miro la obra de un pintor contemporáneo, me pregunto: “¿Podría ganarse la vida esta persona como pintor en algún lugar de Italia en pleno Renacimiento pintando como había que pintar en Italia en pleno Renacimiento para poder ganarse la vida como pintor?” Una pregunta larga, redundante, maliciosa en apariencia y, en el fondo, demasiado candorosa, pero nadie ha dicho -al menos hasta donde sé- que las preguntas tengan que ser complejas, ya que ese privilegio -o esa lacra, según se mire- parece reservado a las respuestas. Una repuesta que, en este caso, casi siempre es negativa.


Con Ricardo Cadenas no me pasa: me lo imagino en, qué sé yo, la Florencia del Quinientos, con camisa de tafetán y jubón de brocado, con las medias impecables, con botas relucientes de cordobán, acudiendo a toda prisa a pintar un fresco en la cúpula de la capilla privada de un cardenal más o menos libertino, antes de salir corriendo también a toda prisa hacia la casa de un duque para pintarle un retrato de cuerpo entero con armadura milanesa y fondo bucólico, y, entre cosa y cosa, dibujando un escudo de armas para un noble advenedizo, la caricatura de algún poderoso risible, trazando el perfil exacto de alguna marquesita napolitana para tallarle un camafeo, retratando a la familia entera de un condotiero enriquecido o pintando un telón de fondo para alguna representación palatina de una comedia de enredos cortesanos y galantes.


Dibujante magnífico en tiempos en que el dibujo pasa por ser un inconveniente, colorista matizado y elegantísimo frente a la moda de los colores puros o guarreados, equilibrista de los equilibrios compositivos, pintor ocurrente y hondo, sorpresivo y escueto, barroco comedido, neoclásico sin servidumbres con respecto al clasicismo, moderno de modernidades respetables, culto y siempre alerta, rastreador atento de tradiciones, Ricardo Cadenas se hubiera ganado muy bien la vida, sí, en pleno Renacimiento, siendo él mismo a pesar del capricho impositivo de cardenales y de duques, al igual que sigue siendo él mismo a pesar de los caprichos actuales de los galeristas noveleros y de los exegetas solemnes de la bagatela.


Qué buen pintor se perdió el Renacimiento, en fin, y qué buen pintor ha ganado esta época.

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domingo, 21 de noviembre de 2010

FISCALIDAD ANDALUZA










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Ese muchacho, el señorito Puigcercós, tiene más razón que un santo cuando dice que aquí en Andalucía no paga impuestos ni Dios, que se supone que tendría que pagar la cuota de IBI correspondiente al tramo de Cielo que afecta a esta comunidad.

Los empresarios catalanes, según el mencionado político, tienen en casa, prácticamente en régimen de okupa, a un inspector de Hacienda. Aquí no. Aquí llega un inspector de Hacienda, con su traje de bandolero, al cortijo de un defraudador fiscal y dice desde su jaca cartujana: “Don Pepe, mire usted, hombre, que nos debe casi un millón de euros por esa manía suya de defraudar”, y el tal don Pepe le replica: “¡Allá penas, don Joselillo, que estamos en la tierra de la jarana! Bájese de ese caballo tordo que monta usted con inigualable donaire y apostura y vamos a echarnos unas cañas de manzanilla, que ahora mismo aviso yo a un cuadro flamenco”. (Y al rato llegan los flamencos, claro está, y el inspector de Hacienda se va sin el dinero, pero con toda la alegría del mundo metida en el subconsciente, que es de lo que se trata.)

Aquí le mandan un requerimiento a un jornalero del campo y, cuando el inspector se planta en el chalet del jornalero en cuestión, el inspector en cuestión le recrimina: “Venga, hombre, Manolo, que te hemos escrito y ni siquiera te has molestado en contestar”, y el tal Manolo se justifica: “Verá usted, Gutiérrez (o lo que sea), es que la carta me llegó cuando estaba metido en el jacuzzi, después de pasarme todo el día vareando olivos, la abrí enseguida por sentido del deber cívico, se me cayó al agua y se corrió la tinta, porque este nuevo jacuzzi que me han puesto parece una centrifugadora. Pero no se preocupe usted que, en cuanto me vaya al paro y venda un par de cuadros de Murillo que tengo en el sótano, le juro que le pago todo lo que le debo e incluso le doy una propina para que se vaya usted a Disneyland París con sus churumbeles”.

Cuando un inspector de Hacienda pilla en falta fiscal a un andaluz no le pone una multa, porque eso es más bien cosa de la Guardia Civil, sino que le impone trabajos sociales, como por ejemplo el consistente en cantarle una saeta a la Virgen de la Macarena a la salida triunfal de su trono o en sacar a bailar una sevillana a una duquesa durante la feria de abril. Aquí se hacen las cosas, en fin, de otra manera, porque no es tan importante pagar impuestos como quedar bien con la gente, a ser posible sin soltar ni un duro.

