Un ente previsiblemente anónimo me deja por aquí este comentario: “Esta
omnipresencia de su libro me recuerda, con perdón, al negro del wasap, sí, el
del pollón”. Tras enterarme de qué negro en concreto se trata, no tengo más
remedio que dar la razón al ente previsiblemente anónimo.
Podría argumentar, en mi descargo, que llevo 7 años
ofreciendo en este blog, de manera desinteresada, poemas, artículos de prensa,
ensayos literarios, collages, aforismos y reflexiones, enlaces que me parecen
de interés, recomendaciones y opiniones sobre películas y libros, sobre discos
y series televisivas, fotografías ajenas que considero dignas de difusión,
relatos y ocurrencias sin duda baratas, pero que tienen la ventaja de resultar menos
baratas que gratuitas para sus lectores casuales.
Eso no justifica que ahora dedique algún espacio al libro
que acabo de publicar, pero ya me dirá usted, estimado ente anónimo, quién va a
dedicárselo si no se lo dedico yo.
Aparte de eso, y al igual que lo del pollón célebre, la
propaganda no puede obligar a su receptor al consumo del producto, sino que, en
cualquier caso, degrada a su promotor, obligado a publicitar su pollón o su
libro a falta de promotores externos, lo que no deja de ser una humillación y una indignidad, y le
aseguro que soy mucho más consciente de eso que usted, si me permite la melancólica jactancia.
Pido disculpas al ente previsiblemente anónimo si se ha sentido ofendido por
anunciar yo aquí la publicación de un libro, en vez de dedicarme a colgar
fotografías del gato que no tengo, del perro que tampoco tengo o de los viajes
al Asia o al Polo Sur que no he hecho ni creo que haga ya, menos por falta de
espíritu aventurero que por sobrante de apatía. Cada cual refleja en estos
espacios públicos, en fin, su realidad, y la mía ya sabe usted cuál es en estos
momentos, por más que tanto a usted como a mí nos gustaría que se tratase de
una realidad más diversificada, aunque ya tenemos comprobado cuál es el problema que presentan
las realidades: que vienen como vienen.
De modo que permítame –con perdón- un consejo: siga usted disfrutando
de cosas tan chistosas como lo del pollón de wasap y pase por alto este blog,
en el que los atributos que se exhiben no pueden competir en atracción y donaire
–ni lejanamente- con los de su amigo el negro.
Y, por si entre tanto pollón étnico se ha olvidado usted de lo que nos ha traído aquí, me permito recordarle que acabo de publicar esto:
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