Francisco Díaz de Castro escribe sobre este libro en INFOLIBRE:
martes, 27 de junio de 2023
jueves, 22 de junio de 2023
lunes, 19 de junio de 2023
SOBREEXPOSICIÓN
(Publicado en prensa)
Si tenemos un problema de
fontanería, llamamos al fontanero, como es lógico, y no al veterinario o al
electricista. Cada problema tiene su especialista y cada especialista tiene un
problema complementario cuando no da con la causa del problema, lo que puede
actuar en su descrédito, en parte por nuestra tendencia a pensar que todos los
problemas tienen solución, en claro desprecio por lo irresoluble. Hay cosas, en
fin, que no tienen solución posible, y en esos casos es cuando el especialista
en resolver problemas específicos se ve obligado a recurrir a la frase más
desoladora (“Esto no tiene arreglo”) de su repertorio de frases desoladoras,
cuyo grado de desolación es variable: no es lo mismo que en el taller te digan
que tienes que cambiar la tapa del delco que un médico te diga que tienen que
trasplantarte un hígado.
Pero
desplacémonos al territorio de la fábula…
Llamamos
al fontanero porque un grifo nos gotea. Llega el hombre con su maletín, esparce
el instrumental, tan abundante y variado que serviría para ensamblar un avión,
y, al cabo de un rato, te dice que listo, aunque no puede asegurarte que el
problema esté solucionado del todo, pues se trata de un grifo viejo que tiene
desgastadas las piezas internas y lo suyo sería cambiarlo por uno nuevo. (Pero de
momento, en fin, hay esperanza). Imaginemos que, al salir a la calle, al
fontanero lo esperan quince o veinte periodistas y le preguntan: “¿Cómo ha ido
la cosa?”. Y el fontanero, como es su obligación cívica, les atiende: “He
tenido que cambiar el anillo de retención, pero el cartucho está calcificado y
acabará dando problemas. Aunque soy optimista: hay grifo para dos o tres
meses”. Imaginemos que las declaraciones del fontanero las retransmiten las
televisiones y las emisoras de radio y que las publican todos los periódicos.
Imaginemos que al poco comparece en rueda de prensa otro fontanero para
informarnos de que no está de acuerdo con la reparación llevada a cabo por su
colega, ya que el problema principal del grifo estaba en el disco de asiento,
que no asentaba bien, y que todo ha sido una chapuza. Y ya se forma el lío
entre los partidarios de uno y de otro, cada cual con su opinión sobre el problema
del grifo.
En
política pasa un poco lo mismo: la realidad, que viene defectuosa de fábrica,
se convierte en un grifo que hay que reparar, aunque cada cual disiente en cómo
repararlo. Nos pasamos la vida, domingos incluidos, oyendo a nuestros políticos,
aunque, por efecto de su sobreexposición, es como si oyésemos llover... cuando
llovía. Y digo yo: ¿no sería más prudente que las campañas electorales
consistieran en una quincena de silencio mediático por parte de los políticos y
que, en cambio, durante la jornada de reflexión se dedicaran libremente a su
guirigay habitual? Porque, se mire como se mire, tanto grifo ya cansa.
.
martes, 13 de junio de 2023
domingo, 4 de junio de 2023
EL CUPO DE LOS CALLADOS
(Publicado en prensa)
Tras unas elecciones vienen no
solo las interpretaciones de las elecciones, sino también las controvertidas interpretaciones
de las interpretaciones de las elecciones. Es unos de los privilegios o una de
las servidumbres –según se quiera entender- de la política: ser un misterio
insondable en el que todo el mundo se anima a sondear. Da la impresión, no sé,
de que en política no importa tanto lo que pasa como lo que cada cual
interpreta que ha pasado, y se hacen ahí más verdad que nunca aquellos versos
de Ramón de Campoamor que han ascendido a dicho popular: todo es según del
color del cristal con que se mira.
Cristales los
hay de todos los colores y cada cual tiene el suyo, incluidos los cristales de
aumento que magnifican las victorias y los cristales opacos que anublan un poco
las derrotas, aunque en esto último parece ser que hemos avanzado desde
aquellos tiempos en que, tras el recuento de votos, todos los partidos
políticos se presentaban como ganadores morales, a pesar de que la moral fuese
por un lado y los números por otro. Hoy, para variar, los políticos que pierden
se resignan a haber perdido, lo que no deja de ser un gesto de respeto hacia la
lógica, que es algo que los del vulgo agradecemos no saben ellos cuánto, pues
no hay nada que nos descoloque y descorazone más que la pérdida del sentido de
la realidad particular por parte de quienes aspiran a asumir la gestión de la
realidad común.
En
una noche dominical de elecciones, ni siquiera la más trepidante de las películas
puede competir con esas tertulias televisivas en las que analistas acreditados
en el arte de la floritura politológica nos revelan a los votantes las razones
ocultas –ocultas incluso para nosotros mismos- de nuestro voto. Gracias a eso, nos
enteramos de por qué hemos votado a uno y no a otro, y así podemos dormir más
tranquilos…o no, porque igual nos demuestran que hemos errado en la elección y
la mala conciencia nos desvela.
De
lo que no habla casi nadie, al menos que yo sepa, es del porcentaje creciente
de la abstención, lo que también admite una interpretación no diré que catastrofista,
pero sí tal vez preocupante: en una democracia que damos por consolidada, un
tercio del censo electoral vive en una especie de régimen anárquico, gracias al
cual le trae sin cuidado quién gobierne y quién se encargue de fiscalizar desde
la oposición a los gobernantes. ¿Desinformación, desideologización, desidia,
desencanto? De todo habrá. Lo curioso es que se trata de un factor no diré que
tabú, pero sí tácitamente silenciado, a pesar de que ese cupo de inhibidos representa
un riesgo latente, especialmente –y paradójicamente- si alguna vez le diese en
masa por votar.