lunes, 31 de julio de 2023

NOCHES DE PRODIGIOS

 (Publicado en prensa)



El verano es una estación más apropiada para la celebración que para el ejercicio de la nostalgia, pero llega un momento en que el pasado acaba pesando más que el presente y nos da por añorar.

Con respecto a mis veranos de infancia, lo primero que se me impone en la memoria no es la playa, sino los cines de verano, que fueron algo así como nuestra cervantina Cueva de Montesinos, el recinto de los encantamientos. En mi pueblo llegó a haber seis, de modo que un día podíamos pasar un poco de miedo gracias a Christopher Lee haciendo de conde Drácula y, al día siguiente, hacer un esfuerzo metafísico para reírnos con los enfurruñamientos sobreactuados de Louis de Funes. Ahí teníamos a Santo, el Enmascarado de Plata, aquella estrella mexicana de la lucha libre que se enfrentaba a las mujeres vampiro, a Cerebro Diabólico, a los villanos del ring o a las momias de Guanajuato, entre otros engendros y prodigios, y de todos aquellos peligrosos lances salía con bien. Por su parte, con Paul Naschy, el Hombre Lobo por excelencia, disfrutábamos de la transformación de la apacible noche veraniega en una espeluznante noche de Walpurgis, y luego aquello se nos colaba en los sueños, de los que despertábamos sudorosos y agitados, viendo licántropos incluso debajo de la almohada.

Comoquiera que el deseo nace antes que la conciencia del deseo, y como no todo iba a ser ficción irracional, ahí que una noche se nos apareció en la pantalla Raquel Welch, con su bikini de diseño troglodítico, para hacernos sentir una mezcla de confusión y de ansia que hasta entonces nos era desconocida, esa misma mezcla extraña y pecaminosa que sentimos al ver Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, con aquellas muchachas rubias que iban a ser sacrificadas por los de su tribu como tributo ritual al Sol. Vale que en la prehistoria la gente andaba más preocupada por los ataques de los dinosaurios carnívoros que por echarse una novia guapa, pero aquello del sacrificio nos sentó como un tiro, y salimos del cine con ganas de romper escaparates como acto solidario con las rubias de la antigüedad.

Las funciones empezaban a las 10 de la noche, y allá íbamos con un bocadillo y con la cantidad exacta del precio de un refresco. También –qué raro- con un jersey, por si refrescaba, porque en aquella época se producía ese fenómeno meteorológico, y no había cosa que alarmase más a una madre que un constipado veraniego, por su fama de persistente.

El tiempo pasa, en fin, y nosotros con él. Llega el verano y te pones a recordar tus veranos remotos, cuando la vida estaba por descubrir, cuando aplaudías cuando se apagaban las luces y se iluminaba la pantalla. Como si lo que se iluminaba fuese, en fin, el mundo mismo. El verdadero.


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lunes, 17 de julio de 2023

VERANOS ANTIGUOS

(Publicado en prensa) 


Mucha literatura insiste en la condición paradisiaca de los veranos de la infancia: tiempo de una libertad cercana al adanismo, días sin colegio, trasnoches en los cines, etcétera. Sí. Cómo no. Pero ya lo avisó Cesare Pavese: el considerar poética la infancia no pasa de ser una fantasía de la edad adulta.

Con el propósito de analizar el nivel de fantasía que aplico a mis recuerdos de los veranos infantiles, me he puesto a recordar, que según otro escritor italiano, Giuseppe Ungaretti, es signo de vejez. Y he recordado que los niños de entonces pasábamos una media de 12 horas diarias en la playa, expuestos al sol sin protección alguna, salvo tal vez, y muy de vez en cuando, una gorra que evitaba que la cabeza sobrepasase el grado de cocción, aunque no creo que haya nacido todavía el niño al que le guste llevar una gorra. Cuando nuestras quemaduras alcanzaban el segundo grado, el remedio de entonces oscilaba entre las frotaciones de aceite de oliva y la crema Nivea, lo que no evitaba que durante la noche la sábana te pareciese la parrilla de una barbacoa y te sintieses como un filete a la plancha, en el caso afortunado de que no te sintieses, por lo del aceite, como un boquerón frito. Es decir, a efectos dermatológicos, el recuerdo del paraíso de la infancia no puede empezar peor.

