lunes, 16 de diciembre de 2024

CARAS Y CARETAS

 


(Publicado en prensa)

A pesar de que nadie es responsable de la cara que le ha dado la genética, damos por hecho que la cara es el espejo del alma. Como casi todo, ese postulado tiene su parte de verdad y su parte de falsedad, de modo que ni es del todo cierto ni es del todo mentira.

Oscar Wilde concibió a Dorian Gray, un personaje que tenía muy buena cara, aunque la creciente podredumbre moral de su alma iba quedando reflejada en su retrato al óleo. En otra célebre fantasía, Robert Louis Stevenson planteó el juego del doble, de la doble cara: la metamorfosis del doctor Jekyll en el monstruoso señor Hyde. Por seguir en el ámbito de la literatura británica, sir Arthur Conan Doyle, al tiempo que ideaba las aventuras analíticas de Sherlock Holmes, se dedicaba a los experimentos paranormales y a defender la veracidad de las fotografías de ectoplasmas. 

Es curioso: en el siglo XIX, en paralelo a los avances tecnológicos de la revolución industrial y al auge del racionalismo científico, proliferaron las creencias esotéricas como el espiritismo, la teosofía o el mesmerismo.

Entre las muchas y pintorescas pseudociencias que distrajeron a nuestros antepasados decimonónicos se cuenta la fisiognomía, cuyo principio básico no era otro que el de adivinar la personalidad de alguien a partir del análisis de sus rasgos faciales. La cara, en fin, como espejo del alma.

A pesar de haber sido refutado por la ciencia, me temo que, en nuestra vida diaria, seguimos aplicando el método fisionómico: personas que nos dan mala espina a primera vista, personas que nos inspiran desconfianza nada más conocerlas, personas que nos provocan rechazo por su manera de sonreír o de mirar… Intuimos, por supuesto, que hay un caprichoso factor de injusticia en esas intuiciones, pero el caso es que acaban siendo concluyentes y resulta difícil que corrijamos nuestra impresión inicial con respecto a alguien.

Nos pasa también, claro está, con los políticos: los hay que parecen llevar escrita en la cara su condición de sobornador o de sobornable, de corrupto o de corruptible, de prevaricador o de malversador, de ególatra o de megalómano, de ineficiente o directamente de bobo. Tanto es así que una buena parte de la intención de voto depende de la cara de los candidatos, no de su programa, y de ahí que todos recurran a la magia de Photoshop en su cartelería electoral: saben que la cara no solo es el espejo del alma, sino también el espejo de la madrastra de Blancanieves. Lo más extraño de todo es que, más que a una cara, alguna gente opte por votar a un jeta, a unos de esos caraduras que llevan escrita en la cara la dureza de su cara.

Y ante eso, en fin, ya no sabe uno ni qué cara poner.


.

lunes, 2 de diciembre de 2024

EL ÁRBOL

 (Publicado en prensa)


Las fiestas navideñas han pasado de ser celebraciones religiosas a convertirse en competiciones políticas. A falta de otros problemas que abordar y resolver, muchos alcaldes se esmeran en su labor gestora para que el árbol de navidad tenga unos metros más de altura que el del año anterior y, a ser posible, más altura que el de las otras localidades que han entrado en la dura pugna por ofrecer a su vecindario el árbol de navidad más alto del país. Cabe suponer que si algún alcalde consigue que la estrella que corona ese árbol esté casi a la misma altura que las estrellas propiamente dichas, tiene el cargo asegurado para varias legislaturas, pues no hay cosa que necesite más la gente que un árbol de navidad titánico. Si hay árbol, hay futuro y esperanza. Hay, en definitiva, eficiencia. Gestión. Espíritu de servicio. Espíritu navideño.

         A estas alturas, las fiestas navideñas ofrecen una peculiaridad curiosa: sabemos cuándo terminan, pero no cuándo empiezan, aunque sepamos –eso sí- que por lo general empiezan cuanto antes, pues su arranque no depende del calendario, sino de una decisión municipal. Al contrario que otros proyectos administrativos, que tienden a demorarse, los relativos a la navidad suelen ser no sólo rápidos, sino se diría que incluso impacientes. Y tiene su explicación: ¿vas a montar un árbol que roza el cielo para encenderlo únicamente durante unos cuantos días, cuando su montaje lleva semanas? Lo importante de un árbol de navidad no es que se encienda en navidad, ya que eso tendría poco mérito y revelaría una falta de imaginación por parte de las corporaciones municipales inscritas en el concurso del árbol de navidad más alto de España, sino que el árbol cree un ambiente navideño en unas fechas que no tienen nada que ver con las navideñas, lo que responde a un razonamiento impecable: mientras llega y no llega la navidad, un árbol de navidad resulta un anacronismo necesario para que, cuando llegue la navidad, todo el mundo esté ya un poco harto del árbol de navidad, en el caso optimista de que, una vez llegada la navidad en sentido estricto, todo el mundo no esté hasta la coronilla del árbol, de los villancicos y de los polvorones, pues algo tiene la navidad de maratón extenuante.

         Por evolución natural -o quizá no tan natural, no sé- , la navidad cuenta ya, en fin, con un periodo prenavideño que, a efectos prácticos, es tan genuinamente navideño como el tramo propiamente navideño.

         Todo el país está ya hoy iluminado. Los árboles metálicos y las guirnaldas parpadean. Millones de bombillas recrean un cielo estrellado que no vemos por culpa de esas bombillas. Y esa es la verdadera magia de la navidad: que es navidad incluso cuando no es navidad. Felices prefiestas.

.