domingo, 19 de marzo de 2017

LOS RETRATOS



 (Publicado ayer en prensa)


Hablando en general, y consciente de la injusticia que conlleva esa generalización, nuestros políticos suelen regirse por códigos indescifrables para los integrantes de los demás gremios. Aparte de requerir para su bienestar más asistencia que un tamagotchi (móvil, wifi y tablet gratuitos; chófer, asesores, secretarios y secretarias, bonos de taxi, dietas de manutención, viaje y alojamiento; sillones ergonómicos, despachos con aire acondicionado…), nuestros políticos, al igual que los héroes homéricos, parecen andar más preocupados por su fama póstuma que por su fama en vida, imagino que porque la vida es pasajera y lo póstumo, en cambio, perdurable. 

          Una prueba de esto que digo la tenemos en su afán por ser retratados, sin duda con el afán complementario de que las generaciones futuras no olviden que don Pantaleón de la Sota o don Pantuflo del Soto fueron ministros, secretarios generales o alcaldes de su pueblo, ya que incluso a la política municipal se extiende el ansia de inmortalidad imperecedera -valga el pleonasmo-, cabe suponer que por el mismo efecto mimético y un tanto paródico por el que un sargento, cuando se pone cada mañana el uniforme, se siente tan militar como Napoleón. 


            Podría pensarse que una institución sin retratos de próceres es como el salón de una casa sin fotos de la boda de sus ocupantes, pero también cabe la posibilidad aterradora de que una institución con retratos de eminencias acabe siendo una galería de fantasmas anónimos, por esa afición que tiene la memoria colectiva a olvidarse colectivamente de sus más excelsos regidores. 

           Pero no seamos pesimistas: cuando dentro de un par de siglos nuestros descendientes admiren por ejemplo el retrato de don Arsenio Fernández de Mesa, director que fue de la Guardia Civil, con su pose mixta de torero y de emperador, dirán: “Oh, fíjate, ese era nada menos que don Arsenio, quien, tras su gestión heroica al frente de la Benemérita, fue fichado por una compañía eléctrica para poder seguir arrojando luz sobre los españoles”.
Y algo parecido podrán decir del exministro Wert, cuyo retrato institucional aún tiene la pintura fresca: “Ahí, desde el túnel de los siglos pretéritos, nos observa, en actitud relajada, pero alerta, presto al servicio público, el inolvidable Wert, en un gallardo retrato cuyos 20.000 euros de coste sufragaron a escote y con frenesí patriótico nuestros antepasados, agradecidos por su firme salvaguarda de la educación, de la cultura y del deporte”. 


            Todo esto de los retratos reporta grandes beneficios históricos, qué duda cabe, a nuestra sociedad, pero me permito una sugerencia: nos saldrían más baratas unas estatuas y hacer con ellas lo que los antiguos romanos: decapitar la del prohombre saliente y ajustarle la cabeza del entrante, con lo cual se aprovecha el resto del cuerpo. Porque siempre se corre el riesgo de que, dentro de 100 años, todos estemos no sólo calvos, sino que descendamos también –quién sabe- a mindundis.

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lunes, 6 de marzo de 2017

HEROÍSMO DE SALÓN

(Publicado el sábado en prensa)



Antes, si aspirabas a independizar tu territorio o a anexionarte un territorio ajeno, el asunto dependía de tu potencial bélico y de tu habilidad estratégica para gestionarlo, y mejor si te llamabas Cayo Julio César que si te limitabas a ser el sargento Perico. En nuestros días, las cosas han cambiado por fortuna bastante, al menos en algunas zonas del planeta, incluida por supuesto Cataluña, donde la derecha independentista, en vez de arrugarse el traje a medida con una canana, ha optado por la sabiduría cívica de exorcizar cualquier posibilidad de confrontación cruenta gracias a un discurso fraternal: “El infierno son los otros”. Y es que los alardes de heroísmo retórico resultan muy confortables, y no digamos si la retórica se complementa con la escenografía, ya sea desfilando hacia un juzgado con expresión de mártir feliz, un poco a lo Juana de Arco, arropado por una multitud compungida, según hemos tenido la suerte de ver al señor Mas; ya sea chuleando a un tribunal con modales de antisistema de guante blanco, según hemos visto al señor Homs. Es una de las ventajas que ofrece un Estado de Derecho: la opción de saltarte a la garrocha tanto el concepto de “estado” como el concepto de “derecho”, con la garantía jurídica de que no va a pasarte gran cosa. 

            Según un dicho norteamericano, basta con izar una bandera para que al momento haya gente dispuesta a saludarla con ese fervor peculiar que promueven las banderas, al ser símbolos que tienden a sustentarse en unas efusiones irracionales y primarias. Hay banderas, en suma, no sólo para todos los gustos, sino también para todos los sinsentidos, con el problema añadido de que las banderas, al igual que los infortunios, nunca vienen solas. Banderas aparte, la realidad, al ser poliédrica, admite de buen grado el hecho de que se convoque en una plaza pública a 3.448 personas en contra del sacrificio de los pollos y que una hora más tarde se convoque en el mismo sitio a otras 3.448 personas a favor del pollo en pepitoria, de lo cual cabría deducir que cualquier contrato social exige la armonización de intereses contrarios antes que la imposición de intereses parciales. Barajar, en suma, opciones diversificadas de realidad.

Los avances en las investigaciones neurológicas nos indican algo que los políticos parecen saber desde hace siglos: que nuestra percepción de los fenómenos del mundo, incluso los tenidos por más evidentes, no es ni mucho menos unánime y que, por tanto, apenas hay posibilidad de convencer a alguien de que no ve lo que cree ver ni de que dude de lo que cree creer, puesto que nuestros mecanismos mentales tienden a la obcecación, al dogma y al fanatismo. Y eso sirve tanto para una convicción religiosa como para una sugestión patriótica, al sustentarse ambas en el territorio de lo sagrado; es decir, en un ámbito de pensamiento en que la razón está supeditada al hechizo.

            La convocatoria de un referéndum independentista en Cataluña no tiene nada de alarmante, a pesar de que sus promotores lo ganarán aunque lo pierdan, puesto que su lógica se fundamenta menos en el presente que en el futuro. (“Esto es sólo un primer paso”.) Lo alarmante es tal vez la propaganda con que se oferta: esa futura Cataluña que sería “una Dinamarca mediterránea, con buenos trabajos, salarios justos, desempleo bajo, una economía abierta y un Estado de bienestar fuerte”, según la profecía de teletubbie que ha ofrecido Artur Mas, pasando por alto el hecho de que siempre hay algo –como poco un 3%- que huele a podrido en Dinamarca.