         Por aquel entonces, centenares de familias alquilaban una caseta con toldo durante toda la temporada, lo que suponía una flagrante privatización del espacio público. Por si fuese poco, en dichas casetas, que eran de madera, las madres tenían un infernillo para calentar la comida y el agua del café, con riesgo de originar un incendio de consecuencias aparatosas, ya que las casetas estaban separadas por apenas medio metro: algo así como lo de El coloso en llamas, pero en horizontal. La parte trasera de la hilera de casetas se utilizaba para los vertidos contaminantes, incluidas las aguas menores y mayores, y, por no sé qué motivo, aquello estaba minado de cristales rotos, de manera que solo resultaba accesible para los faquires que venían con el circo, aquellos circos con su manada de animales melancólicos, sometidos al maltrato para divertir a los niños asalvajados.

         Con la bajamar, íbamos a mariscar a una zona rocosa en cuyos charcos quedaban atrapados los cangrejos y esos camarones liliputienses que aquí se emplean en la elaboración de tortillitas, y ahí entramos ya en el territorio del delito ecológico: volvíamos con un cubo repleto de ambos crustáceos, tras haber machacado con un martillo y un cincel la guarida de los cangrejos, que estaban catalogados en dos especies: los moros y los mariquitas, denominaciones ambas que nos trasladan de lleno al ámbito de la incorrección política. Aquello, además, era un drama: dejábamos revueltos en un cubo los cangrejos y los camarones y los cangrejos se comían a los camarones, lo que no evitaba que a las pocas horas los cangrejos acabasen muertos, no sé si por indigestión, por falta de oxígeno o por la pena negra de verse cautivos.

         Nuestro juego recurrente era el del puntillón, que, como el sufijo aumentativo indica, era una puntilla de unos 15 centímetros que clavábamos en la arena mediante diversos malabarismos. Al segundo día de uso, el puntillón estaba oxidado, como si fuese una reliquia fenicia, lo que no era impedimento para que corriésemos el riesgo de clavárnoslo por accidente en un pie o en el pie del prójimo. Por menos de eso, hay gente, en fin, que ha perdido la custodia de sus hijos.

             Eso sí: si jugabas al fútbol o a las paletas en la orilla, que era la única actividad saludable que podías practicar, llegaban los guardias y tenías que salir corriendo, actividad también saludable.

         …Y prefiero no seguir, porque, a este paso, el paraíso pretérito va a acabar en pesadilla presente, y no están los tiempos como para andar liando las cosas.

Buen verano.


F.B.R.


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domingo, 16 de julio de 2023

Un relato: LAS COSAS

 (Publicado en EL CULTURAL)



Yo antes me acordaba de las cosas y ayer entré en un cine.

      Un hombre corría por un túnel, perseguido por otros hombres que disparaban, y creo que el hombre perseguido también disparaba, aunque no tanto, y entonces vinieron a buscarme, que es lo que pasa últimamente porque dicen que doy dinero a los desconocidos y que me pierdo por ahí y que no voy a encontrar el camino de vuelta, aunque ellos, los que vienen a buscarme, también son desconocidos para mí la mayoría de las veces, o a veces sí y otras no del todo, da igual, mi hija, por ejemplo, y me sacan de los sitios y me dicen cosas que solo ellos entienden y les pregunto que quiénes son y qué quieren y me dicen: venga, vamos a casa.

Yo antes me acordaba de las cosas y sabía distinguirlas, hasta que las cosas empezaron a ser misterios, cosas que de repente se convertían en un enigma sorprendente. Ahora te preguntas qué es esto y lo sabes y a la vez no lo sabes o no quieres saberlo, porque todo se convierte en un enigma sorprendente. Cosas sorprendentes. Un vaso de agua que antes estaba lleno y ahora está vacío es un enigma sorprendente y no sabes quién se ha bebido el agua que estaba en el vaso que ahora está vacío y antes estaba lleno. Una calle es un enigma sorprendente. Y quien te para por esa calle convertida en un enigma sorprendente es también un enigma sorprendente y te pregunta: ¿cómo estás?, y se trata de alguien sorprendente que te habla de cosas sorprendentes. Cosas sorprendentes que dejan de serlo en cuanto te olvidas de ellas porque nada permanece y eso es de esa manera y siempre será así.