En Andalucía tenemos una tasa actual de paro del 28,55%, y es posible -no sé, digo yo- que a muchos de esos parados les gustaría poder pagar impuestos en vez de cobrar -si lo cobran- un subsidio, siquiera fuese por complacer al señorito Puigcercós, ese hombre que tiene una boca. Aunque el defecto de algunas bocas es que les da por hablar.

lunes, 15 de noviembre de 2010

ENSALADA DE RANA












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Una mujer holandesa fue a un Burger King de Amsterdam para tomarse una ensalada y resultó que en la ensalada que le sirvieron había una rana viva, lo que convertía el plato en una performance en toda regla. De todas formas, tal y como está la gastronomía contemporánea, con esos cocineros que exhiben talante de alquimista iluminado, el incidente no resulta del todo escandaloso, ya que algunos fogones modernos son la plataforma del arte vanguardista, y la vanguardia tiene manga ancha. Aun así, si pides una ensalada, lo normal es que no contenga como ingrediente una rana viva, a menos que lo avisen en la carta: “Ensalada mixta con rana saltarina del condado de Calaveras”, como homenaje a Mark Twain, compatriota de los propietarios de esa cadena de comida rápida.


A lo mejor el misterio radica ahí, no sé: para que la comida sea aún más rápida, lo mejor es añadirle una rana, ya que las ranas pueden ser muy veloces cuando les da por pegar saltos. Echas una rana viva en la jungla de una ensalada y, a lo mejor, el plato sale dando brincos por la puerta del establecimiento. “Eso sí que es comida rápida, y lo demás son cuentos”, diría la gente, que anda siempre con prisa y que agradece por tanto cualquier manifestación de la velocidad.


Los responsables del restaurante están investigando cómo pudo acabar la rana en la ensalada, aunque no especifican si el asunto está en manos de la policía local o de la INTERPOL, porque igual se trata de una rana terrorista, dispuesta a boicotear los hábitos culinarios de EEUU en la medida de sus posibilidades, que al fin y al cabo no son escasas: una rana oculta en el fondo de una ensalada posee la cualidad de provocar el pánico. Es lo mismo que si vas a un restaurante segoviano con la intención de atracarte de ancas de rana y resulta que, bajo el montón de patitas rebozadas y crujientes, te encuentras de pronto una hamburguesa. Lo inesperado sobresalta, o sea. Acojona, vamos.


Como las hipótesis salen gratis, les confieso que tengo dos hipótesis sobre la rana misteriosa del Burger King holandés. Con arreglo a mi primera hipótesis, pudiera tratarse de una rana suicida. Sí: una rana que decidió inmolarse en un restaurante de comida basura para protestar por la globalización gastronómica. “Que me coman viva”, debió de proclamar la rana heroica ante sus familiares batracios. “Que mi sacrificio sirva al menos como testimonio”. Con arreglo a mi segunda hipótesis, un poco más insidiosa, lo único que pretendía la rana era comerse la ensalada: pasó ella por allí, vio aquella cosa verde y barroca y le entró apetito, de modo que se tiró de cabeza al bol, con la mala suerte de que, a mitad del banquete, llegó un empleado y le sirvió la ensalada exótica a la cliente desafortunada, que ha declarado que no tiene previsto presentar una demanda por daños emocionales, actitud que puede interpretarse como un gesto de apoyo al colectivo de las ranas para su integración en el menú de la multinacional.


¿A qué sabrá una rana viva? Por si acaso no les pica la curiosidad, remuevan bien sus ensaladas antes de hincarles el diente y vean si algo salta. Y si algo salta, comprueben si hace croc-croc. Y si hace croc-croc, avisen al encargado y pídanle que al menos la pasen por la plancha. Y que aproveche.


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lunes, 8 de noviembre de 2010

TATUAJE Y POLÍTICA



Un futbolista en activo lleva tatuada en el antebrazo la siguiente proclama: “Nacer en La Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida”. Él lo sabrá mejor que nadie, desde luego, pero mucho me temo que se trata de una secuencia lógica un poco chirriante, ya que el simple hecho de nacer -a secas- tal vez sea más importante por sí mismo que el hecho de nacer no ya en La Pedriel, sino incluso en Chimbamba, aunque no duda uno de que el hecho de venir al mundo en La Perdriel, allá en Argentina, no tenga comparación posible con el hecho de nacer en cualquier otra parte, porque aquello debe de ser la bomba: La Perdriel, nada menos.


Que yo sepa, ningún político ha pasado por el taller de un tatuador para dejar constancia en su piel de su amor al terruño nativo. Eso que se pierden, creo yo, porque resultaría conmovedor leer en el antebrazo de los dirigentes locales, regionales o nacionales una leyenda micropatriótica del tipo: “Nacer en Vilanova i la Geltrú es incluso mejor que nacer en Reus”, por ejemplo. O bien: “Nacer en Vizcaya es un privilegio reservado a los vizcaínos”. O incluso, si el político en cuestión disfruta de un antebrazo largo: “Lo mejor que me ha pasado y me pasará en la vida es haber nacido en Ayamonte (Huelva), porque, de estar mi madre apenas unos kilómetros más al oeste, hubiese tenido la desgracia de nacer en Portugal”.


