Uno de los grandes defectos de la
realidad común es su habilidad para disgregarse en realidades particulares, y
de ahí suelen venir los grandes líos. Por ejemplo: los científicos atmosféricos
niegan tajantemente la manipulación climática por parte de nuestros
gobernantes, en tanto que existen asociaciones que denuncian un programa
interestatal secreto, a escala planetaria, no sólo para llevar a cabo dicha
manipulación, sino también para fumigar a la población desprevenida con
productos químicos como el bario o el estroncio, que no sabe uno qué serán ni
qué efecto tendrán sobre nuestro organismo, pero que suenan a cosa imponente y
peligrosa, sobre todo si cayeran en manos de sociópatas del tipo Fu Manchú.
El
domingo pasado, una de esas asociaciones convocó una manifestación en Almería
para denunciar el “sistema quitalluvia” que, según parece, unos políticos
especialmente malvados aplican a aquella provincia para beneficiar los cultivos
(¿?) y el turismo. La convocatoria tuvo poco éxito por culpa de las lluvias
pavorosas que padecía en aquellas jornadas la región, de ahí que los
convocantes llegaran a la conclusión científica de que los manipuladores
climáticos habían boicoteado la protesta con aquellos chaparrones torrenciales,
a la manera en que se hacían las cosas en los tiempos que narra el Antiguo
Testamento: a lo grande. Se ve que al operario encargado de la manipulación
pluvial se le fue la mano con el potenciómetro que regula allí las
precipitaciones. Y se dice uno: “Hombre, ni tanto ni tan poco”. Porque una cosa
es fastidiar una manifestación prolluvia mojando un poco a la gente y otra cosa
muy distinta que los coches acaben navegando por las calles.
La
mente humana disfruta del ansia natural de conocer la verdad, aunque lo malo
suele ser que la encuentre. Si das por cierto que nuestros gobernantes han
acordado, en una reunión clandestina, que en Almería no debe caer ni una gota,
a ver quién te saca de ahí. Si convocas una manifestación para protestar de que
en Almería no llueve nunca y se da el caso cómico de que ese día está
diluviando, ya sabes: afianza tu verdad a través de esa paradoja celebre según
la cual la excepción confirma la regla.
Más
allá de un posible encono hacia los vendedores de paraguas, no alcanza uno a
comprender el motivo por el que nuestros gobernantes no quieren que llueva en
Almería y alrededores, especialmente cuando ya apenas se ruedan películas de
pistoleros en sus desiertos, pero seguro que sus razones tendrán, pues no
existe político que dé puntada sin hilo. En cuanto a los denunciantes de la
manipulación climática, y aprovechando que el asunto afecta a aquel Far West
artificial, me atrevería a darles un consejo: contratar a una tribu apache para
que haga cada mañana la danza de la lluvia. Porque a grandes males, en fin,
grandes remedios.
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