El médico que me ve me pregunta cosas sobre las cosas. No estoy seguro, pero creo que siempre me pregunta lo mismo, las mismas cosas, y a veces le respondo y otras no o le digo que me encuentro bien y qué quiere que le diga, a pesar de que reconozco que hay veces en que se me olvidan algunas cosas, como por ejemplo… No sé… Esas cosas –algunas, otras no- que no son lo que eran y eso no es culpa mía ni de nadie sino de las cosas, que tampoco tienen la culpa de ser como son.

Anoche, cuando me dieron una pastilla y decidieron acostarme muy temprano porque habían invitado a cenar a una gente, me dije: hoy no voy a dormir porque tengo muchas cosas que hacer. Y salí al pasillo para espiar. Hablaban de cosas y de mí. Decía uno: está al principio, lo que venga será peor. Decía otra: ya no se acuerda de las cosas.

Parece ser que lo fundamental de esto son las cosas.

Yo antes me acordaba de las cosas y me sigo acordando, pero el desorden de las cosas no está tanto en mí como en las cosas. Habría que estudiar si lo que ha cambiado son las cosas o yo, porque a mí lo de las cosas me da igual. Si las cosas se convierten en misterios, en enigmas sorprendentes, ¿quién tiene el problema, las cosas o yo? Está claro.

Cuando yo era chico había menos gente.

        Ahora además la gente se ha hecho vieja y eso es como si cada uno fuesen muchos y quién los diferencia y te preguntan si sabes quiénes son y cómo vas a saberlo. Nadie es el mismo y antes yo salía mucho a la calle y la gente todavía era quien había sido, pero ahora también han cambiado mucho las calles.

       Por ejemplo: nunca me había fijado en que mi piso tiene dos balcones. Con uno ya era suficiente, pero ahora tiene dos, aunque siempre me asomo al mismo y desde allí veo a la gente. La gente cambia. Yo antes conocía a la gente pero la gente cambia y en mi balcón tengo una maceta con un cactus que no sé de dónde ha salido y en mis sueños veo caballos dorados que galopan por un campo de oro.

Ya no me dejan ir al cine. Yo antes sabía los nombres de los directores y de los actores y hasta del peluquero de las artistas y me acordaba. Pero de pronto hubo un día en que no supe qué película estaba viendo, y eso me preocupó un poco, claro está, por esa cosa de que el miedo está siempre ahí, pero no se lo dije a nadie, porque me gustaba entrar en la sala, quedarme a oscuras y ver aquello sin entender nada de lo que estaba pasando, pero ellos se preocuparon cuando supieron por el portero del cine que yo invitaba a todos los que estaban haciendo cola en la taquilla. Yo de eso no me acuerdo ni creo que sea verdad. Y entonces me llevaron al médico que me pregunta. Empiezo a sospechar que el médico es siempre el mismo médico, no sé. Eso es raro, porque lo normal es que ningún médico sepa de todo y es mejor que te vean muchos médicos en vez de un mismo médico. Si es el mismo o no, el caso es que una vez me metió en un tubo que hacía mucho ruido y yo dije: eh, esto hace mucho ruido, y me dijeron que aguantara un poco y entonces me meé y me salí. Del tubo.

Hace un rato vino mi padre a verme, pero al momento mi padre era mi hermano, el que vende cosas. Me dijo: no soy padre, soy yo, y le dije que sabía que era él, el que vende cosas, aunque un momento antes mi hermano era mi padre, porque mi padre ya murió y mi hermano se parece a mi padre y también va a morirse cualquier día.

Antes, cuando yo iba al cine y no me sacaban de allí a la fuerza, las cosas que pasaban en la pantalla tenían un fundamento, hasta que caí en la cuenta de que aquello era todo mentira y me daba por reírme si mataban a alguien. Había espectadores que me chistaban para que no me riese pero yo no podía remediarlo y después de reírme me entraba mucho miedo.

Me han quitado las llaves y la cartera y ya no tengo el coche porque dicen que no me hacen falta y resulta que ahora no tengo esas cosas y eso es peor y no puedo ir al cine porque el portero dice que no puede dejarme entrar gratis y le digo que llevo muchos años pagando entradas y que todo lo que pasa allí dentro es una mentira muy grande y que las mentiras se regalan y el portero me dice: no se ponga usted violento. ¿Yo? Yo creo que le han dicho al portero que no me deje entrar porque el médico recomendó una vez a quien me acompañaba que me evitasen el contacto con los mundos ficticios porque eso podía agravar las pesadillas esas en las que ellos dicen que grito por las noches como si me estuvieran matando igual que matan a la gente en el cine. Una muerte de mentira. Pero ayer cogí dinero, me escapé y fui al cine, a otro cine.