Esto, como casi todo en la vida, presentaría al menos un inconveniente, a saber: que los políticos tendrían que dar los mítines en manga corta, para que pudiésemos leer sus respectivas declaraciones de amor telúrico, ya que la frente es un sitio poco aconsejable para tatuarse una cosa de este tipo. (Habría que consultar el asunto, desde luego, con los asesores de imagen, que vienen a ser algo así como el espejo de la reina malvada del cuento de Blancanieves.) “¿Has visto el tatuaje que se ha hecho el aspirante a lehendakari?”, preguntaríamos con asombro y admiración. “¿Has visto lo que se ha tatuado el Honorable?”, preguntaríamos con orgullo. “Me ha emocionado el mensaje que se ha tatuado a lo largo de todo el brazo el alcalde de Estepona”, confesaríamos. En los ayuntamientos, en las diputaciones, en los parlamentos autonómicos, en el parlamento nacional y en el senado veríamos a políticos arremangándose para mostrarse entre sí su tatuaje, su declaración de amor a la tierra natal: “Si en vez de nacer en Vigo hubiese nacido en Cabrales, ahora estaría comiendo queso en vez de centollos”, pongamos por caso.


Esto de los tatuajes podría traer consigo, además, la reducción del gasto en las campañas electorales, ya que cualquier experto en marketing puede dar fe de que la gente pone más interés en leer lo que alguien se tatúa en el brazo que en leer -y creerse- los eslóganes que proponen las vallas publicitarias.


Ahora bien, hay que tener muy clara una cosa: que como nacer en La Perdriel, nada de nada.

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lunes, 1 de noviembre de 2010

VELOCIDAD Y TONTERÍA













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Hay días, afortunadamente excepcionales, en que decide uno hacerse grandes preguntas, no porque el hecho de hacérselas le resulte grato, ni mucho menos, sino porque lo considera una especie de obligación metafísica. “¿En qué clase de salvaje filosófico voy a convertirme si no me hago al menos un par de grandes preguntas al año?”, piensa uno, y de inmediato se pone a buscar, entre las tinieblas de su entendimiento, una pregunta grande y difícil. ¿Es el alma inmortal, en el caso de que el alma sea algo más que una fábula? ¿Es aterradoramente infinito el universo? ¿Se comunica Dios de manera telepática con sus ángeles de raza nórdica? ¿Es la muerte un mero tránsito? Son muchas las grandes preguntas, en fin, y casi ninguna admite una respuesta que exceda el ámbito de la especulación ociosa, porque ese suele ser el defecto de las grandes preguntas: que sólo pueden ser preguntas, y su esencia enigmática vive eternamente cautiva entre dos signos de interrogación, y de allí no hay quien la mueva.

Ayer tarde, en un descuido, me hice una gran pregunta: “¿Por qué decimos tantas tonterías en nuestras conversaciones?”, y me puse a acumular respuestas posibles, a pesar de que, como he dicho, las respuestas que nos sugieren esas grandes preguntas acaban siendo siempre, o casi siempre, pura retórica ornamental. Llegué a barajar 14 respuestas inútiles, aunque alguna más o menos razonable, al menos para como suele andar mi raciocinio. “¿14 respuestas?” Ni una más ni una menos, ya digo, aunque sólo les haré perder el tiempo con mi favorita: “Decimos muchas tonterías no porque seamos especialmente tontos, sino porque cometemos un error de cálculo en el tiempo que media entre una pregunta y una respuesta”. Estás dando un paseo con un amigo y te pregunta, qué sé yo: “¿Qué opinas de la comida turca?”, y, apenas una micra de segundo más tarde, ya flota en el aire tu respuesta: “Bueno, no sé, porque tengo gastritis” O te pregunta un camarero: “¿Qué te parece lo de Israel?”, y, al instante, sale de tu boca un “Uff”, que es una pura tontería interjectiva y onomatopéyica, y así sucesivamente.

El caso es, creo yo, que nos hemos hecho un lío con los procesos intelectivos y con las normas de cortesía. “¿Cómo es eso?” Muy sencillo: si alguien nos pide nuestra opinión sobre la pesca con caña o sobre la pintura holandesa del siglo XVI, pongamos por caso, la cortesía nos impele a ofrecer un juicio instantáneo, a pesar de que ese juicio requeriría un periodo de reflexión de al menos un par de semanas. Lo normal sería, en fin, que, ante un requerimiento de esa índole, nos quedásemos callados y meditabundos y que, al cabo de ese par de semanas, al reencontrarnos con nuestro interlocutor, le dijésemos: “Oye, ¿te acuerdas de aquello que me preguntaste hace un par de semanas? Pues he estado reflexionando y documentándome y creo que…” (Y ya luego lo que convenga.) Pero no, tenemos siempre una opinión o una respuesta al borde los labios, respuestas que incluso preceden a una pregunta, opiniones urgentes que salen de la boca sin pasar por otro filtro que la boca misma, réplicas caprichosas y casuales, rápidas, como si se tratara de un torneo verbal en el que pierde quien calla, a menos que al callar otorgue.

Y con estas tonterías, en fin, ya hemos echado el rato en este lunes festivo y ventoso.


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