(Publicado ayer en prensa)
Hablando en general, y consciente
de la injusticia que conlleva esa generalización, nuestros políticos suelen
regirse por códigos indescifrables para los integrantes de los demás gremios.
Aparte de requerir para su bienestar más asistencia que un tamagotchi (móvil,
wifi y tablet gratuitos; chófer, asesores, secretarios y secretarias, bonos de
taxi, dietas de manutención, viaje y alojamiento; sillones ergonómicos,
despachos con aire acondicionado…), nuestros políticos, al igual que los héroes
homéricos, parecen andar más preocupados por su fama póstuma que por su fama en
vida, imagino que porque la vida es pasajera y lo póstumo, en cambio, perdurable.
Una prueba de esto que digo la tenemos en su afán por ser retratados, sin duda
con el afán complementario de que las generaciones futuras no olviden que don
Pantaleón de la Sota
o don Pantuflo del Soto fueron ministros, secretarios generales o alcaldes de
su pueblo, ya que incluso a la política municipal se extiende el ansia de
inmortalidad imperecedera -valga el pleonasmo-, cabe suponer que por el mismo
efecto mimético y un tanto paródico por el que un sargento, cuando se pone cada
mañana el uniforme, se siente tan militar como Napoleón.
Podría
pensarse que una institución sin retratos de próceres es como el salón de una
casa sin fotos de la boda de sus ocupantes, pero también cabe la posibilidad
aterradora de que una institución con retratos de eminencias acabe siendo una
galería de fantasmas anónimos, por esa afición que tiene la memoria colectiva a
olvidarse colectivamente de sus más excelsos regidores.
Pero no seamos
pesimistas: cuando dentro de un par de siglos nuestros descendientes admiren
por ejemplo el retrato de don Arsenio Fernández de Mesa, director que fue de la Guardia Civil, con su pose
mixta de torero y de emperador, dirán: “Oh, fíjate, ese era nada menos que don
Arsenio, quien, tras su gestión heroica al frente de la Benemérita, fue fichado
por una compañía eléctrica para poder seguir arrojando luz sobre los
españoles”.
Y algo parecido podrán decir del exministro Wert, cuyo retrato
institucional aún tiene la pintura fresca: “Ahí, desde el túnel de los siglos
pretéritos, nos observa, en actitud relajada, pero alerta, presto al servicio
público, el inolvidable Wert, en un gallardo retrato cuyos 20.000 euros de
coste sufragaron a escote y con frenesí patriótico nuestros antepasados,
agradecidos por su firme salvaguarda de la educación, de la cultura y del
deporte”.
Todo
esto de los retratos reporta grandes beneficios históricos, qué duda cabe, a
nuestra sociedad, pero me permito una sugerencia: nos saldrían más baratas unas
estatuas y hacer con ellas lo que los antiguos romanos: decapitar la del
prohombre saliente y ajustarle la cabeza del entrante, con lo cual se aprovecha
el resto del cuerpo. Porque siempre se corre el riesgo de que, dentro de 100
años, todos estemos no sólo calvos, sino que descendamos también –quién sabe- a
mindundis.
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