Yo antes me acordaba de las cosas en la medida en que uno se acuerda de las cosas y ahora no es que no las recuerde, sino que las cosas ya no son lo mismo que antes. Ahora las cosas parecen tener vida propia y suceden fuera de mí y yo las entiendo hasta donde pueden entenderse, porque todo esto es imaginario y no sé qué pinto en medio de todas esas cosas que ni siquiera se entienden a sí mismas. La gente también son cosas, por supuesto. Me preguntan: ¿me conoces, sabes quién soy? Claro que sí: no eres nadie.

Yo también me hacía la ilusión de ser alguien hasta que las cosas cambiaron y me di cuenta de que ni tú tienes nada que ver con el mundo ni el mundo contigo. No hay punto de contacto entre una cosa y otra. El mundo está en una dimensión y tú estás en una dimensión diferente y no hay punto de intersección entre esas dimensiones ni nada.

Por ejemplo: ayer me hice un corte cuando me afeitaba y me han comprado una maquinilla eléctrica. Eso no había pasado nunca.

Yo antes me acordaba de las cosas, pero ya las cosas son las mismas mentiras que en el cine y ayer entré en un cine.


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sábado, 8 de julio de 2023

RELATO

 En el nº de esta semana publico un relato: LAS COSAS.



martes, 4 de julio de 2023

VICENTE NÚÑEZ

 En el nº de verano de TINTA LIBRE escribo una semblanza de Vicente Núñez, singularísimo y casi secreto poeta cordobés y el personaje más rutilante -como tal personaje- de cuantos he conocido.

(Retrato: Toño Benavides)



domingo, 2 de julio de 2023

NO MEZCLAR

 (Publicado en prensa)



Aplicar las convicciones religiosas a la política implica la comisión de al menos dos pecados, no sé si mortales o veniales: rebajar la vida espiritual al ámbito de lo público y elevar lo público a la esfera celestial, cuando lo prudente sería que cada cosa se mantuviese en su sitio: no es lo mismo estar convencido del disfrute de una ultravida en el paraíso de los justos que defender la justicia social en este valle de lágrimas, pongamos por caso. No existe incompatibilidad entre lo primero y lo segundo, claro está, aunque la prevalencia de lo uno sobre lo otro determinará nuestra cosmovisión: los que viven preocupados por esquivar el infierno teológico y los que viven preocupados por remediar el infierno social. 

       El problema suele detonarse cuando se confunde la moral religiosa con la moral cívica, que pueden ir en paralelo, pero no de la mano, ya que una creencia religiosa tiene una utilidad privada, en tanto que una creencia cívica tiene una aplicación –y una repercusión- colectiva. No sé: si alguien considera que la homosexualidad es una aberración, resulta normal que se escandalice con el desfile del Orgullo, pero la verdadera aberración de fondo es que se oponga a su celebración. Y aquí no queda más remedio que recurrir a la argumentación simplista: ¿qué derecho o razón asiste a alguien para imponer a otro lo que puede hacer o no, siempre y cuando lo que haga no suponga un quebrantamiento del contrato social, en el que la religión consta como fantasía optativa? Si una sociedad no logra armonizar su diversidad, mal iremos. Si pretendemos reprimir al diferente en nombre de un credo dogmático, es posible que no hayamos entendido de qué va este asunto tan complejo que es la vida.

         Estamos asistiendo al despliegue de movimientos ideológicos que prometen la rectificación de la realidad común -de por sí poliédrica- mediante el método de imponer una realidad única, acorde con una doctrina proteccionista del alma inmortal frente a los peligros terrenales, que al parecer son muy variados: la inmigración, el feminismo, la bandera gay e incluso el carril bici, entre otros.

         La Historia nos enseña, no obstante, que esos movimientos que prometen la reinstauración del orden frente a un supuesto caos y que pregonan la redención de una sociedad mediante la aplicación universal de la moralina acaban en grandes desórdenes sociales, entre otras cosas porque ir en contra de la realidad mediante la implantación de realidades artificiales y excluyentes no deja de ser un experimento tradicionalmente desastroso. De modo que casi mejor si nos tomamos las cosas con un poco de serenidad.


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